La heterogeneidad de la naturaleza – La heterogeneidad por sí sola no es suficiente para favorecer la supervivencia. Genera nuevas propiedades sólo si estas diversas partes cooperan entre sí: en efecto, por ser diferente, cada elemento puede ofrecer algo relacionado con su especificidad a los demás.
Por Catherine Belzung (Francia)*
En las ciencias de la vida, los sistemas pueden describirse a distintos niveles, desde escalas macroscópicas hasta escalas microscópicas: la escala del ecosistema, la de un individuo, la de los órganos, la de los tejidos, la de las células, la de las moléculas, etc. Sin embargo, sea cual sea el nivel, se puede observar que estos sistemas generalmente están compuestos por elementos disímiles que cooperan entre sí, favoreciendo la complejidad y la supervivencia del conjunto, y evitando la fragmentación.
Por ejemplo, se puede describir un sistema biológico a nivel de ecosistema, es decir, un sistema organizado compuesto por individuos de varias especies (animales o vegetales) que interactúan entre sí y con el medio ambiente. Estos sistemas son abiertos, es decir, reciben materia y energía del exterior, por lo que están sujetos a cambios desafiantes, que requieren autorregulación. Cada especie tiene una función precisa, complementaria a la función de otras especies: las plantas pueden transformar la energía del sol en clorofila pero no pueden moverse, mientras que los animales pueden moverse pero no pueden sintetizar clorofila. Debido a que ambos colaboran, el sistema aumenta sus capacidades. La misma diversidad se encuentra entre animales y plantas. Por ejemplo, algunas plantas pueden proteger a otras de la deshidratación, lo cual es posible sólo porque son diferentes. Y esta heterogeneidad favorece la adaptación de todo el sistema.
Una cooperación similar se encuentra a nivel de los órganos. Por ejemplo, los vertebrados están compuestos por varios órganos, como un corazón, un estómago, un cerebro: cada uno tiene una función diferente que permite la supervivencia del conjunto. Es evidente que ninguno de ellos podría sobrevivir solo, y que cada uno de ellos favorece la supervivencia de los demás órganos. Las mismas reglas se pueden encontrar a nivel de un solo órgano: por ejemplo, el cerebro está compuesto por varias células, incluidas las neuronas, pero también astrocitos, células microgliales, etc., y cada una de ellas se caracteriza nuevamente por una enorme diversidad: en el cerebro humano se pueden encontrar 145 tipos diferentes de neuronas. La impresionante capacidad de estos sistemas naturales deriva directamente de su diversidad.
Finalmente, la misma lógica se encuentra en el interior de las células: cada una está compuesta por una membrana que permite la delimitación desde el exterior, un núcleo (donde se almacena la información), mitocondrias (que permiten la respiración), el retículo endoplásmico (síntesis de proteínas), etc. Se podría continuar con esta descripción a nivel molecular, donde cada molécula está compuesta de diferentes átomos, y así sucesivamente.
Todos estos ejemplos muy generales ilustran que la naturaleza es heterogénea. Sin embargo, la heterogeneidad por sí sola no es suficiente para favorecer la supervivencia. Genera nuevas propiedades sólo si estas diversas partes cooperan entre sí: en efecto, por ser diferente, cada elemento puede ofrecer algo relacionado con su especificidad a los demás. Por supuesto, esta cooperación no es intencional y consciente, pero es bueno cambiar nuestra visión de la naturaleza, yendo más allá de la visión actual que afirma que todo se basa en la competencia, para contemplar la diversidad y la ayuda mutua que está presente en ella •
*La autora es profesora titular de Neurociencias en la Universidad de Tours (Francia), miembro senior del Institut Universitaire de France desde 2014 y presidenta de iBrain .
El artículo fue publicado originalmente en el blog internacional de ciencia Wonderverse (www.wonderverse.home.blog)