«Infosfera» – El creciente interés por la cuestión ecológica afecta también de lleno al sector de la información. El problema del exceso de datos en circulación.
Por Michele Zanzucchi (Italia)*
La sucesión de catástrofes “naturales” (en parte, causadas por la explotación imprudente de los recursos naturales por parte del ser humano) y el desarrollo tecnológico digital de las últimas décadas, con una capilaridad hasta ahora desconocida, han llevado a toda la humanidad, en algunos lugares más y en otros menos, a ocuparnos y preocuparnos del futuro de nuestro planeta, gracias al uso de los medios de comunicación. En Suecia más que en Rusia, en Japón más que en Afganistán. La información digital y las redes sociales, de hecho, han dado alas a un movimiento esencialmente juvenil, porque las nuevas generaciones están mucho más interesadas en un futuro incierto que afecta sólo relativamente a las generaciones anteriores.
No podemos pensar en el rápido crecimiento de la cuestión ecológica en el futuro del planeta sin considerar la cuestión tecnológica y sus consecuencias en nuestras vidas. De hecho, el desarrollo tecnológico, junto con los numerosos inventos útiles que ha traído consigo, se encuentra entre las principales causas de la degradación de la calidad de vida en nuestra Tierra y de la dificultad para darse cuenta de que el llamado progreso tecnológico tiene costos. El interés de los medios de comunicación por la ecología tiene, por tanto, tres características: es generalizado, está dirigido a los jóvenes y está relacionado con el desarrollo tecnológico.
Para intentar comprender estas complejas relaciones entre hombre, naturaleza y tecnología elegimos, entre los muchos posibles, un aspecto del vínculo entre información y ecología, una entrada al problema que nos ayudará a encontrar elementos más generales de reflexión y formación. Me refiero al problema del exceso de datos en circulación, lo que, usando un anglicismo, se podría llamar Data Flood: enormes masas de datos se procesan a cada momento gracias a miles y miles de millones de operaciones que, sin embargo, tienen un coste en recursos, tanto humanos como naturales, tanto económicos como tecnológicos, así como numerosos y graves efectos sobre el ser humano, tanto físicos como psicológicos, con consecuencias también sobre el pensamiento y la visión del mundo.
Estos datos pesan mucho, tanto porque para almacenarlos se utilizan servidores ávidos de energía y de agua (para enfriarlos), como para nuestra mente, que se encuentra desprevenida, si no perdida, ante ellos, con la impresión de que una ola está a punto de estrellarse contra nosotros. No en vano la atención de las grandes empresas digitales se centra en programas que nos permitan salir del Data Flood. Y no en vano la atención de los legisladores de todo el mundo, especialmente a ambos lados del Atlántico, está ocupada por la necesaria protección de la confidencialidad, de la privacidad, de nosotros los humanos que navegamos por Internet como un nuevo Ulises, que no sabemos dónde terminaremos alguna vez. Lo cierto es que los miles de millones de objetos informáticos que hoy en día existen en nuestro mundo tienen un ID (identidad numérica) que les atribuye la ICANN (organismo que gestiona las raíces de Internet), y producen cada día una montaña fluida de datos que corre el riesgo de envolvernos y sumergirnos. La Inteligencia Artificial (IA) pretende “dominar” esta masa de datos, pero aún no está claro si esto es cierto.
Es obvio, siempre debemos tener presente que la visión debe ser global, diría holística: todos vivimos en una infosfera, en la que los seres humanos individuales, así como los medios de comunicación individuales, interactúan de una manera extremadamente compleja, de manera sorprendente y, por ende, casi independientemente de la voluntad de quienes las inventaron. Luciano Floridi ha realizado un trabajo serio sobre la infosfera (Pensar la infosfera, Editorial Raffaello Cortina, Milán 2020): en él, el filósofo de la ciencia destaca cómo la infosfera debe guiarse con una visión global que los algoritmos no pueden dar. La sociedad misma debe ser “rediseñada” porque los medios digitales tienen un potencial para las relaciones entre humanos y entre humanos y máquinas que no tiene precedentes en la historia de la humanidad. La forma de desarrollo de la cultura digital, señala Floridi, es el simple copiar y pegar, lo que crea algunos problemas debido a los posibles errores que conlleva este método.
Sin embargo, dejemos de lado cualquier sospecha de teorías conspirativas: la infosfera no tiene una guía única, no hay lobbies que regulen toda la información del mundo, no existe una visión de conjunto que pretenda someter a toda la humanidad a la voluntad de un dictador todopoderoso, las vacunas no son instrumentos químicos de una mente perversa y las computadoras no sirven para convertirnos en soldados de plomo. Pero ciertamente sujetos de diferente naturaleza pueden ocupar espacios y crear nichos de poder en la infosfera.
Ciertamente, como afirma Vincenzo Fano, profesor de Filosofía de la Mente, la invención del lenguaje, en la noche de los tiempos, ha planteado a la sociedad humana una serie de problemas de interpretación, gestión de la violencia, justicia y ética muy similares. Los que hoy están provocando la revolución digital, los algoritmos y la inteligencia artificial. Este hecho sería una fuente de esperanza, según Fano, porque la humanidad tiene en sí misma las capacidades necesarias para encontrar las soluciones adecuadas a nuevos problemas, aunque en el presente podamos ser víctimas de un oscuro pesimismo.
Por lo tanto, la información (y toda la infosfera) se interesa por el problema ecológico y por una ecología integral debido al impacto del componente digital en la naturaleza y el hombre. El extraordinario avance tecnológico actual nos reservará algunas sorpresas, ojalá positivas y no sólo negativas: la tecnología, de hecho, y la IA en particular, nos ayudarán a gestionar los recursos de forma sostenible, evaluando el impacto de un proceso o de un instrumento sobre la biosfera, así como sobre la infosfera •
*El autor es ex director de la revista Città Nuova de Italia. También es profesor de Comunicación en el Instituto Universitario Sophia y en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma.
*Este artículo fue publicado originalmente en Città Nuova de Italia.