Libros
Por José María Poirier (Argentina)
Stefan Zweig
Buenos Aires, 2023, Ediciones Godot
El 22 de febrero de 1942 se quitaba la vida en la imperial ciudad de Petrópolis, cerca de Río de Janeiro, el escritor austríaco Stefan Zweig. No creía posible que se pudiera evitar el triunfo universal de Hitler y que el nazismo y sus horrendos crímenes se expandieran. Había sido uno de los más importantes y populares novelistas de los años de entreguerras, amigo de Joseh Roth, Máximo Gorki y Rainer Maria Rilke. Se refugió en Suiza, luego en Inglaterra y en los Estados Unidos, para recalar finalmente en Sudamérica. Visitó incluso Montevideo y Buenos Aires en 1936 para asistir al Congreso Internacional del PEN Club.
A propósito de la reciente muestra organizada por el Museo de Literatura de la Biblioteca Nacional de Austria en colaboración con el archivo y el centro de Salzburgo en la Casa Nacional del Bicentenario, escribía en el diario La Nación el escritor y crítico Pablo Gianera: “El viajero y el coleccionista tienden a confundirse en la vida de Stefan Zweig. Aquello que confunde a uno con el otro es el nerviosismo: no hay sosiego para el coleccionista hasta que posee la pieza que le falta (enseguida le faltará otra); no hay sosiego para el viajero hasta que llega a destino (enseguida el destino será una estación más). Le dijo Zweig a Hermann Hesse en una carta del 21 de noviembre de 1904: ‘Me hace sufrir la inquietud de ir a todas partes, de ver todo, de probar todo; tengo miedo de envejecer, de que el cansancio y la pereza me hagan perder esta pasión’. A Zweig lo tiranizaba la compulsión del viaje, y la cortina de innumerables postales con su firma que cuelga en la muestra Stefan Zweig. Autor universal -parte mínima de la cantidad de postales que habrá mandado- termina siendo una prueba más contundente que los sellos del pasaporte”.
En efecto, si el lector quiere catar la pasión de Zweig por los viajes, además de seguir sus crónicas por Alemania, Francia, Italia, Rusia, Estados Unidos, Brasil, Argentina, Uruguay… puede leer su extraordinario libro sobre la aventura de Magallanes.
Si bien era de origen judío, la religión no formó parte de su cultura. Autor de libros tan memorables como El mundo de ayer, entre tantos otros, y biografías extraordinarias como las de María Antonieta o Fouché, se sentía particularmente atraído por la historia y sus múltiples personajes. Tanto en estas obras como en los ensayos o en las novelas (Carta de una desconocida, Novela de ajedrez), Zweig se demuestra un agudo observador de la personalidad humana y un atrapante narrador.
En el libro que hoy nos ocupa, editado por primera vez en 1927 y muchas veces vuelto a imprimir traducido a numerosos idiomas, el autor concentra su interés en algunas figuras históricas y en ciertas circunstancias. Abre la obra con el brutal asesinato de Cicerón en la Antigua Roma, preludio de la victoria de los dictadores sobre el estado de derecho. Una clase de historia es el capítulo “La conquista de Bizancio”: en 1453 termina drásticamente el Imperio Romano de Oriente ante la violencia del joven sultán guerrero y político Mehmet. Concluye definitivamente el Medioevo y Occidente se va abriendo a nuevas épocas.
Las páginas sobre el final del compositor Georg Friedrich Händel y la creación de su Mesías son impactantes. También Waterloo y el final de Napoleón. O la elegía del enamoradizo Goethe. Y el descubrimiento del Océano Pacífico por parte de un aventurero inescrupuloso como Núñez de Balboa. Los escritores rusos Dostoievski y Tolstoi ocupan un espacio especial en la admiración y el afecto de Zweig: la noche espiritual del primero y el diálogo de un pacifista con los jóvenes revolucionarios que lo increpan, en el segundo caso.
No dejarán de asombrar las figuras del líder soviético Lenin en ese viaje tan largo en tren desde Suiza para regresar a San Petersburgo. Tampoco quedará el lector indiferente ante el viaje en barco del presidente Woodrow Wilson de los Estados Unidos a Europa a finales de la Primera Guerra Mundial. Especialmente sensible a los reveses de las historias, a sus crueldades y a la mediocridad de los seres humanos, como también a los raptos creativos del espíritu, la misma trágica biografía de Zweig parece ya asomarse en algunas páginas tan anteriores a su muerte. La Premio Nobel chilena, Gabriela Mistral, entonces cónsul de su país en Río de Janeiro y amiga del escritor austríaco, fue llamada como testigo y escribió una larga carta que Eduardo Mallea publicó en Buenos Aires.