Son incontables los pensadores que se refieren a la naturaleza para describir los procesos que vivimos como seres humanos. Tanto en momentos de dificultades como en situaciones más agradables, pueden encontrarse ejemplos que provienen de ese mundo tan maravilloso como es el de la ecología, y que permiten poner en palabras y en imagen, sensaciones que cada persona experimenta a lo largo de su vida.
De hecho, cuando estamos sumergidos en la vorágine diaria, apurados, de aquí para allá, corriendo detrás de los acontecimientos, llega un momento en que la necesidad de frenar se vuelve imperiosa. Y no es casualidad que, por lo general, y según los gustos y características, recurramos a ambientes naturales como el mar, el campo o la montaña para retomar el pulso del tiempo. La naturaleza no se apura ni se detiene, va a su ritmo y nos invita a caminar a la par, aunque tantas veces queramos sobrepasarla, sin darnos cuenta del daño que le y nos ocasionamos. Como expresa el dicho que se atribuye al filósofo chino Lao Tzu: “La naturaleza no se apresura, sin embargo, todo se lleva a cabo”.
Habitamos un mundo con todo tipo de crisis, y la ecológica es la que más nos está sacudiendo como humanidad. Y, sobre todo, la sufren quienes menos recursos tienen. Los especialistas vienen reiterando desde hace décadas que, si no generamos un profundo cambio en nuestras acciones contaminantes, las nuevas generaciones encontrarán un planeta devastado.
Precisamente son los jóvenes, conscientes del daño que los adultos hemos provocado, quienes asumen el compromiso de repensar modos de actuar, de llevar adelante actividades y emprendimientos que sean sustentables y amigables con el planeta. Lo vemos en las diversas acciones que surgen alrededor del globo y en los cientos de jóvenes que se reunieron en Asís, convocados y motivados por una economía responsable con el medio ambiente.
El cuidado de la Casa Común no sabe de clases sociales, de cultura o de religión. Por el contrario, todos estamos bajo el mismo techo; es la oportunidad que tenemos, como humanidad, de actuar individual y colectivamente, tirando para el mismo lado.
No obstante la existencia de negacionistas del cambio climático o de actores, muchas veces poderosos, que anteponen intereses personales o corporativos por sobre la salud del planeta, cada vez son más las personas e instituciones que empujan y contagian el valor de la protección de la naturaleza. Son esas acciones y experiencias las que queremos poner en luz. De individuos y colectivos que no se aturden con el angustiante ruido que provoca el árbol al caer, sino que, incansablemente, siembran para que el bosque siga creciendo en silencio, pero sin pausa. De personas convencidas y que, con su tarea, nos invitan a comprometernos con el sentido que transmite un viejo proverbio americano: “No heredamos la tierra de nuestros ancestros, la tomamos prestada de nuestros hijos” •