Editorial
Portales de internet, redes sociales y noticieros de televisión estuvieron invadidos a fines de mayo con imágenes del jugador brasileño del Real Madrid Vinicius Jr. peleándose con simpatizantes del equipo rival, Valencia, luego de que buena parte del estadio le dedicara cantos discriminatorios y xenófobos en un partido por la Liga Española de Fútbol. Las lágrimas de impotencia que caían sobre el rostro del futbolista recorrieron el mundo en un instante y reflejaron la violencia y odio que todavía reina en algunas personas frente a aquel que es diferente o extranjero.
Este vergonzoso episodio, potenciado mediáticamente, no es muy diverso a lo que millones de personas “anónimas” han vivido o viven cotidianamente al llegar a una tierra desconocida, sea de manera forzada por múltiples razones causantes del exilio de su patria o por elección de nuevas oportunidades de progreso.
En nuestras calles, medios de transporte, trabajos, universidades nos cruzamos permanentemente con migrantes que pueden estar cargando valijas de soledad, miedos e incertidumbres, como también llenas de compañía, esperanzas y confianza en un próspero porvenir.
En estas páginas encontraremos reflexiones acerca del fenómeno migratorio en algunos países de nuestra región y experiencias que conmueven. Es difícil, aunque necesario, empatizar con aquel que vive sus días lejos de su tierra. Si contemplamos el origen de la palabra “extranjero”, en algún sentido todos nos hemos sentido “fuera”, “extraños”, frente a una realidad vivida. Y si a eso le agregamos la distancia física con nuestras raíces el sentimiento sin dudas se agudiza. De alguna manera todos somos migrantes porque lo fueron nuestros antepasados y porque todos estamos de paso en esta tierra.
Erich Fromm, en su magnífica obra El arte de amar, asegura que por amor fraternal “se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover la vida. A esta clase de amor se refiere la Biblia cuando dice: ama a tu prójimo como a ti mismo. El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno”.
Así como el pobre valora la caricia de la mano del donante, el migrante (sobre todo el que llega desprovisto de lo material) no sólo necesita una ayuda y asistencia sino también de una mirada que revalorice su identidad, que le permita ser reconocido por lo que es, con su cultura, con su historia, con su presente. “Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”1 son acciones que no podemos postergar.
La humanidad de hoy y fundamentalmente las corrientes migratorias nos invitan al desafío de “abrazar” al que migra, al que cambia su residencia, al que se mueve dejando mucho más de lo que a veces podemos dimensionar. El reto es dilatar el corazón. Y en esa tarea puede ayudarnos otro Arte de Amar, el que propone Chiara Lubich: amar a todos, tomando la iniciativa, amando al otro como a uno mismo, haciéndose uno con quien sufre o gozando con la alegría del otro, amando al enemigo o a quien es totalmente distinto de mí. Entonces ese amor llegará a ser recíproco y encontraremos un corazón ensanchado, comprobando que todos somos migrantes en esta Casa Común •
1. Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2018.
Siempre edificantes estas notas.Extraño la versión en papel de la revista que me acompañaba en mis viajes en tren y colectivo.Saludos a quienes hacen Ciudad Nueva.