Continuamos con la presentación de las ponencias del Congreso de Sostenibilidad Relacional, que tuvo lugar en octubre de 2024 en dos sedes interconectadas: Castel Gandolfo (Italia) y Córdoba (Argentina).
Por Aurora Mariana García de França Souza y Miguel A. Delgado Rodríguez (Argentina)
La energía es indispensable para la vida moderna. Todo lo que hacemos –iluminar nuestras casas o comercio, cocinar, impulsar las industrias, transportarnos, conectarnos a internet, etc.– depende de ella. A lo largo de la historia, el desarrollo de la humanidad ha estado ligado a la gestión de distintas fuentes de energía. Desde el descubrimiento del fuego hasta la electricidad, cada avance energético ha traído cambios cualitativos enormes en nuestra forma de vivir.
Pero no todo ha sido positivo. El modelo actual de desarrollo energético, basado en la quema de carbón, petróleo y gas ha generado serios impactos en el planeta: el calentamiento global, el cambio climático y la contaminación son sus consecuencias más visibles. Hoy se reconoce que el modelo energético actual es insostenible y que es urgente cambiarlo.
¿Qué es la transición energética?
Es el proceso de reemplazar las fuentes de energía contaminantes por otras más limpias y sostenibles, como la solar, la eólica o la geotérmica. Pero no se trata solo de un cambio tecnológico. Esta transformación implica también decisiones políticas, económicas, sociales y culturales. Requiere repensar cómo usamos la energía, cómo la producimos y quiénes se benefician de ella.
En la Cumbre del Clima de la ONU (COP28), realizada en Dubái en 2023, por primera vez se habló abiertamente de la necesidad de abandonar progresivamente los combustibles fósiles. Este reconocimiento global marca un paso importante para impulsar acciones urgentes hacia un futuro sin emisiones contaminantes.
¿Qué significa una transición energética justa?
El desafío no es sólo técnico, sino también ético. No es suficiente cambiar la tecnología de producción de energía, es necesario garantizar que este proceso sea justo socialmente. Eso significa que las comunidades afectadas por el actual modelo energético –como los pueblos indígenas, las zonas rurales o las poblaciones más pobres– no sean excluidas de los beneficios de la energía, o sufran nuevas injusticias.
Una transición energética justa implica:
• Participación activa de las comunidades locales en los beneficios que trae la energía.
• Respeto a los derechos humanos y territoriales.
• Acceso equitativo a energías limpias y de calidad.
• Tener cuidado con el greenwashing, es decir, evitar que las empresas se presenten como “verdes” cuando en realidad siguen dañando el medio ambiente.
Además, es necesario promover una educación ambiental que ayude a tomar conciencia sobre el uso responsable de la energía y a comprender que vivir bien no significa consumir más, sino vivir con dignidad y armonía con el entorno.
El papel de la sostenibilidad relacional
Este nuevo enfoque busca integrar los aspectos sociales, ambientales, culturales y económicos de manera equilibrada. Con ello en mente, la transición energética debe contener un diálogo entre los saberes científicos, técnicos y los conocimientos de las comunidades locales. Apostar por una sostenibilidad relacional es reconocer que todo está conectado: el bienestar de las personas depende del bienestar del planeta.
Un llamado a la acciónLa transición energética es una oportunidad para transformar nuestra relación con el planeta. Pero para que sea verdaderamente sostenible, debe ser colectiva, participativa y solidaria. Gobiernos, empresas, comunidades y ciudadanos tenemos un rol clave en este camino. No se trata solo de cambiar la forma de producir energía, sino que, a partir de nuevas tecnologías ambientalmente sostenibles, se construya una sociedad más justa, equitativa y consciente •



