Aprendizaje – No somos simplemente el producto de nuestra biología, crianza o educación. Literalmente, podemos reconectar nuestro cerebro durante toda nuestra vida y aprender nuevos patrones. Cuanto más practicamos algo mejor lo hacemos, ya que, funcionalmente, las vías cerebrales se vuelven más espesas.
Por Elisabeth Reichel (Austria) y Ornella Valenti (Italia)*
No nacemos con habilidades de autorregulación. En cambio, a este conjunto de habilidades se lo denomina neurodesarrollo. Significa que, cuando nacemos, tenemos una capacidad innata para aprenderlas (naturaleza), pero necesitamos el entorno adecuado para desarrollarlas (crianza).
Nuestras relaciones futuras tienen su modelo en las conexiones de las células nerviosas que se establecen en nuestras relaciones con nuestros primeros cuidadores. Como adultos, nos entenderemos a nosotros mismos como nos hemos sentido comprendidos por nuestros padres; nos cuidaremos como percibimos haber sido amados y cuidados en nuestro nivel inconsciente más profundo; seremos amables con nosotros mismos y con los demás con tanta bondad como la percibimos cuando éramos niños pequeños.
Después de oír hablar de la importancia de los primeros años, la buena noticia es: nuestro cerebro tiene la característica de ser “plástico”. Eso significa que no somos simplemente el producto de nuestra biología, nuestra crianza o nuestra educación. Literalmente, podemos reconectar nuestro cerebro durante toda nuestra vida y aprender nuevos patrones. Cuanto más practicamos, algo mejor lo hacemos, ya que, funcionalmente, las vías cerebrales se vuelven más espesas. O, como afirmaron Löwel y Singer por 1992, “las células (cerebrales) que se activan juntas, se conectan entre sí”, fomentando una teoría conceptualizada por Donald Hebb muchos años antes. En otras palabras, cuanto más interactúan las neuronas entre sí más fuerte se vuelve una conexión y más “inducen cambios celulares duraderos que contribuyen a su estabilidad” y, a su vez, a la expresión de un comportamiento específico.
No se trata de analizar y borrar los pequeños o grandes errores, sino de practicar mis decisiones diarias, mis “sí” y mis “no” en las pequeñas y grandes cosas. Así, lentamente, a lo largo de la vida, se va desarrollando un “habitus”, como diríamos en términos teológico-espirituales. En términos neuropsicológicos se diría que, practicando y reflexionando sobre ciertos patrones de pensamiento, comportamiento y relación, se forma en el cerebro una red extremadamente eficiente, mediante la cual ciertos procesos se automatizan y, por lo tanto, requieren menos esfuerzo. Se podría decir que amar (y todo lo que conlleva) se vuelve más sencillo y pasa a formar parte de nuestro carácter. Es como aprender un nuevo camino para ir de casa al trabajo: el primer día uno se guiará por un GPS y deberá tomar decisiones conscientes. Primero a la izquierda, recto hacia el semáforo, luego girar a la derecha. Este comportamiento, esta toma de decisiones, está guiada principalmente por el área del cerebro llamada corteza prefrontal. Pero después de varias veces se podrá recorrer el mismo camino de forma semiautomática, ya que se ha convertido en un hábito. Por lo tanto, el cerebelo toma el control y la corteza prefrontal queda libre para ayudar a tomar decisiones y planificar, escuchar o interactuar, por ejemplo, con la narración de un pasajero.
Esto llega tan lejos que muchas pequeñas decisiones ya no se toman de forma consciente y como resultado de un proceso de toma de decisiones. Estamos tan acostumbrados a elegir lo bueno en las cosas grandes y pequeñas, que nuestro preconsciente lo hace por nosotros. Por tanto, sé firme y confiado: tú puedes marcar el rumbo de tu vida. O, mejor dicho, tu cerebro te da la capacidad de afrontar la vida y construir relaciones con un impulso extra, la capacidad de “extraer el jugo”, la belleza de la vida, y hacerla extraordinaria •
*El artículo fue publicado originalmente en el blog internacional de ciencia Wonderverse
*Elisabeth Reichel es especialista en psiquiatría y psicoterapeuta independiente, ex jefa de un ambulatorio forense y directora espiritual.
*Ornella Valenti trabaja como profesora asociada en el departamento de Neurofisiología y Neurofarmacología de la Universidad Médica de Viena.
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