De la vida cotidiana – Dos experiencias sobre aquellos momentos en que la rutina cotidiana se nos modifica por imprevistos o por situaciones que nos exigen atención y debemos ponernos a disposición del otro.
Recogidos por la redacción
Amar haciendo lo correcto
Quiero compartirles un día de locos que tuve en mi trabajo como cirujano. Se trataba de mi última jornada laboral antes de salir de vacaciones y, como mis colegas se enteraron de eso, muchos me pidieron ayuda. En un principio, no iba a operar tanto, pero fue imposible no ayudar a varios pacientes. En el Hospital Naval tenía cirugía en la mañana y cuatro cirugías en la clínica Los Carrera de Quilpué: era demasiado. Además, me llamó un médico de urgencia por un paciente que estaba ingresando por una pielonefritis aguda y cálculo del uréter obstructivo, una combinación fatal para el riñón. Debía instalarle un catéter pigtail para destaparlo. Me dieron sala de cirugía para la tarde. Llegué y empecé a revisar sus exámenes mientras el anestesista le estaba poniendo anestesia. Le dije que se detuviera, para ver bien el escáner. Me di cuenta de que el cálculo estaba en el riñón, que no era obstructivo y era chico, por lo que no tenía indicación del catéter. Levanté la cabeza, saqué fuerzas del Eterno Padre, le dije al anestesista que no pusiera la anestesia y al resto del equipo que no se haría el procedimiento porque no tenía indicación. La joven se puso a llorar de alegría y nervios. Al anestesista lo noté molesto porque había esperado largo rato. En el vestidor se me acercó y me felicitó por la decisión y valentía. Le dije que hay que hacer lo correcto, unos pesos no valen lo que vale la honestidad. Él me dijo que también se hubiese podido complicar. Ambos felices, la familia agradecida y el corazón alegre de ser consecuente.
Tomás Villalobos (Chile)
No somos mejores que nuestros padres
Esta frase me resuena una y otra vez. Durante muchos años de mi vida juzgué a mi mamá y a mi papá por tantas cosas, hasta me sentí muy ajena a ellos. Estos días fui a su casa a acompañarlos. Me costó dejar mi casa, mi cotidianidad, a mi esposo, a mis nietos. Me propuse sostener mis rutinas, pero no fue posible. Mucho que hacer: gestionar una cuidadora, trámites en la obra social, compras, llenarles el freezer y no dejar de conversar y extender la sobremesa para volver sobre historias ya contadas, celebrando la llegada de alguna revelación.
El amor concreto y la fidelidad al dolor ante esa cotidianidad de ellos, tan exigida, en la que sobrevivir les demanda demasiado esfuerzo, esa cotidianidad que transitan con amor incondicional desde una creencia poderosa de amarse hasta que la muerte los separe, me convierte. También me impacta la cantidad de personas que manifiestan agradecimiento a mis papás porque, en algún momento de sus vidas, los habían amado concretamente.
Los frutos de estos días fueron muchos: una cuidadora amorosa para mi mamá, un paseo con ella un domingo de sol, la ilusión de papá por volver a navegar juntos, la alegría ante las fotos de los bisnietos. Y, para mí, esa sensación de ser hija. Porque aun cuando los cuide, aun cuando ellos ya no pueden, aun cuando se pierden en la conversación, yo sigo siendo hija. Me siento muy agradecida por estos días.
Virginia Borghero (Argentina)
Esta experiencia la del cuidado de los padres,me hizo acordar,que alguien decía que cuando una persona anciana,por el Alzheimer,repite siempre las mismas cosas,había que escucharlos como si fuera la primera vez,ya que esta actitud es nada menos que hacer la experiencia de Jesús en Medio,estaba enfermo y me atendisteis