«La palabra es el inicio de una sociedad en paz»

A 10 años de Evangelii Gaudium – En el encuentro realizado por CLAdeES también estuvo invitada la rabina Silvina Chemen para hablar sobre las conexiones que existen entre la exhortación del papa Francisco y la tradición judía. A continuación, se reproduce un fragmento de su intervención.

Voy hacer algunos puentes con la tradición judía, y se van a dar cuenta qué cerquita que estamos. En el título se describe una alegría que se renueva y se comunica. “El gran riesgo -nos dice el papa Francisco- del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista. Ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida”. Vivimos en una época de apatía. Ya nada parece importar demasiado, ya no vale la pena jugarse por nada en profundidad. Y nosotros, los que creemos, los que tenemos fe, los que seguimos apostando a la religiosidad como un aspecto inescindible de nuestras vidas, quedamos atrapados en esa lógica del desgano, del descrédito o de la incredulidad. Hay un cuento jasídico que dice que hay un predicador, un maestro judío, que va a un pueblo muy alejado de gente que estaba bastante perdida. Y entonces, en la plaza pública, predica. Un amigo suyo del pueblo de donde era originario, que lo escuchaba predicar pero veía que nada sucedía, le preguntó: “Pero rabí, ¿me puede explicar por qué sigue hablando si nadie lo sigue?” Y él dijo: “Antes predicaba por los demás, y ahora predico para no perderme yo”. Probablemente, cada vez que nos sentimos solos predicando la alegría, no estábamos tan solos. Somos muchos los que, pasándole un cepillo a contrapelo a la realidad, seguimos insistiendo.

Pensaba que la gratitud y la alegría van de la mano cuando desplegamos una mirada agradecida sobre lo que sí tenemos, lo que sí podemos, lo que sí somos. Entonces la alegría sucede, y cuando experimentamos esta emoción, nos convoca la necesidad de que otros tengan algo de lo que a nosotros nos conmueve. Les hacemos lugar, les compartimos algo de la chispa que nos habita con los que menos pueden. “¿Y de dónde vendrá esa alegría?”, dice la Mishná (compilación de la tradición oral judía), dicen los maestros de la interpretación judía en el tratado de principios en el Talmud. Hay un rabino que dice: “¿Quién es rico? El que está contento con su parte”. Somos ricos cuando tenemos la capacidad del contento, del disfrute. Somos pobres, aún con las billeteras rebosantes, si vivimos, como dice el papa Francisco, resentidos, quejosos y sin vida. Nos sigue hablando Francisco en la exhortación: “Esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender”. 

Ambas tradiciones se necesitan. Porque, como dice el Evangelio, “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Y los judíos también decimos lo mismo: “Necesitamos 10 para rezar, 10 para evocar palabras que hablen de la Santidad de Dios”. La alegría a la que estamos convocados es comunidad, es confraternidad, es familia, es colectivo social. Y vuelvo a la Torá, que fortalece esta idea. Los judíos, el Evangelio lo menciona en algún momento, tenemos una fiesta que se llama la festividad de Sucot. La fiesta de las cabañas, la fiesta de los tabernáculos. La Torá dice que esa fiesta se llama “tiempo de nuestra alegría”. ¿Cuál es el precepto de la fiesta?: “Y te alegrará en tu fiesta”. El versículo del Deuteronomio (libro bíblico que consideran sagrado tanto judíos como cristianos) sigue: “Tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita y el extranjero, el huérfano y la viuda, que están dentro de tus puertas”.

La alegría en el texto bíblico nunca se trata de individuos aislados. Siempre se trata de algo que compartimos. La fiesta descripta en el Deuteronomio son días de alegría, precisamente, porque son ocasiones de celebración colectiva. Todos tienen derecho a la alegría, si no ésta no es ni completa ni verdadera. Simjá (en hebreo, alegría) es alegría compartida, porque quienes ponderamos la alegría, desterramos el egoísmo, el individualismo y el desinterés por el prójimo. Sigo leyendo las palabras del papa Francisco en el Evangelii Gaudium y llego a este título: El diálogo social como contribución a la paz. Y especialmente al capítulo de El diálogo interreligioso, en el que nos dice: “Este diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas. Este diálogo es, en primer lugar, una conversación sobre la vida humana o simplemente, como proponen los Obispos de la India, ´estar abiertos a ellos, compartiendo sus alegrías y penas´”. Me quedo acá, en el diálogo como conversación, como compromiso con cada palabra que decimos. Las que salen de nosotros hacia los demás, las que pensamos sobre los demás, las que escuchamos y repetimos cuando no nos pertenecen, cuando no reparamos que la palabra es el inicio de una sociedad en paz o una degradación de la dignidad humana, como lo estamos viviendo tan brutalmente en nuestro tiempo. El rey Salomón, en el libro de los Proverbios, decía: “La alegría le pertenece a quien tiene la respuesta en su boca y la palabra en su tiempo”. 

Cuánto más felices seríamos si predicáramos nuestra fe en pos de esa palabra justa, dicha a tiempo. Palabras de compasión, palabras de entendimiento, de misericordia, palabras de justicia y de responsabilidad social. Nosotros, las personas que seguimos enamoradas de vivir dentro del universo de la fe, alzamos la voz para que nuestra palabra sea escuchada. La alzamos con alegría, porque estamos seguros de que portamos un mensaje Verdadero, y no tengo ningún prurito en hablar de Verdad. Sí, portamos un mensaje Verdadero. Por eso nos pido que alcemos la voz. “Dios sigue obrando en el pueblo de la Antigua Alianza -dice bellamente sobre mi tradición Francisco, en este pasaje hermoso sobre los judíos- y provoca tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del Judaísmo”. Dios sigue obrando cuando nosotros, acá en la tierra, hacemos de su palabra nuestra obra. Dios sigue obrando cuando la fe sale de los claustros para construir experiencias sociales significativas, en las que se pone en juego el dicho talmúdico de que “quien salva una vida, salva el mundo entero”. No soy pretenciosa: salgamos a salvar el mundo, de uno por vez, sin cejar en el intento. Pero hagámoslo. Salgamos a salvar el mundo, y juntos •

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Un comentario en ««La palabra es el inicio de una sociedad en paz»»

  1. Dejo todos los domingos antes de ir misa de 12hs,la palabra de vida de cada mes,atada con un alambrito en las columnas de Hierro del Ferrocarril,y cuando regreso de la misa,veo que se la llevaron,»Y pienso que hará el Señor en la vida de estas personas?»bueno ese es el misterio maravilloso,como está cerca de una clínica,porque hay asientos,y veo a veces personas que están llorando,imagínense lo que él hará con ellos?

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