Salud mental integral – Nuestras historias se tejen de vínculos, relaciones, conflictos, que van posibilitando instancias de crecimiento y superación. La salud mental no se remite solo a la ausencia de algún trastorno, sino a un estado de bienestar superior que nos pone en diálogo constante con el mundo y en una correcta relación con nosotros mismos.

por Cynthia María Cargnelutti * (Argentina)

La expresión que da título a esta nota la leí hace poco en un estado de WhatsApp y me interpeló profundamente. Casi diría que me impulsó a querer hacer de este artículo un semillero de deseos de bienestar, de reencuentro y hasta de reconciliación con la propia biografía personal y, por lo tanto, con la humanidad toda, porque solo así el arduo camino hacia la ansiada “salud integral” estará siempre garantizado y vigente.

René Dubos, microbiólogo francés, decía, en el año 1959: “los términos salud y enfermedad carecen de significado a menos que sean definidos en relación con una cierta persona que funciona en un ambiente social y físico determinado”.

Nuestras historias se tejen de vínculos, relaciones, conflictos, que van posibilitando instancias de crecimiento y superación. La búsqueda de la felicidad es el motor que mueve nuestra vida, que determina nuestras decisiones, que moldea nuestra voluntad y amplía toda capacidad de esfuerzo altruista. Según el psicólogo estadounidense Martin Seligman, cuanto menos nos concentramos en nosotros mismos más felices somos, más nos agradan los demás, y más abiertos y expresivos nos volvemos con nuestro entorno. Está demostrado por múltiples estudios que el ser humano es más feliz cuando da un regalo que cuando lo recibe. Lo decía también Freud, cuando afirmaba que la persona más sana es aquella que es capaz de amar, entendiendo el amor como la capacidad de acercarnos a los demás de manera desinteresada y gratuita, preocupándonos por los otros.

En su libro La auténtica felicidad, Seligman cita este dicho popular, que me parece muy significativo:“si quieres ser feliz por una hora, toma una siesta. Por un día, ve a pescar. Por un mes, cásate. Por un año, recibe una herencia. Para toda la vida, ayuda a alguien”.

Con esta breve premisa sobre la felicidad, que nos posiciona desde el paradigma del Carisma de la Unidad propuesto por Chiara Lubich, quien recibiera un doctorado en Psicología otorgado por la Universidad de Malta, parafraseamos esta cita del Evangelio: “Quien busca su propia vida/felicidad la perderá, pero quien se libera de la preocupación de la propia felicidad para buscar aquella de los demás, la encontrará”.

¿Qué pensamos cuando decimos “salud mental integral”?

El bienestar subjetivo se configura, principalmente y según el modelo de Carol Ryff, por la presencia de una elevada autoaceptación o capacidad para validar tanto lo bueno como lo malo de uno mismo, de tal modo que se esté satisfecho no solo con quien se es, sino también con la búsqueda y mantenimiento de relaciones positivas y profundas con el entorno; la capacidad de influir en el entorno y la percepción de dicha capacidad; la existencia de capacidad para elegir de manera independiente y tomar las propias decisiones en función de las propias creencias; la posibilidad de crecer y desarrollarse personalmente de tal modo que podamos optimizarnos al máximo posible; y la existencia de propósitos vitales o metas a conseguir.

A todo ello puede añadirse la existencia en el día a día de un sentido de satisfacción y sensación de coherencia, integración y aceptación social. Además dela percepción de ser útil y generar algo para la comunidad. Por eso podemos pensar en una capacidad “terapéutica del amor”.

Es así que podemos abordar la salud mental integral desde tres puntos:

1. No solo es ausencia de trastorno

Cuando hablamos de salud mental no estamos hablando de la mera ausencia de trastornos o problemas mentales, sino de un estado de bienestar superior que trasciende la mera ausencia de un malestar y que nos pone en diálogo constante con el mundo y en una correcta relación con nosotros mismos. Diría Viktor Frankl: “el hombre es un ser que se realiza más allá de sí mismo”.

¿Qué sucede, entonces, con el dolor?

Chiara Lubich escribe: “el dolor tiene una función paradójica: es el canal de la felicidad, si por felicidad entendemos la verdadera, la duradera, no la provisional y fugaz; la única felicidad que sacia el corazón humano, es decir, la misma de la que goza Dios, y de la cual el hombre y la mujer por su destino trascendente pueden participar ya en esta vida”. El dolor y el sufrimiento no solo no están en competencia con la felicidad, sino que tienen una importante función para alcanzarla. Continúa Chiara: “no podemos entrar en el alma de un hermano para comprenderlo, conocerlo auténticamente y compartir su dolor, si nuestro espíritu está absorbido por una preocupación, por un prejuicio, un pensamiento, por cualquier cosa”.

Dijimos que la plenitud del bienestar y de la felicidad se alcanza con el amor, y para poder amar es importante ser capaces de renunciar a nuestro propio beneficio por los demás. La misericordia implica la ardua tarea de ponernos en lugar del otro, y si bien esto no siempre trae aparejado un efecto concreto en el vínculo, con una consecuente reconciliación, nos libera de la carga del rencor y del resentimiento, de la amargura y de la venganza, posibilitándonos una mayor satisfacción con la vida misma.

2. Incluye cognición, emoción y conducta

Cuando hablamos de salud mental encontramos elementos cognitivos, emocionales y motivacionales. Incluso conductuales: la salud mental no solo implica tener una forma de pensar concreta, sino también de sentir y hacer.

Para alcanzar esa capacidad de amar es necesario un entrenamiento. Aquellas situaciones de dolor o sufrimiento vividas por amor se transforman, para la persona resiliente, en verdaderas posibilidades de ampliar su capacidad de amar y, por lo tanto, de alcanzar la plenitud de la felicidad.

Según los psicólogos, la empatía es una de las características de las personas más felices y saludables. Aquellas que son capaces de ponerse en el lugar del otro, de sufrir con quien sufre y gozar con quien goza.

Por lo tanto, como un buen equipo, en una persona saludable la cognición, la emoción y la conducta trabajan juntas. Un amor auténtico desactiva todo tipo de prejuicios, nos libera de pensamientos inconscientes que pudieran condicionarnos y de emociones negativas que pudieran ofuscar nuestro día a día. Nos ayuda a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, sin complejos y sin miedos, ya que quien intenta amar así terminará por no necesitar sentirse importante ni reconocido socialmente, ni tener éxito, ni llenar vacíos. Y se ama con acciones, no con palabras. Se ama con los músculos, con el cuerpo, con la entrega de uno mismo.

3. Se desarrolla a lo largo de la vida

La salud mental de la persona no es algo que aparece de la nada. Esproducto de un largo proceso de desarrollo en el cual influyen factores biológicos, ambientales y biográficos (las experiencias y aprendizajes que hacemos a lo largo de la vida).

Si a un niño pretendemos evitarle todo dolor, sufrimiento, renuncia o frustración, en realidad estamos preparando a alguien incapaz y con pocas herramientas para poder crecer y superar las dificultades propias de la vida. Pero si le permitimos afrontar sus problemas y pequeños fracasos como reales aprendizajes, ya desde una edad temprana, le enseñamos a ampliar su capacidad de entrega y de amor, por lo tanto, comenzamos a abrirle una puerta hacia la construcción activa de la felicidad.

La vivencia de un estado de bienestar o de su falta puede variar en gran medida de una persona a otra, y dos personas diferentes o incluso una misma en dos momentos vitales distintos puede llegar a tener una consideración diferente respecto de su estado de salud mental. Ya lo decía Elizabeth Kübler-Ross, psiquiatra suiza, quien luego de haber trabajado durante 25 años con enfermos terminales sostenía que todas aquellas etapas dolorosas adquirían un particular valor en la biografía de la persona y se iluminaban como los momentos que habían contribuido mayormente para llegar a la plenitud de la felicidad.

Para amar a Dios y amar a los hermanos tenemos siempre y solo un momento: el actual. Este es uno de los conceptos en los que Chiara demostró ser “maestra” de una pedagogía tan genial como sencilla. Poner todo el empeño en vivir bien el presente muestra a cada persona un método que permite realizarse y alcanzar la felicidad.

Continúa Chiara Lubich: “viviendo el presente es como podemos cumplir bien todos nuestros deberes. Viviendo el presente es como las cruces se hacen soportables; por algo se aconseja esta práctica a aquellos que se acercan a la muerte. Viviendo el presente es como se pueden comprender las inspiraciones de Dios, los impulsos de su gracia que llegan en el presente. […] ¡Vivamos, pues, el presente! […] ¡Vivamos el presente a la perfección! Nos encontraremos, en la noche de cada día y en la noche de la vida, cargados de buenas obras cumplidas y de actos de amor ofrecidos”.

Iñaki Guerrero termina su libro El coraje de ser libres (Ciudad Nueva) con este pensamiento de Teilhard de Chardin, y así quiero terminar yo este artículo: “llegará el día en el que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, aprovechemos para Dios (y yo digo para los demás) las energías del Amor. Y ese día, por segunda vez en la historia de la humanidad, habremos descubierto el fuego” •

*La autora es licenciada en Psicología.

Algunas características de las personas con buena salud mental

a) Viven satisfechas de sí mismas:

– Tienen amor propio.
– Miran su pasado con gratitud, viven el presente con entrega y el futuro, con esperanza.
– Encuentran satisfacción en las pequeñas cosas.
-Pueden aceptar sus defectos e impedimentos.
– Manifiestan un constante deseo de superación.
– Pueden salir fortalecidas de las desilusiones y contratiempos.

b) Se sienten satisfechas con relación a los demás:

– Se sienten parte de una comunidad y la construyen activamente.
-Son empáticas y altruistas: ponen en práctica y se entrenan en amar.
-Tienen sentido de responsabilidad para con los demás.
-Establecen relaciones personales profundas y auténticas.
-Respetan la manera de ser, sentir y pensar de los demás.
-No se imponen ni dejan que los demás se les impongan.

c) Pueden hacer frente a las exigencias de la vida:

– Tratan de resolver sus problemas según se presentan.
– Aceptan gustosas nuevas experiencias y nuevas ideas. Son abiertas y desprejuiciadas.
– Aprovechan sus habilidades naturales para crear soluciones a las dificultades.
– Tienen criterios propios y hacen sus propias decisiones.
– Tienen aspiraciones que pueden realizarse: se fijan metas.

“Somos historias, no diagnósticos”
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