De la vida cotidiana – Dos experiencias simples convertidas en extraordinarias por el amor impregnado en cada acción.

Recogidos por la redacción

Queda solo el amor

Recibí un WhatsApp de una persona cuyo nombre no reconocí. Decía que tenía muchas ganas de saber de mí. Supuse que sería una exalumna pero, para mi sorpresa, resultó ser una señora con quien había compartido clases de baile cuatro años atrás. Me llamó poderosamente la atención, ya que en el grupo éramos más de 50 y con ella había cruzado muy pocas palabras, algún saludo, alguna que otra conversación previa a la clase, pero no mucho más.

Inmediatamente le contesté con un audio contándole algo de mi vida en este tiempo. Ella, a su vez, me envió un audio muy extenso en el que, entre lágrimas, me contó que había perdido a sus padres en el lapso de un mes y que en este momento estaba en un pozo depresivo.

Fue un gran shock para mí escuchar todo lo que me relataba. No entendía por qué me había elegido para confiarme su vida después de tantos años. Pero enseguida sentí dentro de mí: “que nadie pase a tu lado en vano”. Superando todos mis respetos humanos le envié la frase que diariamente me llega para intentar poner en práctica en la jornada. Justamente hablaba de “recomenzar” después de cada derrota, volver a sonreír incluso durante el llanto. Fue muy grande su emoción y aún más grande su agradecimiento.

Sentí una enorme felicidad y pude comprobar, una vez más, que si uno se acerca al hermano con amor, no importa lo mucho o poco que podamos haber compartido, queda solo el amor.

María del Carmen Bernal de Etcheverry  

El valor de los pequeños gestos

Al regresar a casa a la nochecita, con mi señora, luego de una jornada cargada de actividades, advertimos que sobre la cabina del gas que se encuentra a la entrada había una billetera con dinero.

Inicialmente pensamos que se trataría de un descuido de alguno de nuestros hijos, que habrían salido a comprar algo y se la olvidaron allí. Pero no era así. Entonces recordamos que esa tarde había pasado por casa el sodero y advertimos que debía ser el dinero del reparto de ese día.

Nos pusimos a pensar con mi familia cómo avisar en la sodería que esta persona había olvidado la billetera para que pasara a buscarla, sin que esta situación lo perjudicara en su trabajo, ya que no contábamos con su teléfono personal sino con el de la empresa.

Al día siguiente mi señora llamó a la empresa y pidió que por favor le avisaran al repartidor que pasara por casa, porque se había olvidado algo.

Por la tarde, este joven se acercó a nuestro domicilio y se mostró muy agradecido, incluso emocionado por el gesto, y nos comentó que tanto a él como a otros compañeros de su trabajo les había ocurrido esto, pero que era la primera vez que podían recuperar sus pertenencias. Nosotros le explicamos que es algo natural no quedarnos con nada que no fuera nuestro, sobre todo, conociendo los esfuerzos que todos realizamos durante nuestra jornada laboral.

Nos explicó que el día anterior había buscado la billetera por todos lados y que había tenido que acudir a ahorros familiares para poder pagar la recaudación al finalizar su horario de trabajo. 

Para nosotros, el valor más grande de ese momento fue el compartir la felicidad con esta persona; felicidad no solo por la recuperación del dinero, sino también por el gesto de nuestra parte.

Carlos Pelayes

En los pies del otro
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