10 sugerencias para el cuidado de la salud mental

Según la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es “un estado de bienestar en el que las personas son conscientes de sus propias capacidades, pueden afrontar las tensiones de la vida, trabajar y contribuir con su comunidad”. Indagamos sobre algunos aspectos de nuestra mente.

Por Toni Martín*

1. Autonomía, solidaridad y alegría

La salud es una manera de vivir autónoma, solidaria y alegre. Esta es una interesante definición de salud que expresó el Dr. Jordi Gol en 1976. Si ponemos el foco en la salud mental, valoramos la autonomía afectiva según la cual deseamos la estima y la aprobación de los demás, pero no la necesitamos forzosamente para crecer como personas; la solidaridad, en cuanto somos capaces de diferenciarla del sacrificio; y la alegría, como uno de los comportamientos más sanos, naturales y espontáneos del ser humano… Así pues, cada uno para sí mismo se reconoce como persona sana, es decir: ¿soy “autónomo, solidario y alegre”?

2. Filosofía de vida

Adoptar una sana filosofía de vida. A lo largo de la historia de la humanidad, todas las culturas han elaborado maneras de comprender el mundo, el dolor que conlleva la vida y todo lo que no podemos controlar. Hombres y mujeres de todas las culturas han ido destilando ideas que nos ayudan a afrontar la incertidumbre. No únicamente de las filosofías orientales tan de moda hoy en día, sino también en nuestro mundo occidental. Desde los filósofos griegos aprendemos que adoptar una sana filosofía de vida nos puede ayudar a interpretar la realidad de una manera más realista y más sabia.

3. Pequeños cambios

¿Qué puedo hacer para cambiar? ¿Quién no se ha planteado el deseo de ser diferente? O al menos de comportarse de manera diferente a como lo suele hacer. Solemos pensar: “si fuera diferente a como soy, o si cambiara mi manera de comportarme, las cosas me irían mucho mejor”. Y nos obstinamos en una lucha a menudo despiadada contra nosotros mismos para cambiar… Pero no lo conseguimos porque cambiar es muy difícil. Es mejor dejar de luchar, aceptarse tal como uno es y comprometerse en hacer pequeños cambios a pequeñas dosis.

4. Valores

¿Qué valores tengo en mi vida? Más allá de lo que se supone que debería ser importante para mí, o de lo que yo creo que necesito en este momento en mi vida, me puedo preguntar: ¿Qué es lo que yo creo que tiene importancia para mí en mi vida? ¿Qué valores son los que me mueven? ¿La familia, la honestidad, el respeto, el altruismo, el agradecimiento, el compromiso, la salud…? Tener claro estos valores me puede ayudar a mantenerme mentalmente centrado; y también a realizar esos pequeños cambios que me he propuesto, manteniendo el objetivo en esos valores y no en los resultados.

5. Culpa

Liberarnos del sentimiento de culpa. Aunque la culpa es un sentimiento adaptativo que nos ayuda a reconocer errores y enfrentarnos a sus consecuencias sociales (solo los psicópatas no sienten culpa), también conviene no dejarnos abrumar por ella, ya que nos puede llegar a anular como personas. Es preferible sustituir la culpa por el sentimiento de responsabilidad, que me permite ser consciente de mis errores y actuar de manera más sana y eficaz.

6. Autoestima

 La autoestima es muy dificultosa. A pesar de lo que nos venden los omnipresentes libros de autoayuda, quererse a uno mismo es muy difícil. Porque, queramos o no, siempre acaba dependiendo de si tenemos éxito en nuestros propósitos y si los demás nos valoran, y en tal caso la autoestima sube; o bien al contrario, si no lo conseguimos y los demás nos ignoran, entonces nuestra autoestima baja. Por eso nos puede ser más útil la idea de la autoaceptación incondicional, donde decidimos estar bien con nosotros mismos pase lo que pase, fomentando una relación amistosa y comprensiva, incluso con aquello que no nos gusta de nosotros.

7. Criterio adulto

Siempre es mejor escogen con criterio adulto que infantil. Sabemos que los niños eligen las cosas según “esto me gusta y lo quiero hacer, aquello no me gusta y no lo quiero hacer; y los adultos, cuando hace falta, tenemos que indicar al niño la conveniencia de hacer las cosas aunque no le gusten. Pero cuando somos adultos ya nadie nos obliga y el criterio debería ser: hago lo que creo que es mejor para mí, aunque no me guste. El hábito de continuar con el modus infantil cuando ya somos adultos nos puede conducir a graves problemas de frustración personal y de relación con los demás.

8. Exigencia

Mejor no vivir la vida en forma de exigencias. ¡Qué exigentes somos los humanos! Lo somos antes que nada con nosotros mismos, y también lo somos mucho con los demás. Fijémonos en el diálogo interno. Por ejemplo, nos decimos: “Este chico no debería haber hecho eso, es un tonto”, porque creemos que las cosas deberían ser como nosotros creemos que deben ser, pero la realidad es que no hay ninguna ley escrita de que las cosas tengan que ser como yo quiero. Mejor pensar: “Habría sido mejor que este chico no hiciera lo que ha hecho, pero yo no soy nadie para juzgarlo”.

9. Felicidad

¿El objetivo es la felicidad? Ser feliz parece ser el objetivo que nos indican los libros de autoayuda. ¿Realmente ese debería ser el objetivo? Alguien ha dicho que la receta más segura para no ser feliz es buscar la felicidad. Quizás es mejor entender que la vida no es fácil, que las condiciones que nos impone son casi todas fuera de nuestro control y es preferible trabajar para mejorar la tolerancia a la frustración y la ecuanimidad: no apegarme a lo que me resulta agradable y no rechazar lo que me resulta desagradable. Por otra parte, el estudio más extenso que se ha hecho sobre felicidad (obra de la Universidad de Harvard) sugiere que la clave no está tanto en conseguir lo que quiero sino en crear relaciones entre las personas, en compartir espacios de nuestra vida con los demás.

10. Humildad

Ser humildes respecto a nuestras limitaciones biológicas. Siempre es preferible mejorar la salud mental de las personas enseñándoles a gestionar los pensamientos y las emociones trastornadoras mediante herramientas psicoterapéuticas adecuadas. Pero, como médico, también quiero comentar que hace falta humildad para comprender que, en muchos casos, hay una parte muy biológica en nuestro sufrimiento emocional que subyace en la propia química cerebral. Sabemos muy poco de cómo funciona el cerebro, pero hemos podido constatar que, modulando determinados neurotransmisores, facilitamos que la persona pueda hacer, con las estrategias cognitivas y conductuales adecuadas, una gestión mucho más sana y provechosa de sí misma •

*Médico y psicoterapeuta cognitivo conductual. Se dedica al tratamiento de los trastornos emocionales y psicosomáticos.

**Esta nota pertenece originalmente a la revista LAR, editada por Ciudad Nueva España, en su edición N° 4 invierno 2024.

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