Ciencia – Si alguien tiene poca empatía, ¿significa que no hay espacio para mejorar? Experimentos científicos de los últimos diez años han demostrado interesantes aportes sobre la capacidad de entrenar el cerebro y ejercitarlo en la compasión.
por Catherine Belzung (Francia)*
La sociabilidad se ve facilitada por nuestra capacidad de interpretar las emociones, los pensamientos, las creencias y las intenciones de los demás. Incluye un aspecto cognitivo que permite, por ejemplo, comprender que otros pueden tener puntos de vista diferentes de los míos y que se conoce como “teoría de la mente”; incluye otro aspecto, el afectivo, que permite compartir los sentimientos de los demás, resonar con ellos y que es llamado “empatía”. La empatía puede conducir a la motivación para ayudar a otras personas, y esto se conoce como “compasión”. También puede conducir a una “angustia empática”, que puede producir estrés y agotamiento. Los estudios realizados por psicólogos han demostrado que las personas que experimentan compasión ayudan más que aquellas que muestran una gran angustia empática.
La pregunta que surge, entonces, es si estos fenómenos son naturales. Es decir, si tienen una base biológica. Se han llevado a cabo miles de experimentos utilizando neuroimágenes funcionales mientras sujetos humanos experimentaban la teoría de la mente, la empatía o la compasión, y se ha demostrado que estas experiencias involucran redes cerebrales específicas. Por ejemplo, empatizar con otra persona provoca la activación de redes cerebrales que también se conectan con la experiencia en primera persona de estas emociones. Es decir: las áreas del cerebro que se activan cuando siento dolor, también se activan cuando veo a alguien experimentar dolor. Estas áreas del cerebro son la corteza cingulada anterior y la ínsula anterior.
Sin embargo, la activación de estas áreas cerebrales durante la experiencia de empatía es variada: algunas personas tienen una activación más alta y esto se asocia con una empatía alta, mientras que otras tienen una activación pobre y una empatía pobre. La pregunta que surge entonces es si esto se puede cambiar. Si alguien tiene poca empatía, ¿significa esto que no hay espacio para mejorar?
En los últimos diez años, los experimentos proporcionaron datos interesantes al respecto. Por ejemplo, una persona ve repetidamente a otras personas que sufren dolor físico. A lo largo de esa experiencia, esa persona mostrará una mayor actividad en la ínsula y la corteza cingulada, y esto se asocia con angustia. Sin embargo, después del entrenamiento de la empatía, es posible habituar a una persona a la compasión pidiéndole que visualice a alguien y que cultive la benevolencia hacia esa persona. Primero, el otro que se visualiza es un amigo, pero después de un poco de entrenamiento se le pedirá a la persona que visualice a extraños y, finalmente, enemigos. Al hacerlo, las personas aprenden a experimentar bondad hacia todos los seres humanos, y se ha demostrado que esto aumenta el comportamiento altruista.
¿Qué se observa en el cerebro de las personas entrenadas? ¿Se mantiene como estaba antes del entrenamiento? La respuesta es que no. Después del ejercicio de la compasión se observó un aumento en las áreas del cerebro relacionadas con el placer (cuerpo estriado ventral y corteza orbitofrontal) y una disminución de la actividad en las áreas involucradas en el entrenamiento empático que causan angustia. Esto sugiere que ayudar a los demás refuerza nuestra capacidad de ser empáticos. Este cambio en la actividad cerebral es posible a través de un fenómeno llamado “plasticidad cerebral”.
Así, nuestra capacidad de preocuparnos por los demás y ayudarlos puede ser estimulada por la práctica, y esto se traduce también en cambios en nuestro sistema biológico. Por lo tanto, hay espacio para la esperanza: si a las personas de nuestro edificio, de nuestros pueblos, de nuestras ciudades se les propone este tipo de formación en la vida cotidiana, ¡se hace posible una nueva sociedad basada en la fraternidad y la amistad! •
*Catherine Belzung es profesora titular de Neurociencias en la Universidad de Tours (Francia), miembro senior del Institut Universitaire de France desde 2014 y presidenta de iBrain .
Me gustó mucho la nota, muy interesante la relación emocional y biológica. Estudios y conocimientos como los mencionados, considero que nos plantean la importancia de la educación e inteligencia emocional en la sociedad.
Tremenda herramienta para socializar que se contrapone a «@lavida es una lucha» vamos que se puede!