Cuento – Adaptación de una leyenda africana

Por Miriam Pina

Érase una vez una chica llamada Karabá. Muy bella e inteligente, era una líder nata y sentía un gran amor por su pueblo. Durante siglos, su pueblo había vivido en paz. Los ancianos de la tribu se reunían a la sombra de un viejo baobab y, bajo ese árbol sagrado, establecían acuerdos y normas para el bienestar de la comunidad.

Un día, salió a buscar agua y nunca volvió. Sus padres la buscaron sin descanso, pero al cabo de muchos días se convencieron de que su hija había sido devorada por algún depredador y, con gran tristeza, renunciaron a la búsqueda y realizaron los ritos funerarios según su tradición.

Después empezaron a ocurrir cosas extrañas: los jóvenes nativos empezaron a desaparecer, el manantial se secó, los animales murieron, se perdieron plantaciones enteras y la comida ya no alcanzaba para todos.

Justo cuando la esperanza pendía de un hilo, nació un niño con cualidades extraordinarias. Para asombro de todos, el niño salió del vientre de su madre sin ayuda, y pronto empezó a hablar hasta por los codos:

– ¡Me llamo Kiriku! Madre, ¿dónde está mi padre? ¿Y mis tíos?

– Fueron a luchar contra la hechicera que nos secó el manantial, replicó la madre, descorazonada. – Ahora son prisioneros. Mi hermano pequeño se escapó y llegó ayer, contando una historia muy extraña: cree que la malvada hechicera es Karabá, nuestra prima desaparecida.

Inmediatamente, Kiriku fue a llamar a su tío para enfrentar a Karabá, pero el joven guerrero se negó:

– ¡Vuelve a casa, Kiriku! – gritó el chico. ¡Eres listo, pero no eres más que un mocoso que ni siquiera sabe sostener un arma! ¡Con un golpe de la hechicera estarás muerto!

Kiriku no insistió, pero tampoco se dio por vencido y, disfrazado, se dirigió a la fortaleza de Karaba. Al verla, el niño se asombró y pensó: “¿Cómo puede una persona tan hermosa hacer tanto daño?

La hechicera se percató de su presencia y se burló de su tamaño con una risa siniestra. Kiriku, que no tenía miedo a nada, la miró directamente a los ojos y le preguntó:

– ¿Por qué te has convertido en una persona malvada?

Karabá, enfurecida por su insolencia, envió a sus guardias a detenerlo, pero escapó fácilmente por entre las piernas de los corpulentos hombres.

En casa, Kiriku preguntó a su madre por qué Karaba se había vuelto malvada.

– Solo su abuelo puede responder a esa pregunta, le aseguró su madre.

Kiriku adquirió alas en los pies y corrió hacia la cabaña de su abuelo, que vivía solo en medio del bosque. Tras saludarle con el respeto debido a los mayores, le hizo la pregunta que le preocupaba:

– Gran Padre, ¿por qué Karaba se volvió mala?

El sabio le explicó que la joven había sido herida por unos malvados que le clavaron una espina envenenada en la espalda. Desde entonces, sufría dolores atroces día y noche, así como horribles pesadillas cuando podía dormir. Por ello, se había vuelto intolerante y agresiva. Solo alguien con un corazón bondadoso y mucho valor podría quitarle la espina y liberarla de ese tormento.

Sin demora, Kiriku regresó a la fortaleza y, eludiendo a los guardias, subió las escaleras. Con mucho cuidado, llegó a la habitación donde dormía la hechicera. Más que rápido, mordió la enorme espina clavada en la espalda de la chica, extrayéndola con todas sus fuerzas. Karabá gritó y se puso en pie de un salto. Por fin libre del dolor, su rostro se iluminó con una sonrisa. Tomó a Kiriku en brazos y le dio un beso como muestra de gratitud.

En ese momento, arrebatado por una fuerza inexplicable, el niño empezó a crecer hasta alcanzar el tamaño de Karabá.

La cadena del mal se interrumpió, y en el mismo instante se levantó la maldición que había golpeado al pueblo y se rompieron las cadenas de los prisioneros. Regresaron a la aldea guiados por Kiriku y Karabá, por fin de vuelta con su familia. La alegría fue tal que la fiesta continúa hasta nuestros días •

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*Adaptación del cuento publicado en portugués en la revista Cidade Nova.

El secreto de Karabá, la hechicera
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