De la vida cotidiana – Cuando las necesidades de los otros irrumpen en los planes y en el ritmo de todos los días.

Recogido por la redacción

Desde hace algunas semanas vengo con varios frentes abiertos, incluso algunos me roban algunas horas de sueño debido a que me desvelo antes de que suene el despertador. Con tantas cosas, me pasa a veces que no sé por dónde empezar y que no alcanza el tiempo para hacer todo.

Se ve que mi cabeza no entendió que era fin de semana y me desperté a las 6 de la mañana. Con algo de enojo por no poder conciliar el sueño me propuse ser amor en todos los momentos y con todos los que pudiera. Quería hacer algunos trabajitos hogareños (porque también me ayudan a despejarme) antes de irme a jugar al fútbol como cada domingo, pero poco después de desayunar mi esposa me pidió ayuda con una tarea pendiente. Me dispuse a ayudarla. Fueron dos horas dedicadas a ella y me quedé muy contento, a pesar que había postergado lo que tenía ganas de hacer.

Terminada esa tarea me fui a jugar al fútbol. Es un momento muy especial para mí, ya que me hace bien física y mentalmente. Decidí ir con una muy buena predisposición, tratando de corregir la experiencia vivida en el partido de la semana anterior, en la que jugué muy enojado, discutí con algunos y lo que debía ser un espacio de esparcimiento y recreación había terminado siendo un momento de mucha tensión.

Lo disfruté muchísimo e intenté transmitir tranquilidad a un rival que estaba muy nervioso y que ante cualquier error o reproche discutía con sus propios compañeros. No logré del todo el cometido, ya que ante una jugada particular se enojó y se fue antes de tiempo.

Al día hice meditación con la parábola del Buen Samaritano, que se detuvo en el camino y dejó lo que estaba haciendo para atender al herido. ¡Cuántas veces miro para el otro lado o solo me concentro en lo que estoy haciendo sin prestar atención a las necesidades de otros!

Tratando de aprovechar a full cada minuto mientras trabajo en casa, me llamó el muchacho que se había ido enojado del partido de fútbol. Jamás había hablado con él fuera de los momentos de los partidos de los domingos. Sentí que tenía que dejar todo. Lo escuché profundamente, él quería saber qué se había dicho de su reacción, ya que todavía seguía enojado con algunos. Intenté acallar todo lo que estaba en mi interior, pedí el Espíritu Santo y me apoyé en mi experiencia de dos domingos atrás, de lo bien que me había hecho a mí recapacitar sobre mi actitud, sobre el sentido del fútbol de los domingos, del disfrute, de la posibilidad de disculparse con quien haya ofendido, etc. Creo que ayudó a que este compañero recuperara cierta paz. Nos reímos con algún chiste y me despidió: “No sé por qué te llamé, pero veo que vos y tu hermano (con quien compartimos este espacio deportivo) son muy buena gente. Voy a parar un poco y tratar de resolver los problemas que tengo para que no me afecten los domingos y la relación con los muchachos”.

Días después vi en el grupo de WhatsApp que reconocía su error, pidió disculpas particularmente y yo sentí que había valido la pena “detenerme en el camino”. Al partido siguiente nos saludamos y en el abrazo me dijo: “Muy buena charla la del otro día. Gracias.” Sentí de agradecer al Cielo, las palabras no habían sido mías. 

De un lector

Detenerse en el camino
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