Desafío – Patricio tiene 28 años y decidió algo inusual para los tiempos que corren, y mucho más para alguien de su edad: escribir una carta de su propio puño y letra, y enviarla por correo a un amigo. La experiencia de un joven encontrándose con la pluma, el papel y la aventura de redactar a mano. Desde Australia, donde vive actualmente, se animó a lo no instantáneo, a pensar de una manera distinta lo que diría, a esperar que su carta cruzara el océano.
Ernesto Sábato, autor argentino de libros como El túnel, Sobre héroes y tumbas o Uno y el Universo, dice: “En el arte no existe el progreso, el Ulises de Joyce no es mejor que el Ulises de Homero, es distinto”.
El día de hoy, esa frase de Sábato resonó en mi cabeza mientras leía una carta que mi abuelo le había escrito a su prometida, cuando él se encontraba viviendo en Argentina y mantenían una relación a distancia. En esa carta logré percibir un cálido y genuino mensaje de amor, junto a una imperiosa necesidad de hacerse sentir presente desde la lejanía, a muchos kilómetros de distancia. Me pareció increíble que una carta escrita hace setenta años pudiera aún conmocionar y llamar la atención al ser leída. Creo que los mensajes o cartas que se pueden enviar hoy en día no generan el mismo impacto que aquellos de antaño.
En esas cartas se lograba leer un mensaje escrito con dedicación y esfuerzo, se veía un mensaje real, verdadero, cargado de valores y sentimientos. Incluso a través de la caligrafía se podía percibir si uno estaba frente a un escritor delicado o tosco. Hoy en día, para comunicarse con sus pares, las personas utilizan aplicaciones a través de sus celulares inteligentes o computadoras, que les permiten hacer llegar sus mensajes en cuestión de segundos y enviar una cantidad ilimitada. Posiblemente, en este último tiempo, al momento de comunicar, hemos optado por inclinar la balanza del lado de la cantidad, en lugar de la calidad.
Tras experimentar un mar de emociones al leer la carta de mi abuelo y descubrir algunas falencias en nuestros métodos de comunicación actuales, decidí escribir de puño y letra una carta a un querido amigo, con el objetivo de enviar un mensaje sentido y de poner a prueba este ejercicio. Actualmente, me encuentro viviendo en Australia, a donde llegué hace unos meses, y es desde aquí que decidí contactarme de esa manera con mi amigo. Durante la redacción me encontré inmerso en un mundo de tinta y papel, del cual no podía salir, ni quería hacerlo. Los trazos negros de la pluma fuente me han hecho viajar y escribir palabras que, en conjunto, formaron párrafos enteros, a la par de la música inconfundible que produce la presión del plumín contra la áspera superficie de la hoja. Posiblemente, la ausencia de pantallas cegadoras que agotan la vista y estimulan por demás el cerebro, ayudó a hacer mejor este proceso.
Tengo 28 años y no estoy en contra del uso de las computadoras o dispositivos electrónicos para escribir, sería bastante hipócrita de mi parte hacerlo. Pero, a partir de esta experiencia de redactar una carta de puño y letra, y tomarme el tiempo para realizar todo lo que eso conlleva, pensar las palabras y en mi amigo destinatario, llegué a la conclusión de que no debe perderse este arte, debido a todo lo bello que nos brinda y logra transmitir. Yendo a la frase del principio, del maestro y autor Ernesto Sábato, pienso que la escritura a mano no es mejor ni peor que las demás, simplemente es distinta.
Patricio Sacco