Navidad
por Chiara Lubich
Vuelve Navidad
y nosotros podremos sumergirnos
en el dulce misterio de Dios hecho niño.
Ese mismo Jesús,
nuestro líder joven, hermoso, fuerte,
que lanza al mundo el más alto,
misterioso y divino mensaje
que jamás se haya oído;
ese Jesús que muere
para pagar personalmente
su propia causa,
que además es la mía,
la tuya, la de todos los hombres,
nos lleva en este día a pensar en él,
a admirarlo pequeño, débil y pobre,
junto a una madre por entonces desconocida
y todavía muy joven
y a un padre que hace las veces
de su Padre celestial.
Es estremecedora esta escena del pesebre,
tan real, con un significado tan denso,
encarnación de las bienaventuranzas.
Hace vibrar cuerdas de nuestro corazón
que suelen estar silenciosas
porque el estruendo de los muchos,
grandes y grandísimos
problemas del momento
no nos permiten prestarles atención.
Al menos el día de Navidad
prestemos oídos a esa delicadísima armonía
a la cual se suman los grandes,
interminables silencios
de los pobres del mundo,
de aquellos que con tanta frecuencia
se ven afectados por tremendos cataclismos,
de los enfermos, de los hijos de nadie,
de los miserables en las calles,
de los marginados, de los desocupados,
de todos aquellos que Jesús ama
porque se asemejan a él
desde su nacimiento.
También nosotros
debemos amarlos como él.
Que nuestro corazón, en este día de Navidad,
los elija nuevamente como predilectos.
Ellos nos esperan
en los suburbios de nuestras ciudades.
Esta opción, frente al Niño Jesús,
es la mejor manera
de vivir una Navidad.
Extraído de Navidad para todos.
Pensamientos (1999). Buenos Aires: Ciudad Nueva.