En su libro Tomar el pulso del tiempo, Jesús Morán, co-presidente de los Focolares, ofrece algunas observaciones a partir de un desafío que tiene la Obra de María, como toda obra en el tiempo: la actualización de su carisma. ¿Cómo acompaña el ideal de la Unidad a los tiempos de hoy? A continuación, compartimos algunos fragmentos.
La realidad de un carisma, de por sí, es siempre completa; la que no está nunca terminada, en cambio, es su actualización. También en el caso de la Obra de María, de hecho, Chiara ha dejado el carisma en su plenitud, pero siempre debe ser actualizado. (…)
En síntesis, actualizar un carisma consiste en crear las condiciones para que quien recibe su anuncio experimente recibirlo desde el alma misma del fundador. En este sentido, gracias a la actualización, todos son “primeros tiempos”, incluso los nuestros. Según mi parecer, esta categoría de la actualización puede ayudar a muchas fundaciones nuevas y antiguas a afrontar con más luz los temas candentes del presente como las nuevas configuraciones estructurales, el designio de Dios en algunas obras surgidas en el tiempo o incluso los varios proyectos formativos, para citar sólo algunos.
Depende de cada uno de nosotros que el carisma de la unidad siga siendo una realidad histórica, no en el sentido de una simple sumatoria de cosas o de una sucesión de hechos, sino de una verdadera y auténtica gestación de siempre nuevas y ulteriores posibilidades, como en un verdadero evento.
(…) La historia en este sentido no es una realidad constituida por hechos, sino por sucesos que son la realización (o la no realización) de nuevas posibilidades en todos los ámbitos humanos. La fundación histórica de la Obra de María debería, por lo tanto, colocar las bases para que el carisma de la unidad continúe siendo, como lo fue en los tiempos de Chiara, una posibilidad efectiva de vida trinitaria en el mundo.
(…) Asistimos hoy, además, a un despertar de lo religioso que, aun en su ambigüedad, es en sí mismo portador de no pocas esperanzas. En vastas áreas culturales como África, Asia, América Latina, el cristianismo muestra un extraordinario vigor, contribuyendo a reforzar una indiscutida identidad de pueblo. Ello debe ser valorizado indudablemente, más aún, representa un signo del Espíritu del cual sacar enseñanzas para sociedades más secularizadas. Pienso también en la revalorización de la religiosidad o piedad popular por parte del Papa Francisco, tan viva en América Latina, calificada como “lugar teológico” (cf. Evangelii Gaudium 122-126).
Por lo tanto, hay que ir en profundidad y el Concilio Vaticano II llega en nuestra ayuda, cuando impulsa a ponerse en la actitud de escucha del mundo y no de juicio (Gaudium et spes, 44). Jesús, de hecho, le dijo a la Magdalena que ella encontraría a sus amigos después de la resurrección en Galilea, y por lo tanto fuera de la ciudad santa.
La Galilea es para nosotros, hoy, el mundo así tal cual se presenta. Un mundo, sin embargo, en el que Dios sigue hablando. Paul Evdokimov decía: “Sabemos en dónde está la Iglesia, pero no estamos en condiciones de juzgar y decir dónde la Iglesia no está”. Y Klaus Hemmerle: “La Iglesia –dicho de una manera aguda– tendría lo siguiente para decir a las nuevas generaciones: “Enséñame tu vida, tu pensamiento y tu lenguaje, para que yo pueda aprender el nuevo mensaje que debo anunciarte”. En definitiva, la verdadera actitud cristiana es siempre la de la escucha y de la acogida. (…)