Aprendamos juntos a ser padres e hijos – Nos ocuparemos del desarrollo del niño entre los tres y los seis años. A esto dedicaremos dos artículos, con particular atención a la dimensión relacional que comienza en la convivencia con los compañeros del Jardín.

Por Ezio Aceti (Italia)

Comenzamos el primero de los dos artículos referidos al Jardín de Infantes, que representa para el niño su debut en la sociedad organizada; con tiempos, lugares, personas con quienes mantendrá relaciones significativas para su crecimiento.

En esta primera parte profundizaremos en tres argumentos:

1. La confianza.
2. La inclusión.
3. La seguridad.

1. La confianza

La primera actitud que el niño manifiesta en su relación primordial es la confianza: cuando nace, el bebé es inmediatamente capaz de la confianza, reconociendo de manera inconsciente que la figura materna (es decir, quien cuida diariamente de él, que no debe ser necesariamente la madre) es para él fuente de vida, sustento, cuidado. Sin este “otro distinto de sí” el niño no podría vivir.

El niño identifica de inmediato su supervivencia con la presencia constante de alguien distinto de sí que lo acompaña y lo cuida, garantizándole el alimento, la higiene, la salud, los objetos deseados…

Muchos estudiosos se han interesado en este vínculo primigenio, demostrando cómo una experiencia positiva con la madre, sobre todo en los primeros meses de vida, constituye la base para los vínculos futuros.

Al comienzo, el niño se vincula con esta figura de manera indiferenciada (simbiótica); con el crecimiento, llega a diferenciarse de ella como persona material separada, aunque mantiene un apego fuerte y no replicable; al principio, solicitando la presencia física constante como base de apoyo y seguridad y luego, con el “debut en sociedad” (cuando ingresa al Jardín de Infantes), con la certeza cognitiva en la cabeza y afectiva en el corazón. Cuando esto sucede, puede alejarse por breves periodos de tiempo, ya que consigue mantener en la memoria la imagen del objeto amado.

Si el tipo de apego a la figura materna es seguro (es decir, garantiza una relación constante y coherente), el niño puede soportar el alejamiento y, aunque sigue deseando la cercanía, consigue tolerar que la figura sea sustituida parcialmente por otras; por el contrario, si el apego resulta evasivo o ambivalente, el niño puede desarrollar estados de ansiedad por el alejamiento, tener y manifestar sentimientos ambiguos de búsqueda y, al mismo tiempo, de rechazo del objeto amado, o bien no mostrar tristeza al momento del distanciamiento y tampoco mostrarse feliz con el reencuentro…

Gracias al proceso de interiorización materna, el pequeño que ha construido un vínculo positivo y de confianza tendrá una idea inicial positiva sobre sí mismo.

Cuanto más sienta el niño que es querido, amado, deseado, más desarrollará un sentido de seguridad hacia sí mismo y hacia los demás, y madurará la disponibilidad de la apertura al mundo y a los otros.

El Jardín de Infantes es para el niño una ocasión extraordinaria para conocerse mejor a sí mismo y a sus pares, tejer lazos de confianza con figuras adultas distintas de aquellas parentales, conocer el mundo compartiendo los espacios y el tiempo con los coetáneos.

2. La inclusión

Pero partamos del inicio…

El niño no conoce otra belleza que la de su familia. Ni siquiera imagina un lugar donde pueda estar sin sus padres. Al mismo tiempo, desarrolla una atracción innata hacia sus coetáneos: los observa, se acerca a ellos, intenta una relación que, aunque inmadura, revela ya la tendencia humana a la sociabilidad.

Es así como el niño se aventura en el Jardín de Infantes.

Pero intentemos imaginar qué puede experimentar dentro de sí un pequeño que transcurre sus primeros días en el Jardín.

Al principio puede imaginarse como un hombre de ciudad arrojado a lo profundo de una jungla: cada ruido es sospechoso, el deseo de regresar a casa es irrefrenable, cualquiera que se le acerca es fuente de preocupación, la mirada es prudente y, sobre todo, no sabe si volverá a casa…

De hecho, el niño ignora cómo irán las cosas en ese ambiente nuevo en el cual hay personas desconocidas que no brindan su atención solo a él, que realizan acciones que no siempre comprende… el desconcierto inicial es algo normal.

Con el transcurso de los días, sin embargo, el niño adquiere seguridad: reconoce que hay figuras adultas que pueden ser para él una referencia segura, descubre el juego y las actividades con materiales estimulantes, encuentra confirmación en la relación segura con la figura materna en cada reencuentro.

Entonces, lentamente, el niño comienza a sentir el jardín maternal como un lugar propio de crecimiento y no solo evitará llorar cuando deba desprenderse de la madre por la mañana, sino que manifestará el deseo y la alegría de participar con los otros en las distintas actividades y juegos que le son propuestos.

3. La seguridad

El Jardín de Infantes ha desarrollado, a lo largo de las décadas, excelentes competencias en lo que se refiere al respeto por los tiempos de los niños: las docentes saben bien que el pequeño necesita un tiempo para que alguien distinto de su círculo hogareño se ocupe de él, para dedicarse a una actividad lúdica, para relacionarse con sus pares.

El tiempo, junto con el espacio, se divide en ritos que se suceden siempre iguales, día tras día. Los ritos permiten que el niño se acerque de manera gradual y segura a la vida comunitaria en la cual está inmerso, ofrecen la oportunidad de generar vínculos sólidos y calmar la preocupación acerca de lo que sucederá después. Si se ayuda al niño a comprender lo que va a suceder después del momento presente, él podrá dedicarse con afecto cada vez mayor a lo que está haciendo, sin pensar demasiado en lo que vendrá luego.

Una vez que el niño ya no sufre al alejarse de la figura materna o paterna, está listo para aprender también en el plano cognitivo y para relacionarse positivamente con sus pares.

Es así que después de la inserción y la natural seguridad que el ambiente de la escuela proporciona, el niño ya está preparado para desarrollar todo aquello que la naturaleza ha dispuesto: el deseo de aprender, conocer, para convertirse en un gran protagonista del futuro •

El niño en el Jardín de Infantes (primera parte)
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