Aprendamos juntos a ser padres e hijos – En el primer artículo publicado en la edición de agosto nos preparamos para tener un corazón libre que nos permita afrontar el camino educativo, y conocimos la importancia de abandonar los prejuicios que tenemos en la mente.

por Ezio Aceti (Italia)

En esta nueva etapa, antes de entrar en las reglas del desarrollo evolutivo de cada niño, la propuesta es detenernos en la realidad antropológica de la persona, es decir, en la razón por la que estamos en el mundo y, sobre todo, en cómo estamos hechos.

La simple observación del ser humano conduce a reflexiones sencillas y claras.

Primera reflexión: Ninguno de nosotros se ha hecho a sí mismo. Todos venimos de “alguien más”. Podemos decir que cada criatura nace del amor, se desarrolla y se realiza por amor. Independientemente de las circunstancias que han permitido el encuentro de cromosomas, el hecho mismo de existir es una aventura extraordinaria que se nos ha dado en la libertad del don y en la gratuidad del amor.

Segunda reflexión: No es posible trazar los límites de las diversas partes constitutivas de la persona. Quizá, la mejor manera de rastrear la estructura de la persona sea considerarla como una pasta, una mezcla, donde los diversos ingredientes o las diversas dimensiones se cruzan entre sí, con un condicionamiento mutuo.

Según san Pablo, las personas son cuerpos vivos, conscientes. Las personas no son almas, sino cuerpos vivos y pensantes. Para Pablo, el ser humano está hecho de carne, sangre e incluso espíritu.

El cuerpo está destinado a la tierra; y será iluminado y transformado por el Espíritu. Es por eso que cada cuerpo tiene un valor inmenso, tanto, que la persona más comprometida en su corporeidad, como una persona gravemente discapacitada, tiene la misma dignidad e importancia que un modelo hermoso, ya que está habitada por el espíritu, que confiere plenamente su humanidad.

Sentimos en nuestro ser más íntimo que esta experiencia libre de la existencia nos es dada para ser vivida junto con los demás, y se desarrolla y completa en comunión mutua.

Veamos brevemente la descripción de la estructura de la persona:

Cuerpo: Cada uno de nosotros tiene un cuerpo o, mejor dicho, es un cuerpo, con características fisiológicas y morfológicas muy precisas que determinan nuestra unidad física.

Entonces, todo esto nos convence del hecho de que nuestra estructura corporal es, en realidad, comparable con una sinfonía armónica de órganos, aparatos, donde cada uno, con su propia musicalidad funcional, permite la vida del otro, de modo que, desde la célula microscópica más pequeña hasta las partes más evidentes, hay un intercambio relacional continuo.

Psique o alma: Son aquellas funciones cerebrales, emocionales, afectivas y relacionales que nos permiten comprender y asimilar todas aquellas sugerencias, experiencias, sentimientos, relacionadas con el vivir.

También es el asiento del estado de ánimo, el carácter, en definitiva, todo lo relacionado con el sentimiento emocional/relacional.

Conciencia: Es la presencia interior de la chispa de Dios que, mezclada con el cuerpo y la psique, realiza la función reguladora y de orientación.

Es la sede del bien y de la capacidad de distinguir lo bueno, lo bello y lo verdadero.

Representa la energía vital de cada uno que, iluminando la realidad y las cosas, conduce a la realización de la persona.

El gran jesuita francés Michael de Certeau identifica el asiento del espíritu como un oído interior capaz de escuchar la voz de la conciencia.

La conciencia está estrechamente ligada al propósito final del plan de amor inscrito en cada uno de nosotros y en todo, un diseño que conduce a la unidad de la humanidad, a la verdadera Humanidad.

Este tercer oído presente en cada uno está, por tanto, predispuesto a comprender la voz del Espíritu Santo como Tercera Persona de la Trinidad y, al mismo tiempo, a transmitir a toda la persona las instancias de Dios y de lo Trascendente, con la certeza de que todo ello está estrechamente ligado a la realización personal.

El espíritu humano, por lo tanto, ya es el asiento de la conciencia, pero, tanto para el pecado como para la creación que aún se está realizando, todavía está limitado, borroso, y tiende con profundos gemidos a su plena realización, iluminación.

Por supuesto, incluso el espíritu humano no puede hacer nada frente a la libertad de la persona, una libertad a la que incluso Dios se conforma •

La persona
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