Atractivos de un carisma.

Por Sonia Vargas-Andrade (Bolivia)

El texto presentado este mes fue escrito por Chiara Lubich poco tiempo antes de entrar en la llamada cuarta noche, descrita como una “profunda noche de Dios, en la que el alma participa, experimenta, el abandono del Padre, como Jesús en la cruz”1. Allí donde el diálogo con Dios y con los otros parece permanecer en el silencio abismal de la ausencia de la palabra, de la comunión. Aquello que vivió Lubich en su noche da otro sentido a su escrito sobre el diálogo. Pone en evidencia la vocación relacional de la persona. No solo está en relación, sino que es relación. En un mundo tan individualista como el nuestro, el escrito nos propone la apertura incesante de nuestro “yo” al diálogo. Solo quién está y es diálogo armonioso y equilibrado, puede alcanzar su plena realización como persona.   

El Papa2 nos llama a todos: “Apóstoles del diálogo”

[…] Sin duda es así. Pero, podemos cumplir bien este valioso deber si nosotros […], llamados a una espiritualidad colectiva, mantenemos un diálogo permanente. Y el motivo es el siguiente: todos estamos llamados a ser reflejo de la Santísima Trinidad, donde las tres divinas Personas están en eterno diálogo, son eternamente uno y eternamente distintas. En práctica, significa que cada vez que tenemos que entrar en relación con uno o más hermanos o hermanas, directamente o por teléfono, o por escrito, o porque se trabaja para ellos, o se reza por ellos, debemos sentirnos en un diálogo perpetuo, llamados al diálogo. ¿De qué manera? Abriéndonos a ellos -al hermano, a la hermana-, escuchando con el alma vacía lo que el hermano quiere, lo que dice, lo que le preocupa, lo que desea. Y cuando esto ha ocurrido, donar lo que desea o lo que sea oportuno. Y si tengo momentos y horas en los cuales debo dedicarme a mí misma (para comer, descansar, vestirme, etc.) hacer cada cosa en función de los hermanos, de las hermanas, teniéndolos siempre presentes a ellos. De este modo y sólo de este modo, viviendo continuamente la “espiritualidad de la unidad” o de “comunión”, podemos contribuir con eficacia a que mi Iglesia sea “una casa y una escuela de comunión”; a que progrese con los fieles de las otras Iglesias o Comunidades eclesiales; la reunificación de la Iglesia; a que se realicen con personas de otras religiones o culturas, espacios cada vez más amplios de fraternidad universal3.

1. P. Lóriga, La Mirada de Chiara Lubich, Ciudad Nueva, Buenos Aires 2008, 37.

2. Juan Pablo II.

3.  Chiara Lubich, “Apóstoles del Diálogo”, Castel Gandolfo, conexión telefónica del 22.01.2004.

Apóstoles del diálogo
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