«¿Pero de qué va a hablar?”. “Del “Amor”, responde la joven. “¿Y qué es el amor?”, continúa el sacerdote. “Jesús crucificado”, le responde.
La protagonista de este diálogo es una chica de poco más de veinte años, que ha elegido llamarse Chiara en honor a su gran amiga espiritual que vivió en Asís siglos antes.
Había aceptado la invitación para hablar periódicamente en la sala “Cardenal Massaia” en el corazón de Trento. Antes de comenzar, Chiara se detiene ante Jesús Eucaristía y le dice repetidamente: “Tú lo eres todo, yo soy nada”. A estas pláticas asisten principalmente chicas, intrigadas por la oradora: ¡una mujer, joven, laica, que habla de Dios! Y sin acentos devocionales y pietistas. Un Dios al alcance de nosotros sin menoscabo de su trascendencia. Así comenzó lo que la propia Chiara describiría como “un ir y venir de corazones”, muchos de los cuales permanecerán en la red de esas conversaciones sobre Dios que los lleva a seguirlo, hasta el punto de jugarse la vida por él. A su alrededor se formó un grupo de chicas que quisieron compartir esta experiencia en la que hay: “todo y solo el Evangelio”.
Mientras tanto, la guerra arrastró a Trento al abismo de la destrucción y de la muerte: cientos de personas, incluso Chiara, tuvieron que abandonar sus casas afectadas por los bombardeos. Alguien le recomienda un pequeño apartamento en las afueras de la ciudad, cerca de la iglesia de los Capuchinos. Con algunas (muy pocas) compañeras, Chiara se instaló en la “casita”, que inmediatamente se convirtió en la experiencia fundacional de aquella vida intuida por Chiara años antes en Loreto, pero aún no comprendida claramente: la vida con “Jesús en medio, las 24 horas del día”. Nace el Focolar, que pretendía reproducir, en la medida de lo posible, la realidad humana y divina de la “casita de Nazaret”.
Las palabras clave que Dios enseña a Chiara y a sus compañeras son: amor recíproco, que “obtiene” (por un don de Dios) la presencia de Jesús entre ellas; la unidad como el deseo supremo de Dios para nosotros; Jesús crucificado en su grito de abandono a Dios, cumbre y síntesis de todo dolor y, por lo tanto, “camino obligado” para el amor que hace la unidad.
Y los pobres. Dios se presenta bajo sus humildes vestiduras, en la indigencia y la humillación. Chiara comprende que este amor por los pobres es el signo de que amamos a Dios. Es necesario amar a todos, pero no sin los pobres. Por ellos, las chicas hacen lo mejor que pueden de mil maneras, dan lo que tienen, incluso lo necesario, y experimentan que “Dios lo quiere”, porque se hace presente a través de la “Providencia” que interviene. De hecho, la casita se convierte en el escenario de un ir y venir de víveres, ropa, dinero (no mucho)… que responde a las diversas necesidades. Cuanto más dan a los pobres, más bienes llegan.
“Den y se les dará”, dice Jesús en el Evangelio, y así sucede. No habían pensado en juntarse para cuidar de los pobres, pero al hacerlo renacía la comunidad cristiana a su alrededor. Pronto se les unieron jóvenes, fascinados por el mismo Ideal, y luego se formó un pequeño pueblo. “Al cabo de unos meses, ya éramos 500 personas”, recordaría Chiara más tarde. Son laicos, casados, religiosos, consagrados. Un pueblo guiado por las palabras de Jesús, resumidas en “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”; “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”; y “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
En octubre de 1945, fiesta de Cristo Rey, el salmo dice: “Pidan y se les dará como herencia todas las naciones”. Chiara y sus primeras compañeras lo hacen. El 1° de mayo de 1947, el arzobispo de Trento, Carlo De Ferrari, aprueba un pequeño reglamento que formaliza la existencia de los “Focolares de la Unidad”. Muy pronto Trento ya no es suficiente. Al final de la guerra, la Providencia se valió de los inevitables malentendidos que surgieron en Trento con respecto a este “nuevo e insólito camino” y, por lo tanto, sospechoso, para conducir a Chiara hasta Roma, donde las focolarinas y los focolarinos conocen nuevas personas a quienes comunican su experiencia. Los ambientes son diferentes: salones parroquiales, salones de clases altas, casas de las clases trabajadoras, palacios de la nobleza y de altos prelados.
En Montecitorio, el 17 de septiembre de 1948, con algunos miembros del naciente Movimiento, Chiara mantuvo una conversación privada con Igino Giordani (1894-1980), un diputado conocido en el mundo católico y cultural, escritor perseguido por el régimen fascista, maduro en edad, con cultura y experiencia política. Con su habitual franca sencillez y claridad evangélica, Chiara le contó su experiencia e Igino Giordani entiende que Dios lo ha estado preparando para este encuentro durante años. Ha encontrado una respuesta a su exigencia en la vida cristiana. Esa noche escribió en su diario: “Esta mañana en Montecitorio fui llamado por ángeles, […] una joven habló como un alma inspirada por el Espíritu Santo” (Diario di fuoco, Città Nuova).
Hermana Chiara y compañeras
4-9 de abril de 1949
Estas criaturas ejercen una maternidad espiritual, aunque son muy jóvenes, sencillas, tienen una madurez, una rectitud, un carácter, sobre los cuales el adversario no debe afianzarse […] Sonriendo transforman, convierten, corrigen. En ellas vemos cómo las verdades del Evangelio se revelan a los pequeños y la sabiduría eterna se implanta en los corazones dóciles y humildes: se comprende por qué la criatura más alta fue la sierva más humilde.
La casa es tan sencilla como sus almas; despojada y, sin embargo, alegre y llena de gracia. Hasta la cocina sonríe ante su fiesta perenne.
Cuando mencionan a Jesús, lo dicen con una dulzura, una gracia que revelan una ternura interior: concentración de un amor sin fin. […] Todas son diferentes; sin embargo, similares, unidas por un solo sentimiento, o, como ellas dicen, únicamente por Jesús. En todas ellas hay alegría, candor, abandono. Incluso quien ha sido recuperada de una existencia de disipación, con ellas recobra la inocencia primordial.
En su docilidad, en la prontitud con que sirven y se sacrifican, hay una firmeza de voluntad, con la conciencia segura de la meta que quieren lograr: llegar a Jesús, a través de un incendio de almas, nadie las detendrá.
Con el amor concentrado en Jesús Abandonado, el dolor se convierte en la materia prima –combustible– del amor. En la visión de Él, como en un proceso fotográfico, las cosas se invierten: lo negativo se vuelve positivo; los sufrimientos se convierten en alegrías: todo se proyecta en el amor, donde no hay más pena, porque se cumple la voluntad de Dios: y “en su voluntad está nuestra paz”.
Notas escritas por el diputado Igino Giordani en un bus entre Trento y Cortina d’Ampezzo.