En nuestros países nos toca vivir unas breves vacaciones de mitad de año. Aquí, una propuesta para trabajar este tiempo y practicar la cercanía, reencontrándonos con quienes tenemos cerca.
Por Guillermina Zehnder (Argentina)
Las vacaciones son un tiempo muy anhelado y esperado para la mayoría de las familias. Es un tiempo en el que no se miran tanto los relojes, en donde es posible compartir más momentos juntos. En especial para los niños que lo tienen bien marcado en sus calendarios escolares. Y para los adultos que también queremos compartir con ellos ese descanso, ese “frenar”.
Es un gran desafío pensar qué hacer en este tiempo. ¡Quisiéramos hacer muchas cosas, y el gran desafío es priorizar! Si es un tiempo especial, sería interesante realizar una lista de todo lo que nos gustaría poder hacer: una lista personal y una lista “familiar” (realizada entre todos). ¡El tiempo es un bien cada vez más preciado! La gestión del tiempo es uno de los temas que más se trabajan en las empresas, en las instituciones, en las reuniones. También podemos pensar en “planificarlo adecuadamente” para nuestra familia.
No siempre es posible salir, conocer otros lugares o viajar para poder hacer cosas diferentes; o aun así, pudiendo salir, también resulta interesante proponernos que sea un tiempo especial, significativo y profundo.
Para eso, la clave es lograr desconectarnos de todos los dispositivos tecnológicos que podamos: el teléfono nos lleva a un scrolling infinito (el scroll es la acción de desplazarse verticalmente por una página web), la televisión nos invita a maratones de series adictivas. La excusa de estar conectados y contestando a “los que están lejos” nos mantiene con la cabeza gacha, escribiendo, contestando y hasta lo llamamos “hablando”, cuando, en honor a la verdad, casi todas las conversaciones pueden ser tenidas en otro momento (¿coincidimos en que lo vemos más claramente en los más chicos, pero a los adultos nos cuesta mucho también dejar los dispositivos?).
Desde un punto de vista psicológico, neuropsicológico, la exposición constante puede generar un desequilibrio en nuestros neurotransmisores. La dopamina, asociada con el placer y la recompensa puede ser liberada en exceso debido a la constante estimulación digital, lo que puede llevar a una disminución en la producción de la serotonina, el neurotransmisor responsable de la regulación del estado de ánimo y de la sensación de bienestar, de felicidad.
Si logramos desconectarnos por un tiempo de los dispositivos, podemos permitir que nuestro cerebro recupere el equilibrio natural y promueva la producción de serotonina, lo que nos permite sentirnos más tranquilos, relajados y tener verdaderas vivencias de felicidad.
Poder mirarnos a los ojos, poder ponernos de acuerdo para elegir un juego, buscar en nuestra cabeza alguna forma de diversión que no tenga que ver con la instantaneidad de las imágenes genera momentos de conocimiento profundo, de encuentros de alma a alma, es una fuente increíble de valores: la honestidad, la cooperación, el respeto, la paciencia, la perseverancia, el diálogo, la empatía, el conocimiento profundo del otro; el amor comienza a circular indefectiblemente, la reciprocidad se hace visible.
Las actividades lúdicas mejoran la concentración y la atención, desarrollan la memoria, la resolución de problemas, la aceptación de reglas, fomentan la interacción social y la comunicación. Reducen el estrés y la ansiedad, es una forma de divertirse, relajarse, distraerse de los problemas diarios. Ayudan a mejorar la autoestima y la confianza.
Así, nuestros lazos como familia se vuelven fuertes, nuestra Unidad aumenta.
Además, las vacaciones se pueden convertir en una oportunidad para renovar nuestro compromiso con los valores que nos guían, esos en los que creemos: ser solidarios, ser misericordiosos, vivir con alegría y la alegría de vivir en comunidad.
Se pueden pensar momentos para compartir con aquellos que hace tiempo no vemos. Podemos invitar a amigos a casa para compartir más tiempo. Es una forma de conocer a los amigos de nuestros hijos y conocer a nuestros hijos interactuando con sus pares. Ponernos a jugar con ellos, a dialogar (dependiendo de las edades).
También podemos generar acciones solidarias simples, como donar juguetes o ropa; ayudar en un comedor comunitario, en un merendero; ir a jugar con los chicos, dialogar con las personas, hacernos próximos a ellos; reciclar; visitar a personas mayores en alguna residencia u hogar; recoger basura de un parque. Acciones pequeñas que generan grandes cosas en nuestros hijos y en nosotros. Aprovechemos estas vacaciones, sobre todo si podemos hacer coincidir un impasse laboral con el receso escolar. Prioricemos la familia, los valores que queremos que queden sellados en nuestros hijos. Que sea un momento de gracia y de renovación donde podamos redescubrir a quienes nos rodean, la importancia de la conexión humana y la belleza de la vida en comunidad •



