Capítulo 5 – Seguimos, como en cada edición, charlando con Alessandra -por muchos conocida como Ala-, y los temas no faltan. El valor de la calidez que da la cercanía, el hacer el bien sin aparentar, el perdón que “hace caer los muros”.
Por Alessandra (Italia) y Claudio Larrique (Uruguay)
¿Qué piensas del valor de hacer sentir al otro la calidez de nuestra presencia cercana?
Creo que es un encuentro de almas. Estás realmente presente al lado de una persona si tu alma acaricia suavemente la suya y si suavemente dejas que la suya acaricie la tuya. Sin prisa, sin tiempo predeterminado, sin espera. Acoges y recoges el alma de los que te rodean, te abres al otro que te acoge y recoge la tuya. Son momentos de la más alta sinfonía.
Podemos decir que se trata de hacer el bien sin aparentar.
Esto me golpea fuerte, como si me quemara una herida abierta. Esta cosa siempre me ha llamado tanto la atención que, para no aparecer, a menudo no hice lo que tenía en mente, que era quizás tomar la iniciativa siguiendo mi esencia. Muchas veces, para no aparecer, simplemente seguía a los demás, manteniendo cada idea encerrada en el corazón.
Pero no es eso. Debemos hacer el bien. Lo bueno, aunque no haga ruido y parezca permanecer oculto, se puede ver. Seguramente al menos la persona a quien va dirigido lo ve bien. Entonces, ¿sigo quedándome quieto? ¿Aún no estoy siguiendo lo que siento en mi corazón? ¿Todavía no escucho lo que quizás me pide hacer la voz de la conciencia? ¡No, no puedo! Cuando siento que tengo que moverme en una dirección –y sabes cuando es la correcta– lo correcto es hacerlo, no puedo quedarme sentado sin hacer nada, bloqueado por el miedo a aparecer. Tengo que moverme.
No sólo eso. A veces siento que tengo que moverme en una dirección que todo el mundo ve, tengo que cambiar mi camino. La vida es para el bien de todos, y ciertos cambios son visibles, no hay que mantenerlos ocultos. Entonces, ¿cómo puedo hacer? Sigo mi corazón, aprovecho al máximo los dones que Dios me ha dado, sabiendo que son sus regalos gratuitos. ¿Y cuál es mi único mérito? Haberlos usado, no tanto para mí, sino para el hermano que está a mi lado.
Otra cuestión: ¿cómo lograr “hacer caer los muros” con el perdón?
Perdonar… todos sabemos que no es algo fácil. Perdonar no es simplemente dejar de lado un hecho, o ponerle una piedra encima, como dicen. El perdón profundo borra nuestras caídas como si nunca hubieran existido. Nuestro pequeño perdón quizás nunca llegue a ese punto, porque cada acontecimiento, cada palabra deja a menudo una huella indeleble en nosotros. Pero creo que necesitamos acercarnos lo más posible a ese tipo de perdón superior. Muchas veces me he preguntado cómo hacerlo. Ciertamente no tengo la “receta” completa, pero creo que mucho depende de conocerse y comprenderse, a uno mismo y al otro. Conocernos profundamente, qué nos duele y por qué. Conocer profundamente al otro, por qué se mueve de determinada manera o dice determinadas palabras. Así podremos dar sentido a muchas cosas cuyo significado no entendemos y que nos hieren, así nos conectamos con el otro y conocemos sus heridas, comprendemos su dolor. El perdón se convierte entonces en sanar sus heridas, en compartir su dolor.Así, si me “conozco” a mí mismo y “conozco” al otro, construyo puentes que ya no dividen, sino que unen, día a día, nuestros corazones •



