Paraguay – Los pueblos originarios de Paraguay han transitado un complejo camino de reconocimiento no solo a nivel social, sino también cultural y constitucional. He aquí un repaso por su historia y una perspectiva de los desafíos que atraviesa toda la sociedad paraguaya al respecto.

por Deisy Amarilla* (Paraguay)

El Paraguay es un país pluricultural, constituido por un abanico de poblaciones con lenguas antiguas y modernas. Los primeros pobladores, procedentes del Lejano Oriente, se establecieron en este continente hace aproximadamente 40 000 años y en varias migraciones, tanto desde el Norte, por el Estrecho de Bering, como por vía marítima, desde el Pacífico, y por el Sur, a través de la Antártida. En lo que se refiere a Paraguay, tuvimos y aún tenemos grupos culturales de la era paleolítica (especialmente los que habitan el Chaco paraguayo) y de la era neolítica (los guaraníes).

Al fundarse el Fortín de la Asunción, el 15 de agosto de 1537, en el margen izquierdo del río Paraguay, exactamente donde hoy está ubicada la capital del país, la idea inicial de los españoles era tener una base militar provisoria para, desde ahí, organizar expediciones hacia el Perú, cruzando el desconocido Chaco, en busca de oro y plata. Al comienzo, hubo varios intentos de conseguirlo junto con la ayuda de los indígenas cario-guaraní, que poblaban la región oriental del Paraguay, y que en un principio simpatizaban con los españoles.

Pero, con el tiempo, las relaciones entre los indígenas y los españoles entraron en una etapa conflictiva y nunca resuelta, que dieron como resultado luchas durante los tres siglos de la época colonial y durante los dos siglos del periodo republicano.

Actualmente, los pueblos indígenas del Paraguay, o pueblos originarios (como algunos prefieren autodefinirse), son 19. Estos se encuentran agrupados en cinco familias lingüísticas. Cuatro de ellas corresponden a la era paleolítica: la lengua zamuco es hablada por los pueblos ayoreo, tomraho e ishir ybitoso; la lengua mataco, por los nivacle, maka y manjui; la lengua guaicurú, por los qom; y la lengua maskoy, hablada por los enlhet, enxet, guana, sanapana, angaite, enenlhet y toba maskoy.

La restante familia lingüística es del neolítico: el guaraní. La utilizan los pueblos mbya, ava guaraní, ache, pai tavytera, guaraní occidentales y guaraní ñandeva.

Las culturas neolíticas aparecieron en Paraguay hace 5 000 años y se caracterizaron por la introducción de actividades humanas productivas. La principal fue la agricultura, utilizada para producir alimentos de consumo. Fue un salto cultural enorme, que implicó cambios sociales, territoriales, políticos y religiosos. Por sus actividades de agricultura, estos indígenas se reunían en aldeas más grandes y numerosas que las de las culturas paleolíticas, y las casas comunales convocaban a decenas de familias. Mientras que los pueblos del neolítico que habitaban en los países vecinos, especialmente los andinos, lograron avanzar hacia otras etapas (con la introducción de tareas como la manufactura, las construcciones, obras o sistemas hídricos, entre otras) los pueblos paleolíticos del Paraguay quedaron estancados en una agricultura de autoconsumo.

Los guaraníes prehistóricos se distinguían por algunas peculiaridades: un movimiento migratorio constante en búsqueda de tierra fértil y alimentos silvestres; por otra parte, entre ellos reinaba una profunda armonía.

Esta introducción histórica es necesaria para dar una mirada retrospectiva que permita entender mejor la situación actual. A partir de esto resulta posible construir una sociedad que comprenda las diversidades de los pueblos indígenas.

Una mirada hacia las relaciones entre el Estado paraguayo y los pueblos indígenas desde 1811, año de la independencia del país, nos revela abiertamente que no hubo un deseo genuino de entendimiento ni de aceptación del ser indígena, con sus propias culturas, lenguas, tradiciones y hábitat tradicional.

En 1825, el dictador de la República del Paraguay, José Gaspar Rodríguez de Francia, ordenó un censo catastral de las propiedades del país en estos términos: todo ciudadano o institución debía presentar su documentación de posesión del inmueble, y si no lo hacía en el plazo de unos pocos meses, ese terreno o casa pasaría a ser propiedad del Estado. La mayoría de los indígenas de aquel entonces ni siquiera se enteró de que existía un censo. Vivían en el monte y hablaban otra lengua, que no eran el guaraní ni el castellano. Tampoco había medios de comunicación que facilitaran la situación. La consecuencia fue que todos los pueblos aborígenes del Chaco perdieron de manera unilateral y legal sus inmensos territorios.

En 1848, el primer presidente constitucional de la República del Paraguay, don Carlos Antonio López, confiscó a través de un decreto todos los territorios y los bienes patrimoniales de los 21 pueblos originarios, otorgándoles, a cambio, el derecho de ser considerados ciudadanos paraguayos. ¡Vergüenza nacional! A partir de ese año, ni un solo indígena fue propietario, siquiera, de un metro cuadrado de tierra.

Recién en la Constitución Nacional del año 1992 se dedicó un capítulo a los Derechos de los Pueblos Indígenas (PI). Allí, el artículo 62 ofrece una maravillosa descripción de estos  pueblos, a quienes identifica como miembros del Estado Paraguayo, con todo lo que implica a nivel legal y social, por ser anteriores al mismo Estado: “Esta Constitución reconoce la existencia de los pueblos indígenas, definidos como grupos de culturas anteriores a la formación del Estado”.

Se reconoce, por ejemplo, el derecho de los PI a la propiedad comunitaria de sus territorios en extensión y calidad suficientes para desarrollar su sistema tradicional de vida. También se obliga al Estado a proveer gratuitamente esas tierras. Se trata de una devolución justa de lo que el Estado se apoderó.

Existe también la Ley N° 904/81, que regula esos derechos constitucionales. Gracias a ello, se han llegado a titular tierras de casi la mitad de las comunidades indígenas que existen actualmente. Muchas están con trámites judiciales para exigir sus tierras ancestrales, que el Estado ya vendió a otros dueños, y por lo tanto tiene que volver a comprarlas para poder darlas a los indígenas. Son problemas muy graves, que en varios casos han implicado violencia y desalojo de comunidades aborígenes por parte de los nuevos dueños, que actúan con el apoyo de hombres armados y autoridades corruptas.

La relación actual entre los pueblos indígenas y la sociedad nacional

Hoy, en Asunción, viven aproximadamente 5 000 indígenas en condiciones precarias, expuestos al desprecio y abandono social. Han sido expulsados de sus territorios ancestrales por los nuevos dueños, que venden estas tierras a distintos países, en especial, Brasil. De hecho, se calcula que en Paraguay hay medio millón de brasileños (originales y de primera generación) que se dedican a los cultivos extensivos de soja, después de deforestar completamente la selva.

Sin saber cómo sobrevivir, los PI migran a la ciudad, donde les espera una vida dura y de mendicidad. Algunos de ellos, con el objetivo de tener fuerza política, han formado el Movimiento de Indígenas Urbanos, que exige al Estado que cumpla con la Constitución Nacional.

Al respecto, José Zanardini, sostiene: “Se debe, por lo tanto, cuestionar las relaciones que se han establecido entre las diferentes culturas, porque se han generado situaciones socialmente asimétricas y hegemónicas en deterioro de la igualdad de derechos para todas las poblaciones. La tolerancia de la diversidad, pero en condiciones de diferencia de estatus social, genera focos de conflictos con posibles iniciativas violentas o destructoras”.

Hoy y mañana

Paraguay ha crecido en la conciencia de la diversidad como factor fundamental de la sociedad nacional. Las diversidades culturales, ya sean de los pueblos indígenas como de las colonias de migrantes, son percibidas como una riqueza para el país, donde cada cual aporta lo suyo, estableciendo unas relaciones socioculturales fecundas para los distintos pueblos y para la sociedad en general.

Ahora, los pueblos indígenas del Paraguay sienten que son pueblos con historia, pueblos con plenos derechos de existir como diversos, pueblos con fronteras culturales y lingüísticas bien distintas y en un proceso permanente de comunicación intercultural. En el contacto con las otras diversidades, descubren sus mismas características y diferencias.

El ejercicio de la interculturalidad, entendida como proceso político, puede encontrarse con serios obstáculos, como son los grupos que detentan el poder, los cuales pueden sentir miedo de perder sus privilegios y sus influencias sobre otros pueblos más débiles. Es necesario, por lo tanto, establecer canales políticos sólidos para el diálogo, el mutuo respeto, el entendimiento en condiciones de paridad jurídica, social y política.

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* La autora es doctora antropóloga, directora de la Comisión de Pueblos Indígenas de la Cámara de Senadores, presidenta de la Asociación de Antropólogos del Paraguay y de la Asociación Indigenista del Paraguay. Además, forma parte de la Comisión Directiva del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción.

Diversidad cultural indígena
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