Educar para la paz

Atractivos de un carisma

Por Sonia Vargas Andrade (Bolivia)

hiara Lubich recibió el Premio Unesco por la Educación para la Paz en 1996, fue el primer reconocimiento internacional a su labor en la promoción del diálogo y la fraternidad. En su discurso, destacó la importancia de la unidad y la fraternidad como caminos esenciales para la paz, subrayando que el diálogo entre culturas y religiones es clave para la construcción de un mundo más justo y solidario. Lubich enfatizó que la paz no es solo ausencia de conflicto, sino el resultado de relaciones basadas en el amor recíproco y la dignidad de cada persona. Este camino de reconciliación y paz comienza reconociendo a Dios como Padre amoroso:

El Movimiento es un instrumento para fomentar en esta época –junto a muchas otras beneméritas y valiosas organizaciones– la unidad y la paz en nuestro planeta (…) Se trata de una nueva línea de vida, de un estilo nuevo adoptado por millones de personas que, inspirándose fundamentalmente en principios cristianos –sin abandonar, más aún, evidenciando valores paralelos presentes en otros credos y culturas diferentes– ha dado a este mundo, necesitado de reencontrar y de consolidar la paz, justamente paz y unidad. Se enfoca en una nueva espiritualidad actual y moderna: la espiritualidad de la unidad.

Pero, ¿la paz y la unidad que se construye son de actualidad? Como todos sabemos y podemos constatar, hoy el mundo está caracterizado por tensiones: entre sur y norte; en el Oriente Medio, en África; guerras, amenazas de nuevos conflictos, y de otros males típicos de nuestra época. No obstante, hoy paradójicamente, parece que el mundo tiende a la unidad y por lo tanto a la paz: es un signo de los tiempos.

En este contexto es en el que debe verse también el Movimiento de los Focolares y su espiritualidad. Ésta no sólo es vivida individualmente, sino comunitariamente. En efecto, tiene una dimensión comunitaria extraordinaria. Ahonda sus raíces en algunas palabras del Evangelio, que se engarzan la una en la otra. Cito aquí solamente algunas. En primer lugar, presupone, para los que la viven, una profunda consideración de Dios por lo que Él es: Amor, Padre. ¿Cómo podría pensarse en la paz y en la unidad en el mundo sin la visión de toda la humanidad como una única familia? ¿Y cómo verla de esta manera sin la presencia de un Padre de todos? Requiere, pues, que abramos el corazón a Dios Padre, que no abandona a sus hijos a su propio destino, sino que los acompaña, los protege, los ayuda; que, conociendo al ser humano en lo más íntimo se ocupa de cada uno, en todos los detalles; cuenta hasta los cabellos de su cabeza… que no pone sobre sus espaldas cargas demasiado pesadas, sino que es el primero en llevarlas. No deja únicamente en manos de los hombres la renovación de la sociedad, sino que Él mismo se ocupa. Creer en su amor es el imperativo de esta nueva espiritualidad; creer que somos amados por Él personalmente e inmensamente. Creer. Y entre las mil posibilidades que la existencia ofrece, elegirlo a Él como Ideal de la vida1.

1- Chiara Lubich, Premio Unesco para la educación a la paz, París, 17 de diciembre de 1996

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