Editorial
Durante el mes de junio, y aún al cierre de esta edición, el mundo estaba en vilo frente al conflicto bélico entre Israel e Irán y del cual tomó parte activa Estados Unidos, generando el temor por una posible escalada de ataques e intervención de otros países. Han sido semanas de expectación, de intentar comprender las razones y argumentos que daban unos y otros para semejante despliegue militar, apoyadas en diferentes y mutuas acusaciones sobre la tenencia de armas nucleares. Todo sucedía mientras gran parte de la humanidad seguía los acontecimientos en tiempo real, a través de las redes y los medios de comunicación.
La situación en Medio Oriente, si bien fue el gran foco de atención en este tiempo, no es la única que habla de aquella “Tercera Guerra Mundial por partes”, como la supo describir el papa Francisco, y que ahora parecía acrecentar las posibilidades para que se desatara concretamente. En realidad, existen más de 50 conflictos armados en todo el planeta, según los datos dados a conocer en mayo por el Instituto para la Economía y la Paz, con sede en Australia. Entre ellos, el que tiene a Ucrania y Rusia como protagonistas; el de Sudán, un verdadero desastre humanitario; la tensión entre India y Pakistán; y la lista continúa.
Para quienes estamos de este lado del mundo pueden parecer problemas ajenos, lejanos, que no repercuten en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, las consecuencias económicas, políticas y por ende sociales inevitablemente también se producen con el correr del tiempo. No obstante, si miramos el presente, convivimos con otros dolores de la humanidad que nos rodea. En nuestras ciudades podemos ver cómo la pobreza y la desigualdad se hacen presente en cada esquina, con gente viviendo en la calle, a la espera de que “un buen samaritano” se detenga y ofrezca un plato de comida o un abrigo para protegerse del frío.
Frente a esta realidad, surge con fuerza la pregunta: ¿qué puedo hacer yo? Es la inquietud que nos atraviesa y por eso intentamos en estas páginas dar pistas sobre cómo comprometernos delante de un presente que nos golpea fuerte. Y en esa búsqueda en la que seguramente podrán asomar respuestas de las más creativas, nos encontramos con múltiples “samaritanos”, no aislados sino unidos, que se entregan a los más necesitados a través de diferentes iniciativas y acciones que nos hablan de personas jugadas, que se “arremangan y embarran” por quienes tienen al lado.
Esa humanidad existe. Se hace presente. Está quien puede ayudar con las manos, quien puede hacerlo con el corazón, con el bolsillo o simplemente con una oración. Todo suma en esta desafiante tarea de hacer del planeta un lugar para todos. Y ahí estás tú, estamos todos, respondiendo a esa simple e interpelante pregunta: ¿qué puedo hacer yo? Un montón. Empezando por ser constructores de paz, en nuestro interior primero, para luego llevarla a cada uno con quien nos encontramos •



