Perfil de Beatriz Aida Monteros – A sus 90 años, Beatriz Monteros partió al Cielo. En la Tierra dejó un legado enorme entre sus seres más queridos, pero también en el sistema de salud de todo el país. Obstetra de profesión, gracias a su inmenso y complejo trabajo logró crear una red de protección para evitar el robo y tráfico de bebés recién nacidos.

Por Silvia Orona (Argentina)

«Te doy gracias Padre, Señor del Cielo y la Tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a los pequeños” (Mt 11,25-30). Beatriz Aida Monteros fue eso, una pequeña predilecta de Dios. Con una fidelidad y entrega incondicionales. Alegre, sonriente, simple, humilde. Son algunos de los adjetivos que caracterizaban a esta voluntaria del Movimiento de los Focolares y es la forma en que será recordada por las muchas personas que tuvieron la suerte de pasar por su vida.

Falleció en febrero pasado, a los 90 años. Se fue físicamente, pero ha dejado un legado que no solo se limita a algo espiritual, emocional o simbólico. El trabajo de Beatriz en esta tierra fue tan grande que hasta tuvo alcance de ley, y le valió el reconocimiento de Mujer Ilustre de la provincia argentina de Tucumán, de donde era oriunda. Serena, generosa, agradecida, elegante. Estas bondades suyas supieron complementarse con una potencia que le permitió llevar adelante una lucha desigual para combatir el robo o tráfico de bebés en el Instituto Maternidad en el que se desempeñaba como obstetra.

Su trabajo se convirtió en ley

Con mucha paciencia, dedicación y sacrificio, Beatriz creó un método de identificación del recién nacido a partir de la impresión de sus huellas de un dedo de la mano y pie derechos, junto con las de la madre. Se llamó servicio de identificación del recién nacido. De esa manera, cada bebé sólo podía salir con su mamá al ser dado de alta. Tuvo que constituir un equipo con gente de su confianza a la que formó con voluntad, perseverancia y una gran capacidad de trabajo (pediatras, neonatólogos, asistentes sociales, equipo de adopción, personal administrativo, auxiliares).

Fue una maestra en la defensa de la justicia de los más débiles. En la rama de las voluntarias del Movimiento de los Focolares es donde encontraba la fuerza y la determinación para realizar esta valiosa y temeraria tarea. Fueron tiempos difíciles. Hubo rechazos, persecución y hasta amenazas de las bandas que robaban o cambiaban los bebés. Sólo contaba con el apoyo del director del Instituto y algunos médicos del establecimiento. No obstante, ella supo contener, defender y cuidar a las personas de su equipo y nada la detenía en su empeño. Parte de este proyecto que llevó adelante fue recuperar la morgue, que estaba totalmente abandonada. Ella misma buscó a quien pudiera reparar equipos de refrigeración, y con su dinero y el de colaboradores, pintaron el lugar con sus propias manos. Hasta consiguió un carpintero que le fabricaba pequeñas cajitas para los niños fallecidos. Para ella todos eran desafíos a superar, no tenía límites en su dedicación. Su gran agudeza social la hacía apuntar alto, siempre con fe y esperanza. También se afanaba en conseguir donaciones de insumos básicos como gasa, algodón, desinfectante, elementos que siempre faltaban. Con el tiempo, el método ideado por Beatriz fue convertido en Ley Provincial de Seguridad por el Congreso de Tucumán y hoy se aplica en todo el país.

En su abnegada profesión de obstetra se prodigó en el amor al hermano. No solo con su proyecto de protección frente al robo de bebés, sino que también supo ser madre de las madres que iban a dar a luz, y ángel protector de cada niño que nacía y que recibía con amor. Cuando un bebé nacía muerto o fallecía a poco de nacer, enseguida lo bautizaba con delicadeza, dulzura y solemnidad.

Una vida dedicada al Movimiento de los Focolares

Previo a su fallecimiento, ya desde hacía un tiempo padecía un deterioro neurológico. En pocos días cursó una afección respiratoria que no pudo superar. Murió en paz, bien cuidada y acompañada de sus afectos. Nacida en una zona rural de la provincia de Tucumán, fue la última de once hermanos de una familia simple, modesta y feliz. Perdió de manera repentina y temprana a su padre. Nunca se casó. Fue siempre muy familiera y entrañablemente cariñosa y generosa con sus hermanos, sobrinos y especialmente con su madre, con quien vivió y a quien cuidó toda su vida.

En 1973 tuvo el encuentro que le cambiaría el destino para siempre. Descubrió el Movimiento de los Focolares y su propuesta la conquistó para siempre. Toda su vida se tiñó del Carisma de la Unidad. Amaba el Movimiento. Le dedicó todo el tiempo y sus mejores esfuerzos. De hecho, colaboraba en todas las realidades que podía. Con las familias, con la revista Ciudad Nueva, con distintas actividades que requirieran ayuda. Ella siempre estaba.

La relación con las voluntarias era su fuente, el oasis donde descansaba y donde también edificaba con su testimonio. Vivió intensamente, tanto que podría decirse que era una obra de arte esculpida por el cincel de Chiara Lubich. Beatriz siempre decía: “Me lo enseñó mi mamá Chiara”. Todo era comunión, todo lo ponía en común: su alma, su tiempo, sus bienes. Desde su sencillez tuvo la virtud de multiplicar sus talentos para ponerlos al servicio.

Juanita fue una de las últimas voluntarias que la visitó antes de su partida al cielo: “Habiendo tenido la gracia de visitar a Beatriz poco antes de su partida pude contemplar su alma intacta, transparente, llena de Dios. Me parecía verla caminar por los senderos del Paraíso. Estaba en su mundo, en la alegría y la paz de los santos. Era una flor silvestre perfumando todo a su alrededor. Al abrazarla me sentí colmada de esa ternura que sólo saben dar los niños felices. Eso fue ella, una niña pura, feliz y agradecida en las manos de un Padre que la condujo a su casa por el camino de la santidad”, dice.

Como a Juanita, a todos los que la conocimos nos deja, en el corazón y en la memoria, la alegría y la luz de una mujer simple y maravillosa que siempre vivió en Dios y al amparo de su Madre, la Virgen •

Testimonios de aquellos que la vieron florecer

Beatriz ha sido una mujer extraordinaria, fuera de serie, una voluntaria de Dios con alma de niña, con una gran agudeza sobre la realidad humana, quizás fruto del entorno del que provenía, de las luchas de la vida. Tenía una fe, una esperanza y una visión de la vida, del Reino de los Cielos. Para mí ha sido un privilegio tratarla cada vez que nos hemos encontrado y tener la oportunidad además de filmar su experiencia y conocer su vida. Una mujer sencilla pero con una gran visión y capacidad de apuntar alto. En la misma persona se reunían una integridad total, de evangelización y aterrizaje de transformación social. Como lo era Elvira Martínez de Zavalía, en la misma línea, ésta proveniente de una familia aristocrática, Beatriz proveniente más de un sector popular, pero con el encuentro con el carisma, ambas rompieron todas las estructuras de sus propios círculos. Ha sido una gigante.

Por Susana Nuin

Trabajé cuatro años en la Maternidad con Beatriz para combatir el tráfico de bebés (se vendían, se entregaban en los consultorios externos, en los baños, entre otras prácticas). Ella me formó para la identificación del recién nacido. No fue fácil. Dentro del hospital éramos perseguidas por algunos grupos. La han amenazado y también a su mamá de 90 años, pero nunca bajó la bandera. Creía que Dios es Amor y que no le soltaba la mano. Hemos corrido muchos riesgos. El primer apoyo lo teníamos de parte del director, que era judío, y de algunos médicos con mucho compromiso, la mayoría agnósticos. Beatriz hizo una red increíble, con los trabajadores sociales, el equipo de adopción, con la policía, para logar la contención de las mamás y perseguir a los delincuentes. Tenía una caridad exquisita, muy sensible a los problemas personales que cada uno atravesaba. Era muy valorada por sus compañeros del hospital.

Buscó gente ‘de la nada misma’ para armar su equipo. A veces nos desbordaba el trabajo, llegaban hasta 35 partos por día. Los primeros años, por ejemplo, he hecho guardias de hasta 72 horas. Partos que venían de muchas formas: de la calle, en taxis, en colectivo, gente golpeada… Ella te formaba para afrontar lo que sea, te hacía fuerte. También te corregía. Te podía decir, como alguna vez a mí: “No seas tan orgullosa”, y al mismo tiempo estimularte resaltando tus aspectos positivos. Nos hacía fuertes y nos cuidaba muchísimo.

Ha sabido aprovechar cada talento que Dios le dio, multiplicándolo al cien por ciento. Gracias a su valentía logró dignificar el hospital. Cuando empezamos no existía la morgue prácticamente, no había aire acondicionado ni funcionaban las heladeras. Como no le daban apoyo lo asumimos nosotras. Se consiguió quien pudiera arreglar la heladera, compramos la pintura y pintamos nosotras. Llamó a un carpintero para que hiciera unas cajitas para los bebés que fallecían. Con esta fortaleza, yo me forjé. El trabajo adquiría una dimensión en la que no había dificultades para atravesar, la única dificultad eran nuestros miedos o nuestro orgullo.

En el hospital no había insumos, a veces no había ni algodón. Algunas veces nos uníamos a las manifestaciones. Una vez en la plaza nos largaron los perros, corrimos y una amiga nos ayudó, escondiendo nuestros guardapolvos en su cartera para que pudiéramos salir de la zona desapercibidamente. Beatriz hacía cosas increíbles, como ir al cementerio a buscar el cuerpo de un niño que estaba en una fosa común, para entregárselo a los padres.

Por Mónica Argul

Una niña evangélica y comprometida
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