Neuropedagogía – La escuela tiene hoy la enorme misión de ser un espacio de meditación, pensamiento y reflexión.
por Marcela Banno Merlo y Susana Chiarizia (Argentina)
La neuropedagogía es una disciplina que estudia el cerebro, el órgano del aprendizaje. En la década del noventa, llamada la “Década del Cerebro”, se permitió estudiar el funcionamiento del cerebro en vivo y así se llegó a descubrir que, anatómicamente, estos órganos son iguales, pero que en cuanto a su manera de aprender son absolutamente diferentes. Esto, unido a la Teoría de las inteligencias múltiples, de Howard Gardner, concluye que todos podemos aprender pero no lo hacemos al mismo tiempo ni del mismo modo.
En 2022 el concepto de diversidad gana una supremacía mayúscula, ya que se sostiene que los avances en los aprendizajes son una forma de superación de sí mismo. Las neurociencias se han ocupado de describir minuciosamente el modelo evolutivo del encéfalo humano y de considerar que el cerebro tiene una estructura dividida en tres sistemas, llamándolo cerebro triuno. Esos sistemas son: primitivo o reptiliano, mamífero o sistema límbico, y cerebro humano o racional. Estas tres capas se desarrollaron en diferentes etapas y al ubicarse una sobre otra fueron modificándose mutuamente.
Sin embargo, no hay que olvidar que el cerebro funciona como un todo y que los instintos, emociones e inteligencias forman parte de esa totalidad integrada. Si el cerebro primitivo está tranquilo, el sistema límbico, contento y el cerebro racional, entusiasmado, están dadas las condiciones para que el aprendizaje resulte significativo. Para que tales condiciones se manifiesten hace falta crear en las aulas un clima de tranquilidad y amabilidad, en el que nadie se sienta amenazado o en peligro, en donde sea lícito el error y se trabaje de manera colaborativa.
Puede atenderse a ciertos elementos concretos que colaboran a crear ese clima, como una buena iluminación y una buena ventilación, perfumes, agua al alcance de los estudiantes, música, desestructuración en la disposición de mesas y sillas. Otra de las intervenciones es generar instancias formativas de gestión de las emociones mediante prácticas de meditación o mindfulness, desde el inicio de la escolarización. El desarrollo de la inteligencia emocional optimiza el autoconocimiento y los comportamientos sociales.
Finalmente, hay que atender a cómo es presentado el contenido y a cómo el maestro se constituye como un mediador entre el estudiante y el concepto. Un docente habrá de tomar registro para descubrir cómo piensa el estudiante y cómo avanza en la apropiación del contenido. En definitiva, se trata de saber cómo aprende. También hay estrategias tales como la repetición con novedad, el aprendizaje basado en proyectos, la comunicación y la escucha efectiva y afectiva, las preguntas poderosas y las rutinas de pensamiento, los recreos cerebrales, el uso de la agenda, el respeto por los períodos atencionales y la estimulación de la memoria de trabajo tanto de mediano como de largo plazo.
Conocer cómo funciona el cerebro y cómo funcionan los mecanismos neurobiológicos permite diseñar situaciones de enseñanza y aprendizaje que resultarán efectivas en tanto actividades cerebro compatibles. La educación es la actividad humana que modifica el cerebro y esto se ha comprobado mediante sólidas pruebas de laboratorio (como resonancias magnéticas o resonancia por emisión de positrones), y el fenómeno que permite estos cambios en el cerebro es el de neuroplasticidad. Las neurociencias son, en la actualidad, el fundamento científico que explicaría las distintas intervenciones docentes. Lejos de pensar que el aporte neurocientífico se constituya en la solución para las dificultades educativas, hoy se considera que su aporte potenciaría las estrategias didácticas. Por lo tanto se trata de asumir el desafío de transformar el aula, mejorar las formas de relacionarnos, de generar espacios de reflexión, de abrir instancias de curiosidad y trabajo en equipo, de aprovechar al máximo los diferentes momentos de una clase, en especial la apertura y el cierre. Decir que los alumnos que entran al aula no son los mismos que salen es un hecho con fundamento científico. Si cada docente modifica estructural y funcionalmente el cerebro de sus alumnos, resultará muy provechoso saber cómo hacerlo de una manera más eficaz.