Indígenas en Paraguay – Diana Durán acompaña a comunidades indígenas que sufren graves consecuencias al ser desplazadas de manera ilegal de sus tierras. Muchos de sus miembros terminan en situación de calle, y con ellos se trabaja una compleja reinserción social, buscando facilitarles el acceso a una vivienda digna, trabajo, educación, salud y un marco legal.
por Matías Álvarez (Paraguay)
En Paraguay existen actualmente 19 etnias indígenas que están insertas en cinco familias distintas: guaraní, zamuco, lengua maskoy, toba qom y mataco. A pesar de ser uno de los países que votó a favor de la declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, y que además ratificó el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los pueblos indígenas se enfrentan a retos como la discriminación estructural y la falta de derechos económicos, sociales y culturales.
El mayor problema que padecen es el despojo de sus tierras a causa de la implementación del agronegocio, que ha tenido un alto crecimiento en las últimas décadas. Dicho fenómeno está vinculado con la extranjerización de la tierra en el Paraguay. Es decir, colonos extranjeros adquieren grandes extensiones en zonas fronterizas, dado que, entre otras razones, el precio es menor en Paraguay, y la exigencia del cumplimiento de las leyes es más flexible en relación con el deterioro del medioambiente.
Sin respeto a la Constitución Nacional, que establece que las tierras indígenas son intocables, con dinero en mano y apoyo de autoridades locales, se realizan violentos desalojos de las comunidades indígenas, a través de los cuales queman sus ranchos, destruyen fuentes de agua, dispersan a los animales domésticos y, en ocasiones, apresan a los líderes.
Como consecuencia, los afectados se ven obligados a migrar a zonas urbanas, en las que no hallan buena recepción, ya sea por falta de políticas públicas o porque la sociedad envolvente los discrimina por ideologías heredadas del pasado; también, porque la ideología imperante desprecia al considerado “descartable”. Así, los indígenas son los más pobres en Paraguay.
Ciudad Nueva dialogó al respecto con Diana Durán, que acompaña el fortalecimiento de los pueblos originarios con ayuda del Movimiento de los Focolares. A mediados de 2014, con algunas personas comprometidas con la fraternidad universal, se inició un acompañamiento cercano a personas de la etnia ava guaraní, que habían sido afectadas por la gran inundación de aquel año. Golpeando puertas y “con fe inquebrantable en la providencia de Dios”, lograron adquirir cinco hectáreas en la ciudad de Itá, ubicada a 35 kilómetros de Asunción, la capital. El objetivo era contar con tierra propia (antes vivían en un basural) que les permitiera, además, implementar diversos proyectos en que los guaraníes participaran plenamente. Todo esto, en función de mejorar su calidad de vida. Luego se sumaron otras comunidades (cinco en total) a las que actualmente se las acompaña de diversas formas, ya sea con gestiones de regularización de sus tierras, provisión de alimentos, fuentes de trabajo, atención de la salud, entre otras”.
Con la primera comunidad indígena, por ejemplo, se han recorrido 22 terrenos dentro del Departamento Central hasta llegar a la tierra para el nuevo asentamiento, un proceso que duró 10 meses, aproximadamente. Luego, se tomó contacto con diversas instituciones a fin de trabajar en red y posibilitar el éxito de los proyectos trazados, como la integración a la escuela, el acceso a un dispensario, becas universitarias, casas de material, huertas y gallineros, entre otros.
“Hago de gestora, de recepcionista de las necesidades, de mediadora interinstitucional. Pero, sobre todo, de alguien que sabe que tiene mucho que aprender de esas etnias a las que ayuda, para lo que busco ejercitar cada vez más la escucha profunda y la empatía, a fin de que mi cercanía sea realmente un caminar hombro con hombro con ellos, sin imponer nada y con el máximo respeto a cada cultura”, dice Diana Durán.
Los indígenas poseen culturas muy ricas, porque en ellas existe un valor central, que es la reciprocidad, entendida no como un intercambio, sino como dádivas en las que el dar tiene un valor en sí mismo. Por lo tanto, la forma de organización social de las etnias está impregnada de ese valor. Por ejemplo: las decisiones son tomadas en asambleas en las que participa toda la comunidad y no gana el voto de la mayoría, sino que se busca el consenso; la idea más aprobada por todos y todas es la que se ejecuta. Otro ejemplo es que, generalmente, el líder es aquel que ejercita la virtud de la generosidad y, por ello, está siempre al servicio de su comunidad. También existen otros valores que se ponen en juego, como la ancianidad o el trabajo cooperativo.
En relación con la Iglesia, la sociedad indígena está plenamente interesada en adoptar la actitud de escucha, a fin de comprender profundamente al otro; y también en vivir la sinodalidad, lo que implica trabajar en redes en busca del bien común, sobre todo con el impulso que ha dado el papa Francisco a toda la Iglesia católica, instándola a “escuchar y atender su grito, sus historias, sus luchas y esperanzas”.
El empeño de monseñor Adalberto Martínez Flores, recientemente nombrado arzobispo de Asunción y poco más tarde cardenal, va en esa dirección. En abril pasado fundó la Pastoral Indígena Arquidiocesana, y en junio creó un albergue temporal para indígenas en situación de calle, en donde Durán trabaja.
Antes de que existiera el albergue, muchos de ellos se instalaban en las calles o plazas y sufrían todo tipo de carencias, como la falta de alimentos y agua, sanitarios o prendas de vestir para enfrentar el frío.
El albergue también forma parte de una iniciativa que lleva adelante la Coordinación Nacional de Pastoral Indígena (CONAPI) en el seguimiento de los indígenas en el aspecto jurídico, referido a sus derechos como propietarios de sus tierras ancestrales. “Actualmente formo parte de la Pastoral Indígena Arquidiocesana, cuyo empeño es buscar medios para otorgar sustentabilidad al albergue y ampliar el abanico de servicios a nuestros hermanos originarios (para que no sea solamente alimentos, cama y techo) con actividades educativas y atención de la salud”, cierra Durán.