Psicología deportiva – Desde hace tiempo, atletas de diversas disciplinas ocupan un lugar de héroes impolutos que representan ideales de perfección para los espectadores. ¿Qué sucede cuando cambia la mirada y descubrimos en ellos limitaciones y vulnerabilidades? 

por Sebastián Blasco* (Argentina)

«No fue un día fácil ni el mejor, pero lo superé. Realmente, siento que a veces tengo el peso del mundo sobre mis hombros. Sé que lo olvido y hago que parezca que la presión no me afecta, pero maldita sea, a veces es difícil… Hay que priorizar la salud mental. En caso contrario, no vas a disfrutar el deporte y no vas a tener éxito. No pasa nada por dejar pasar una competición para cuidarte, eso demuestra lo fuerte y competitiva que eres”. De esta forma, la estadounidense Simone Biles, máxima referente de la gimnasia artística contemporánea, decidió darse de baja de las finales por equipos en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020, poniendo en evidencia parte de los costos vinculados con el modelo regido por la presión. 

Desde hace un tiempo, son los protagonistas del deporte quienes comienzan a elevar la voz pidiendo ser contemplados en la totalidad de su ser, poniendo de relieve la necesidad de una mirada que considere a la persona detrás del deportista. Basta citar casos como los de Iniesta, Phelps, Osaka, Wilkinson o la propia Biles, para tomar conciencia de un reclamo que exige a espectadores, formadores y prensa especializada ser más empáticos y comprensivos. Porque es una obviedad decir que son personas con vidas, más allá del deporte que practiquen; que tienen anhelos personales y proyectos, que viven una sucesión de éxitos y fracasos, asumiendo renuncias en pos de su práctica y realizando una serie de sacrificios para alinearse detrás de sus metas. Pero cuando somos seguidores de sus presentaciones, pareciera ser que todo esto se diluyera y proyectamos en ellos, los deportistas, todo lo que nos gustaría ser, nuestros ideales y expectativas. Depositamos una mochila llena de deseos personales que, cuando no son satisfechos, nos generan una gran desilusión. Y creemos que esta frustración nos otorga cierto derecho para exigir y despotricar frente a esas personas que no estuvieron a la altura de la satisfacción de nuestros ideales. En última instancia, lo que hay detrás de un deportista depende mucho de lo que quiera ver en él quien se pare delante: de sus intereses, necesidades, proyecciones y fantasías. En este punto, podríamos preguntarnos: ¿es una máquina de ganar o una persona que practica una disciplina deportiva? Finalmente, el deporte, ¿es un medio para destacarse y recibir reconocimiento o un camino de realización personal?

Pareciera que, en los tiempos que corren, los deportistas ocupan el lugar de héroes, como representantes de todos nuestros ideales de perfección. Como si tuviéramos que acudir a algo externo para sobrellevar nuestros desafíos y luchas personales, ya que creemos que no vamos a poder encontrar eso que buscamos en nuestro interior, que nuestros recursos no son suficientes. Como si no pudiéramos hallar en nosotros mismos la fuerza que necesitamos. Históricamente, el héroe siempre fue una fuente de inspiración para nuestras vidas. Al observar la imperfección del héroe, aprendíamos a asumir nuestras propias limitaciones. Sin embargo, el modelo cultural actual ha creado un estilo de héroe impoluto que no deja espacio para el error y la equivocación. Es así que el supuesto héroe queda en un lugar de desdicha. Entonces: ¿qué impacto podría tener en nosotros esta mutación del arquetipo de héroe? Este tipo de modelos no nos invitan a asumir el protagonismo de nuestra existencia, sino, por el contrario, nos relegan al lugar de espectadores de la grandeza de otros.

Parte del discurso predominante en el mundo deportivo nos invita a intentar estar bien más allá de cualquier circunstancia. Apretar los dientes y seguir adelante, desplegando un cierto optimismo infundado. Pero, muchas veces, esta actitud puede llevarnos a lugares de negación y falta de comprensión de la emocionalidad propia y la del otro. ¿Debemos siempre estar bien? A veces, estar mal, ¡está bien! Significa que estamos en contacto. El objetivo es la aceptación y la integración de nuestra vulnerabilidad. En la medida en que podamos vincularnos con esa vulnerabilidad podremos ser quienes somos, manifestación auténtica y espontánea de nuestra singularidad. Volviendo al caso de la estadounidense Simone Biles, ¿por qué será que nos resulta mucho más fácil empatizar con figuras reales y vulnerables? Porque algo de eso que vemos en el otro está dentro de todos nosotros. Cuán difícil es poder identificarse con lo perfecto. Lo anhelamos, pero al mismo tiempo lo rechazamos. El asumirnos vulnerables es el mejor antídoto contra la omnipotencia. Pero, sobre todo, es el mejor aliado para desplegar los recursos personales. Estar vivos es ser vulnerables.

Como destacábamos, uno de los grandes objetivos de todo proceso personal debería ser la aceptación y la integración de los aspectos escindidos. Lamentablemente, tantas veces el mundo del deporte propone lo contrario, fomentando la fragmentación en pos del máximo rendimiento. Ahora bien, cabe preguntarnos si mirar mis propias posibilidades y mi entorno puede entorpecer la consecución de mis metas. Desde una lectura simple, podríamos decir que sí. Si doy lugar a la contemplación de ciertas necesidades y demandas internas y externas, posiblemente agotaré recursos y energías que podría orientar para lograr mi cometido. Sin embargo, haciendo un análisis más profundo, podemos ver que el desafío es “registrar”, para poder elegir desde un lugar auténtico e integral. Una persona más integrada, que pueda aceptarse, será un deportista con mayores recursos para afrontar el devenir de su vida deportiva. Si realmente logramos integrar las emociones en nuestra órbita personal y nos embarcamos detrás de un sentido personal y auténtico, lograremos que se unifiquen los esfuerzos, al conocerse el “hacia dónde” y así, aumentará el compromiso con la tarea.

¿Es posible esta integración entre el mundo personal y el mundo deportivo? El tenista suizo Roger Federer representa el ejemplo más nítido de esta posibilidad. Una persona que ha vivido dentro y fuera de la cancha en absoluta congruencia. En la carta que escribió, donde declaraba su decisión de retirarse del tenis, puso de manifiesto su maduración personal, potenciando su ser deportista. Allí nos recuerda que, más allá de los resultados, lo más importante que tenemos en nuestra vida son los vínculos. A veces, tan sesgados por la obtención de grandeza y visibilidad, hiperintencionando la búsqueda de la victoria, nos encapsulamos y olvidamos incluir a los otros en nuestro camino. Sin embargo, como señala el fundador de la logoterapia, Viktor Frankl, la persona es autotrascendente y tiende naturalmente al encuentro con el afuera. Solo así podremos llegar a sentirnos plenos y realizados. Federer también nos invita a animarnos a aceptar nuestros límites. Nos propone un modelo que persigue la búsqueda de la mejor versión individual, conociendo las fortalezas y las debilidades; reformulando el valor del éxito como aquella capacidad para lograr desplegar los recursos personales.

A partir de lo expuesto se nos presentan algunos cuestionamientos. Este planteo, que puede parecer extraordinario, ¿acaso no es algo totalmente ordinario? ¿No sería lógico pensar que una persona que disfruta más, que se encuentra en mayor contacto consigo misma, que se encuentra más integrada, podría rendir mejor? Creo que sí. Podemos contemplar un paradigma más integrador basado en la persona, con mayor contacto con las emociones internas, aceptando la vulnerabilidad, menos escindido, donde se pueda otorgar un sentido al accionar, sin descuidar el rendimiento.

¿De qué depende esta posibilidad de cambio de paradigma? De nuestra mirada: lo que hay detrás del deportista depende mucho de lo que hay dentro del que se pare frente a él. Particularmente, de sus valores •

*Magister en Psicología Deportiva, autor del libro Detrás del deportista: la realización personal como victoria (Club House Publisher).

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