De la vida cotidiana

Recogido por la redacción

Desde que nos mudamos con mi esposa y mis hijas siempre intentamos crecer en el vínculo con nuestros vecinos. Algunos viven a la vuelta de la esquina, otros enfrente y solo uno tiene su casa lindante. Con él solemos interactuar a través del cerco.

Con el correr del tiempo se dio una relación amistosa, ha venido a comer varias veces a nuestra casa, hemos cuidado de sus perros en épocas de vacaciones y también él ha dado de comer al nuestro ante alguna ausencia prolongada. Por otra parte, hemos estado siempre al servicio mientras él construía su nueva casa y surgía cualquier tipo de necesidad, sobre todo cuando precisaba agua para avanzar con la obra y nosotros se la suministrábamos con nuestra bomba.

Sin embargo, una vez finalizada su casa comenzamos a sentir cierta distancia. La percibimos muy sutilmente a través de algún saludo seco, al rechazar diferentes invitaciones a comer o directamente al no responder ciertos mensajes.

Como esto empezó a ser algo incómodo para mi esposa acordamos que yo tomaría la posta y sería el interlocutor ante cualquier situación, aun cuando yo proponía “no entrar en el juego” de nuestro vecino, no estar tan pendiente de sus necesidades o hacerme el distraído ante cualquier situación. Pero esto empezó a generar un malestar entre nosotros como pareja, porque no coincidíamos en los modos en los que cada uno prefería actuar.

Una tarde de calor sofocante como el que tuvimos en el último verano se produjo un corte de luz en buena parte del barrio, pero no en nuestra casa. Luego de comunicar esta situación en el grupo de WhatsApp en el que estamos la mayoría de los vecinos (pero no el muchacho en cuestión), uno de ellos me escribió por privado para saber si podíamos guardarle comida en nuestro freezer. Inmediatamente le dije que sí.

Enseguida mi esposa me sugirió que le preguntara al otro vecino si estaba afectado por el corte de luz y si precisaba algo. “Si necesita algo nos avisará”, fue mi tajante respuesta. A los pocos minutos recordé unas palabras que un familiar siempre nos repite: “El vecino es tu primer hermano”, en alusión a que muchas veces puede ser el prójimo que más te necesita o a quien uno puede recurrir ante una urgencia.

Vencí cierto orgullo dentro de mí y le escribí para conocer su situación. Enseguida me contestó que no tenía luz, le ofrecí lugar en el freezer para su comida y aceptó con gusto la ayuda.

Al otro día le devolví las cosas y lo agradeció de muy buena manera. No sé si la relación algún día volverá a ser como en otros tiempos, pero tengo la certeza de que el amor al prójimo no cae en saco roto. Es aceptar los tiempos de Dios. Mientras tanto, agradecí a mi esposa por su sensibilidad, por ayudarme a salir de mí mismo e ir al encuentro de quien tiene necesidad.

De un lector

Sensibilidad que trae luz
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