Investigación – El mercado laboral se enfrenta a la necesidad de promover una formación más inclusiva con especial énfasis en el acceso por parte de la mujer, que permita adquirir habilidades relevantes para el futuro. El desafío es romper con aquellos roles determinados por el género y abrir el campo del conocimiento hacia todos.

por Cristian Bonavida (Argentina)*

Uno de los hechos más sobresalientes del siglo pasado y lo que va de este, es que las mujeres han conseguido cerrar la brecha educativa respecto de los hombres, e incluso han logrado educarse en promedio más años que ellos. Durante mucho tiempo la educación formal estuvo reservada o priorizada para el hombre, y la participación de la mujer en el conocimiento y la ciencia era casi una rareza. Así, para inicios del siglo pasado, en promedio una mujer solo alcanzaba la mitad de los años de estudio que conseguía un hombre. Esta diferencia se ha ido acortando silenciosa pero sostenidamente y, de hecho, se ha revertido en la última década.

En contraposición, hay brechas entre ambos géneros que persisten con fuerza en el ámbito laboral. Sin ignorar que ha habido avances en la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y una mayor representación en espacios de poder (tanto en el ámbito privado como en las instituciones públicas), todavía las tasas de participación son mucho menores en las mujeres, las oportunidades de carrera continúan siendo desparejas y se registran importantes brechas salariales. En América Latina, una mujer cobra por su trabajo, en promedio, un 22 % menos que los hombres. Lo preocupante de esta cifra es que surge de comparar mujeres y hombres con idéntica formación, experiencia, edad, ocupación, ubicación geográfica, entre otras variables. Es por esto que hablamos de discriminación salarial, ya que dichas diferencias no se pueden atribuir a un diferencial de productividad entre ambos géneros que justifique una remuneración desigual.

Pero entonces, ¿cómo compatibilizamos ambos hechos? ¿Los crecientes logros educativos de la mujer no deberían traducirse en oportunidades laborales y en remuneraciones equivalentes respecto del hombre? La convivencia de ambos fenómenos puede ser explicada por una serie de factores relacionados con las normas sociales y los roles de género. Factores que hacen que asociemos ciertos espacios o decisiones como ámbitos reservados casi exclusivamente para un género y que, por lo tanto, colaboran en mantener el statu quo. También ocurre que las cargas de cuidado desiguales en el hogar reducen la participación laboral, la cantidad de horas trabajadas y, en muchos casos, conducen a la búsqueda de empleos temporales asociados con la informalidad. Eso deteriora las chances de acumular experiencia y crecer laboralmente, en comparación con los hombres, que pueden dedicarse con mayor disponibilidad a su crecimiento profesional.

Además de estos factores, existe otra variable que he analizado recientemente en mi tesis de Maestría, titulada Lo que hacemos con lo que sabemos. Brechas de género en habilidades y tareas en América Latina. Aun cuando hombres y mujeres alcancen años de educación similares, lo que aprenden en esos años es diferente. Es decir: existe una brecha entre ambos géneros en las habilidades cognitivas adquiridas. A partir de pruebas estandarizadas realizadas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), la tesis ha evidenciado que los hombres sobrepasan ampliamente a las mujeres en el desempeño en matemática y aritmética, así como en habilidades relacionadas con las Tecnologías de la Información y la Comunicación, conocidas como TIC. Lo alarmante de los datos es que, si bien estas diferencias están presentes a nivel global, los países de América Latina son, por lejos, los que muestran mayores brechas en habilidades cognitivas. En la región, el puntaje en matemáticas que obtienen las mujeres con respecto al hombre es equivalente a la diferencia que se registra entre una persona con dos años menos de educación formal que la otra.

Los datos de la OCDE permiten relevar información sobre el tipo de actividades que los encuestados realizan, sobre la cual se pueden construir medidas que estimen la naturaleza de las tareas laborales y su intensidad. Los resultados arrojan que, en promedio, los hombres llevan adelante durante mayor tiempo tareas asociadas con el pensamiento racional, la toma de decisiones, el uso de habilidades complejas y la interacción con dispositivos tecnológicos y lenguajes de programación.

En el trabajo de mi tesis también se pudo estimar que mayores habilidades cognitivas en matemáticas y en el uso de las TIC, así como una mayor intensidad de tareas laborales complejas, se asocian con un premio salarial, lo que quiere decir que impactan positivamente en la remuneración percibida. Pero, además, estos conocimientos son claves de cara al cambio tecnológico, ya que serán los más demandados en el futuro. La inteligencia artificial es capaz de realizar un creciente número de tareas manuales y rutinarias, pero le resulta más complejo reemplazar la capacidad crítica, racional y gerencial del hombre. Por tanto, una mayor dotación de habilidades complejas implica poder tomar partido de los pronunciados cambios tecnológicos que estamos viviendo. Todo este conjunto de evidencia nos ayuda a explicar, en parte, por qué ciertas mejoras en los logros educativos no se reflejan vis a vis en el mercado laboral. No se trata solo de igualar los años de educación sino también de igualar la acumulación de habilidades y conocimientos que luego serán claves para las oportunidades laborales.

De cara al futuro, el plan de acción (al igual que con otras problemáticas sociales) se traduce al plano individual y al colectivo. En este último serán importantes las iniciativas de formación laboral continua que permitan adquirir las habilidades relevantes para el futuro, con especial énfasis en el acceso por parte de la mujer, así como también fomentar licencias parentales equitativas que permitan un desarrollo profesional parejo. En el plano individual, para los padres, formadores, docentes y comunicadores, será clave deshacernos de los típicos roles de género que hemos heredado. Así como ya no existen “los colores de varón y los colores de mujer”, tampoco deberían existir campos del conocimiento que sean “más fáciles” o más adecuados para varones y otros que sean casi exclusivos para mujeres. Quitar las etiquetas para poder enseñar y comunicar el conocimiento sin distinciones es el paso inicial para igualar los aprendizajes y habilidades y, consecuentemente, las oportunidades laborales en el futuro •

*El autor es magíster en Economía por la Universidad Nacional de La Plata.

Desafiar viejas etiquetas, repensar habilidades del futuro
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