«Es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su huerto; creció y se hizo un árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas” (Lucas 13:19). Nos gusta particularmente la expresión “es semejante” que el evangelista utiliza porque nos lleva directamente a poder narrar brevemente el nacimiento de la familia del Movimiento de los Focolares. También la de “un grano de mostaza”, siempre considerado pequeño, comparable con el primer grupo de compañeras y compañeros de Chiara, signados desde el primer momento por la elección de Jesús, del Evangelio, y las relaciones fraternas forjadas en el máximo calor de la familia, familia no intimista, una familia que abraza a todos.
Una comunidad viva
Así nace un árbol, que de ese grupo se abre en una comunidad viva, que creció en la práctica afectiva y efectiva, en la radicalidad del Evangelio para con todos los que los rodeaban. Una comunidad de varones y mujeres, ancianos, jóvenes y niños, familias, religiosos y religiosas, una expresión del Pueblo de Dios. Así nacen las distintas vocaciones semejantes a las ramas del árbol de mostaza, nacen de la sabiduría dinámica de una vida que, en sus distintos estados y vocaciones, tienen el mismo original desafío de hacer del Evangelio el libro de sus vidas, en una elección primordial de Dios y abrazando la unidad, ese pedido que Jesús exclama al Padre: “Que todos sean uno” (Jn 17:21) como causa de vida, de conversión y de misión.
El árbol de mostaza nos ofrece una maravillosa imagen, crece y se hace grande, y permite que las aves del cielo aniden en sus ramas. Del mismo modo, las múltiples personas y comunidades que constituyen la familia de los Focolares anidan en las ramas que lo componen. Es una experiencia única, incluso para un niño de 4 años sentirse parte no solo de su familia de origen, sino ser parte junto a otros niños de una comunidad formada por adultos, sacerdotes, obispos y religiosas. Se vuelve muy significativo para un niño levantar la mirada y distinguir distintos rostros, todos convocados como él por la ley fundamental del amor recíproco.
Nacidos para vivir en relación con los demás
La identidad de esta comunidad es llamada a las relaciones trinitarias, un Dios Trinidad que es familia, que es comunidad, relaciones forjadas en el vínculo amoroso de la reciprocidad. Ese rostro de un Dios que es Amor, que es relación y donde cada miembro lo experimenta como un Dios cercano que camina en su historia y entre los hermanos y hermanas de comunidad, como Él mismo lo anunció: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). La vida de estas comunidades anhela reflejarse en el compromiso de los primeros cristianos, donde vibrar y fluir con los otros ofrece la belleza de la convivencia, en libertad y al mismo tiempo regidos por las propuestas del amor mutuo, de la libre comunión de bienes espirituales, personales y comunitarios, así como las capacidades, saberes, aprendizajes y la comunión de los bienes materiales, en todas sus dimensiones.
La convicción en la vida da mucha felicidad, porque nos lleva por un camino de elecciones cotidianas de aspiración y concreción de una vida lo
más coherentemente posible. Al mismo tiempo, no son pautas impuestas, pues son pronunciadas en el Evangelio y encuentran eco en lo más profundo de nuestra manera de ser, individualmente y como comunidad.
Se despliega así un abanico de vocaciones, ramas de este árbol, focolarinas y focolarinos, solteros y casados, todos laicos con un tipo de consagración total y vida comunitaria vivida y donada por la unidad; sacerdotes nucleados también por pequeñas comunidades acorde con la iglesia local en pequeños focolares y por la misma senda seminaristas, que descubren desde muy jóvenes que se puede caminar en un ambiente familiar, comunitario de verdadera elección de Dios, testimonios de un seguimiento de Jesús que da plenitud al ministerio. Voluntarios de Dios, hombres y mujeres, laicos y sacerdotes, comprometidos en la vida comunitaria, en núcleos donde las vidas vibran en el fuego del amor recíproco y en la transformación de la sociedad incidiendo en el cambio de sus estructuras; religiosos y religiosas y jóvenes aspirantes a la vida consagrada, que en la máxima fidelidad a sus propios carismas beben de la espiritualidad de la Unidad ofrecida por el carisma del movimiento con la simplicidad de quien, como bien decía Pablo VI, encuentra una espiritualidad transparente.
Todos juntos como miembros del Movimiento conformamos el mismo jardín de la Iglesia y respiramos el mismo perfume de la unidad. Los jóvenes, adolescentes y niños, la frescura del Movimiento presente y futura, con sus vidas comprometidas en el seguir a Jesús en sus propuestas creativas, hacen de cada paso un acto de abrazar con amor a los demás. Todo es una excusa: deporte, arte, estudio, fiestas, bailes, para decirle a los demás que otra vida es posible. Y los adherentes, aquellos que con dedicación y amor adhieren a la propuesta del Movimiento en el servicio y la dedicación, estando atentos a todas las ramas y se sienten bien en el servicio a todos.
Rasgos característicos en una enorme multiplicidad
El rasgo común de los miembros de esta familia es el seguimiento de Jesús, que quiere decir: elección de Dios a la raíz, que sea Él quien reina en nuestras vidas y desde allí se desprenderán todos los variados y libres coloridos de expresiones en la actuación del Reino de los Cielos. Sin lugar a dudas esas ramas que constituyen el árbol del Movimiento de los Focolares viven también sus semejanzas con la naturaleza, las distintas estaciones, los distintos momentos de fecundidad, de poda, de brotes de un tipo u otro. También en este aspecto se pueden comprender los procesos variados de una Obra de Dios.
Espiritualidad comunitaria, santidad cotidiana
Aquellos que se adelantaron en la llegada al Cielo, llamados por el Amado, continúan siendo miembros de esta gran familia que se siente unida entre el Cielo y la tierra.
Un fuerte llamado a la Santidad recorre esta familia unida por la espiritualidad comunitaria del carisma de la unidad. Militantes de la cotidianidad, codo a codo con los otros, cuya primera vocación, que antecede a todas las ramas, es la vocación a la Obra de María como también se denomina el Movimiento de los Focolares. Todos llamados a ser un solo tronco del árbol de mostaza donde tantos pájaros se puedan posar en sus ramas.
Todos libres, creativos, activos, participes, protagonistas, misioneros en el forjar la vida creando ámbitos de luz en la convivencia y en las múltiples comunidades, todos llamados por nombre a generar ya hoy y aquí Cielos y Tierras nuevas (Apocalipsis 21:1).
Por Santiago Durante