«Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (Primera Carta a los Tesalonicenses, 5, 16-18).
Pablo escribe a los tesalonicenses cuando todavía vivían muchos contemporáneos de Jesús que lo habían visto y escuchado, testigos de la tragedia de su muerte, del asombro de su resurrección y, luego, de su ascensión. Reconocían la huella dejada por Jesús y esperaban su inminente regreso. Por su parte, Pablo amaba a la comunidad de Tesalónica, ejemplar por la vida, el testimonio y los frutos; y escribe esta carta rogándoles que la leyeran a todos (5, 27). En ella apunta recomendaciones para que sigan siendo los que “imitaron nuestro ejemplo y el del Señor” (1, 6); y que se resume así:
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.
El hilo conductor de estas exigentes exhortaciones no es solo lo que Dios espera de nosotros, sino cuándo: ininterrumpidamente, siempre, constantemente.
¿Pero puede ordenarse por mandato la alegría? Que la vida nos agreda con problemas y preocupaciones, con sufrimientos y angustias, que la realidad social se muestre árida y desagradable es experiencia de todos. Sin embargo, para Pablo hay una razón que podría volver posible siempre “esa alegría” a la que se hace referencia. Él habla a los cristianos y les recomienda tomar la vida cristiana en serio para que Jesús pueda vivir en ellos con la plenitud prometida después de su resurrección. A veces podemos aprender: él vive en quien ama y en quien puede adentrarse en el camino del amor con el desapego de sí, el amor gratuito hacia los demás, aceptando el sostén de los amigos, manteniendo viva la confianza en que “el amor lo vence todo”.
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.
Dialogar entre fieles de diferentes religiones y personas de diversas convicciones lleva a comprender aún más que rezar es una acción profundamente humana; la oración construye a la persona, la eleva.
¿Y cómo rezar ininterrumpidamente? “No alcanza –escribe el teólogo ortodoxo Evdokimov– contar con la oración, con las reglas, con las costumbres; se necesita ser oración encarnada, hacer de la propia vida una liturgia, rezar con las cosas cotidianas” . Y Chiara Lubich subraya que “se puede amar a Dios como hijos, con el corazón lleno de amor por el Espíritu Santo y de intimidad que lleva a menudo a hablar con él, a decirle nuestras vicisitudes, nuestros propósitos, nuestros proyectos” . Hay una manera accesible a todos para poder rezar siempre: detenerse frente a cada acción o poner el objetivo de un “para ti”. Es una práctica sencilla que transforma desde adentro nuestras actividades y toda nuestra vida en una constante oración.
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”.
En todo hay que dar gracias. Es la actitud libre y sincera del amor que reconoce a quien, silenciosamente, sostiene y acompaña a los individuos, los pueblos, la historia, el cosmos. Con el agradecimiento hacia los demás que caminan con nosotros y que se vuelven conscientes de no ser autosuficientes.
Gozar, rezar y rendir gracias, tres acciones que se acercan para ser como Dios nos ve y nos quiere, y que enriquecen nuestra relación con él; en la confianza de que “el Dios de la paz los santifique plenamente”.
Así nos prepararemos a vivir la alegría de la Navidad para mejorar el mundo, para ser constructores de paz dentro de nosotros mismos, en casa, en el trabajo, en las calles. Nada es hoy más necesario y urgente.
Victoria Gómez y el equipo de Palabra de Vida