Migraciones en Chile – En las últimas décadas Chile ha vivido la llegada de inmigrantes provenientes de Perú, Haití y, más recientemente, Venezuela. Presentamos un panorama de la realidad de un país en el que coexisten culturas diversas y que aprenden a convivir.

Por Julio Gulin (Chile)*

Todos los países que se formaron después de la llegada de los viajantes del “viejo mundo” están constituidos de una mezcla de etnias, acompañadas de sus culturas, que dieron origen a los pueblos del llamado “nuevo mundo”. Las etnias y culturas que ya estaban presentes en América, también fueron asimilando cultural y genéticamente muchas características que formaron nuevas culturas, nuevos modos de ver el mundo y la vida. Nuevos modos de preparar alimentos, nueva sazón. Mezclas de estética y de lenguaje que hoy en día son consideradas identidad nacional en varios países de nuestro continente, son en realidad síntesis de muchísimas fuentes diferentes.

Las migraciones hacen parte de la historia de la humanidad y aunque hoy en día muchos lo miran como un “fenómeno” nuevo. De nuevo tiene bien poco. Lo que hoy se conoce como Chile fue formado por la migración deseada o impuesta que al encontrarse (por usar una palabra amena) con los pueblos originarios, se fue adecuando, creciendo y sigue en continua transformación.

Las migraciones históricas en Chile, la española primero, la italiana, croata, alemana y palestina después, sólo para nombrar algunas, dejaron su marca en la sociedad, en la arquitectura y en la cultura culinaria. Las migraciones más recientes, que se trasladan escapando de situaciones políticas y económicas, eligen a Chile por su estabilidad económica y posibilidad de crecimiento.

En los años ´80 la situación económica en Perú se agravó y se calcula que más de medio millón de peruanos y peruanas (que en el siglo pasado habían recibido la fuerte migración china), dejaron su país para emigrar a Europa, Norteamérica, Asia y otros países de Latinoamérica. Más tarde, desde aproximadamente 2010, pese a que el flujo migratorio estaba disminuyendo, se incrementó la llegada de ciudadanos de Perú a Chile y constituyeron la mayor comunidad extranjera residente en Chile entre 1992 y 2015. Hoy en día, se siente casi “natural” la presencia peruana. Los restaurantes de su comida pululan por todo el país. Su acento característico ya casi no llama la atención. Fue una migración caracterizada por ser prevalentemente “femenina”. Mujeres dejaban sus familias para venir a Chile a trabajar como “nanas”. Eran y son bien recibidas por las familias chilenas acomodadas, por su pulcritud, educación, buen lenguaje y buena mano en la cocina. Desde Chile mantenían a sus familias que habían permanecido en Perú, a costa de su soledad, hasta poder traer hijos y esposos o volver a su país de origen.

Casi paralelamente, desde Venezuela empezó la gran migración en búsqueda de mejores condiciones de vida. Se calcula que un millón y medio de venezolanos se fueron de su país.

Los países de destino eran muy variados, pero, nuevamente, Chile resultaba una meta bastante atractiva. En pocos años superaron en número a los peruanos y pasaron a ser la principal nacionalidad de migrantes en el territorio chileno. Tanto que en 2019, y dado el incremento de ciudadanos venezolanos que estaban ingresando desde las fronteras terrestres y aéreas, el gobierno ha establecido la necesidad de una visa consular de turismo, provocando una caída del 80% del ingreso venezolanos a Chile. A pesar de este decrecimiento, causado también por la pandemia del Covid-19, hoy hay aproximadamente medio millón de venezolanos en el país.

Por su parte, los haitianos, después del terremoto de 2010, ayudados por las tropas chilenas de estabilización, se fueron acercando a la población militar y empezaron a mirar a Chile. Comenzaron a llegar en masa. En ocasiones arribaban aviones enteros “invitados” por la industria de la construcción, pues hacía falta mano de obra que ya no se lograba suplir con los trabajadores nacionales.

Este fuerte flujo migratorio empezó a generar malestares entre algunos sectores de la sociedad chilena. Esta sensación de “invasión” que, supuestamente, venía a sacar puestos de trabajo o a colapsar los sistemas públicos de salud, fue suscitando una xenofobia latente, y, hay que decir, también porque la población de Haití llamaba más la atención por su color de piel y porque no hablaban castellano.

Se hacía cada vez más fuerte la necesidad de regular y controlar la llegada de extranjeros (o al menos de ciertos extranjeros). En 2019, el gobierno comenzó a exigir a los haitianos una visa consular de turismo para ingresar a Chile.

De acuerdo con la información del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), al 31 de diciembre de 2021 la población extranjera que reside en Chile corresponde a 1.482.390 personas, lo que equivale al 7,5% de la población total del país. Esta cifra implica un alza de 1,5% en comparación con 2020, y de 14,1% en relación con 2018. Eso sí, cabe destacar que la cifra se basa en trámites migratorios, por lo que sólo se incluyen personas en situación de regularidad. Pero la estimación es que actualmente, en 2023, este número es mucho más grande y se habla de hasta 2 millones de extranjeros.

La ley de migración en Chile era del año 1975 y necesitaba una actualización a la nueva realidad. La propuesta de la nueva ley estuvo en elaboración por más de 8 años, pasando por los gobiernos de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Finalmente fue promulgada el 11 de abril de 2021, pero para que pudiera ser aplicada necesitaba el reglamento y este solo fue publicado en febrero de 2022.

La principal novedad de esta ley es que no se puede hacer cambio de categoría migratoria estando dentro del territorio nacional. Es decir, si un extranjero entra como turista no podrá solicitar una visa de residente, lo que estimula así la solicitud de visa de residencia previa a la llegada. Además se creó el Servicio Nacional de Migraciones, órgano que tiene a cargo todo el visado de extranjeros, cambiando el procedimiento que antes se hacía en los consulados chilenos.

Se ha prometido que los trámites serían mucho más expeditos (había esperas de hasta 6 meses para la aprobación de una visa) y que todo marcharía de modo más regular. Pero el actual Servicio Nacional de Migraciones ha heredado un historial de trámites migratorios atascados por años y aún hace falta al ponerse al día. Así que sigue demorando mucho hacer los trámites, hay desinformación, y el formato online (sin atención presencial) crea mucha inseguridad y errores al postular a una visa de residencia.

Para completar la problemática, actualmente el Registro Civil está sobrepasado y una vez que se consigue la visa y se ingresa a Chile, se debe esperar al menos un par de meses para poder tener el documento de identidad chileno. Esto dificulta mucho los trámites de afiliación al sistema de salud, contratación de servicios e inclusive arrendar una vivienda.

Como consecuencia de la nueva ley, apenas se pudo viajar de nuevo y las personas empezaron a entrar al país por pasos no habilitados. Como no es posible regularizar la situación migratoria de quienes entran así, actualmente hay en Chile una considerable población de irregulares (no se usa más la palabra “ilegal”, oportunamente) que igualmente consiguen trabajos pues el mercado laboral sigue necesitado. Muchos tienen ocupaciones informales, pero no pueden obtener un documento y están desamparados por la ley. No se sabe muy bien el número de personas en esta situación, pero hay estimaciones de que son alrededor de 40.000.

El gobierno actual enfrenta entonces el enorme desafío de poner en orden la casa, atender a la presión de los que ponen en evidencia el caos y piden medidas drásticas. Por otro lado, están los que luchan por los derechos humanos y, por otro, está la crisis humanitaria de las fronteras terrestres, donde gran número de migrantes irregulares quieren salir de Chile pasando por la frontera de Perú, pero no les permiten por no tener documentos válidos.

Algunos hechos de delincuencia y el asesinato de policías por mano de algún extranjero han puesto aún más fuertemente la atención sobre la problemática, generalizando negativamente la presencia de los extranjeros.

Los haitianos, ya hace un par de años, empezaron a irse de Chile. La falta de integración con la sociedad es la motivación de fondo. También muchos venezolanos están emprendiendo vuelo a otros destinos, algunos inclusive regresan a su país de origen, pese a que la situación “no se ha arreglado” como dicen.

Por otro lado, varios extranjeros ya están totalmente instalados y agradecen la oportunidad de empezar de nuevo en tierra extranjera. No solo se trata de profesionales que consiguieron buenos empleos en Chile, sino también de los que, por su esfuerzo y capacidad de adaptación, lograron establecerse de modo digno.

Tal vez solo por visión de mercado, de a poco se va abriendo espacio a lo diferente. Ampliando ofertas, atendiendo a demandas, creando espacios de interés común. Un ejemplo simple pero significativo: actualmente en todo supermercado se encuentra harina para hacer arepas (comida venezolana) y otras especialidades, aún novedosas para los chilenos y chilenas.

La historia se repite y entre dificultades, prejuicios, recelos y esperanza la sociedad va aceptando y adaptándose a compartir y construir juntos. Sigue viva la esperanza de que nos acerquemos a aquella idea, tan cristiana, de una Casa Común, donde todos son hijos de un único Padre y, por lo tanto, hermanos entre sí •

*El autor es Coordinador de Comunidad Internacional de la Universidad Católica de Chile, y Miembro del directorio del Instituto Católico Chileno de Migración.

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