Una política en salida

A 10 años de Evangelii Gaudium – En noviembre de 2013, el papa Francisco publicó su primera exhortación apostólica. A poco más de diez años, este artículo presenta una revisión sobre el rol de la política a la luz del documento pontificio.

Por Pablo Blanco (Argentina)

«Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad…, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos”. Esto que decía el papa Francisco a los jóvenes en el encuentro en la Catedral de San Sebastián en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud de Rio 2013, también es un espejo donde la política debería mirarse y examinarse en conciencia, a 10 años de la exhortación Evangelii Gaudium del Sumo Pontífice.

Quiero subrayar en esta frase algunas palabras y definiciones. “Mundanidad”: esto es vivir según el mundo, en el sentido de la frivolidad, y la intrascendencia. La vida política, está amenazada de “un espíritu de internas” que Francisco asocia a una mundanidad asfixiante. Es un pecado político el haber caído en la mundanidad del poder, mirar de arriba y de lejos, rechazar la profecía de los hermanos, descalificar a quien te cuestiona, destacar constantemente los errores ajenos y obsesionarse por la apariencia. “Instalación”: esto es establecerse con el fin de conservar los propios privilegios. “Comodidad”: es decir, vivir una vida sin sobresaltos, dedicados al goce de no hacer nada. “Encerrados en nosotros mismos”: es lo que el Papa define con la palabra autorreferencialidad, y denuncia al señalar que “la tarea pública está contaminada de elitismos narcisistas y autoritarios, frutos de un inmanentismo antropocéntrico” (EG n° 94).

Al Igual que la Iglesia, la política también debería salir a la calle, entrar en escena, estar en salida. Cuando el Papa nos habla de la alegría del Evangelio, nos dice al mismo tiempo que experimentemos la alegría que supone evangelizar, anunciar la Buena noticia. Es la misma alegría que deberíamos sentir al transformar el mundo y, a su vez, al dejarnos transformar por el Evangelio. Esto es la alegría de la conversión.

Sin embargo, “el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente” (EG n° 52). “Vivimos una civilización paradójicamente herida de anonimato y a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás” (EG n° 169). A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. En verdad, Jesús espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, “la vida siempre se nos complica maravillosamente” (EG n° 270). Plantearse el camino de la Iglesia en este tiempo de la humanidad es preguntarse cuál es el aporte del Evangelio a nuestra convivencia en el contexto de una sociedad multicultural marcada por profundas tensiones. 

Este interrogante atraviesa el corazón mismo del vivir del cristiano, llamado a ser sal y luz en el mundo, alegría, y que tiene para el papa Francisco profundas implicancias. Primero, en el compromiso que cada cristiano debe asumir en su vida personal; segundo, en cómo se expresa en la sociedad la fuerza transformadora de la vida de fe, como una experiencia posible de ser compartida con otros; y por último, en el deseo de bien que habita en el corazón de todo hombre. Por eso mismo, toda vivencia espiritual necesariamente se expresa también en vida, y en opciones políticas como camino privilegiado del bien social. Quien asume la responsabilidad por lo público, debe tener una mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro, cuantas veces sea necesario. Dar la vida por los demás. Es todo lo contrario a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humanas que se buscan y obtienen por cualquier medio, o transformar la vida política y la realidad en meros esquemas numéricos y estadísticos a medir. Lo que sucede es que el dolor y el sufrimiento no se pueden medir, sólo se pueden experimentar en el encuentro con el otro: Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás, que la política sea humana. Dice Francisco: “El Evangelio —también para la vida política— nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia… La verdadera fe en el hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros” (EG n° 88). 

Toda opción y toda clave política comienzan por la persona humana como fundamento, en tanto y en cuanto la política y sus distintas formas de expresión encuentran en ella la centralidad del sentido de su actuar y existir… quien siente a fondo la vocación política, hace siempre una opción por los más débiles e indefensos. Entre esos débiles (todavía limitados en su respuesta autónoma, y que debemos cuidar con predilección) están los niños por nacer, los más indefensos e inocentes de todos, en los cuales reconocemos el valor inviolable de cualquier vida humana. Son también débiles e indefensos los pobres, destinatarios fundamentales del actuar político. Ellos son los que, por las condiciones estructurales de una sociedad basada en el individualismo, el interés desmedido por los bienes o la mano invisible de la segregación, han quedado en las periferias de la sociedad, de lo cual resulta indispensable, en lo político, estar atentos y disponibles “para estar cerca de las nuevas formas de pobreza y fragilidad”. Ellos también somos nosotros en nuestras propias pobrezas, fragilidades y periferias existenciales.

Dice Francisco: “Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos… nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos” (EG n° 201). El asistencialismo pretende (afirmando la precariedad) instalar la superioridad de algunos por sobre otros, negando el esencial principio de la subsidiariedad enunciado por el Magisterio de la Iglesia.

Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero en la comunicación con el otro es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. Afirma Chiara Lubich, en una alocución dirigida a políticos, que el político que busca la unidad “toma conciencia de que, si la política es amor desde su raíz, también el otro, el adversario político, puede haber hecho su elección por amor, y por eso debe respetarlo, y comprender la esencia de su compromiso yendo más allá del modo en que lo vive”. 

Asumir la tarea política significa aceptar la elección de los instrumentos de la democracia. Con ello, también los procesos de una democracia que el papa Francisco ha alentado a vivir con la profundidad del martirio por la entrega que supone y, al mismo tiempo, con la conciencia de que la representatividad supone diversidad de proyectos partidarios que deben expresar la pluralidad social. Además, significa encontrarse a la altura de las grandes exigencias del bien común en las políticas de Estado, fundamentales para dar estabilidad y profundidad a los procesos democráticos. 

La fraternidad universal se revela como una categoría antropológica que interpela esos procesos y que Jesucristo confirma, enseñándonos a dirigirnos a Dios, como padre, en las necesidades de subsistencia y convivencia plenas que permitan desarrollar nuestra dignidad en todas sus dimensiones. La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta esa interpelación recíproca que, en el curso de los tiempos, se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.

Evangelii Gaudium propone este “camino para todos” que nos permite tener un horizonte claro en nuestro actuar público, y que Francisco llama (con la riqueza simbólica de las palabras) pasar de “errantes” a “peregrinos”, sabiéndonos en camino hacia la manifestación de la justicia y la paz, fruto del bien que el Espíritu (producto de la Pascua) alienta en nuestros corazones, también para el actuar social, donde la alegría es un fruto del caminar juntos, sinodalmente.

La política es el instrumento llamado a ejercer la caridad en modo eminente: a hacer de las posibilidades de la comunidad el vínculo fecundo donde todos podamos dar y recibir, desde las auténticas posibilidades y para nuestro común desarrollo integral. Allí en la trama de relaciones que teje la identidad de cada uno de los individuos, está también el reservorio de valores y proyectos que da contenido y alegría a cada comunidad. Es a ese caudal simbólico y emocional al que debe acudir todo político para volverse líder auténtico, al que debe acudir la política para transformar la realidad con la alegría que brota del Evangelio vivido •

Una política en salida
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Un comentario en «Una política en salida»

  1. Sin duda que es una brillante exposición. Jesús iba hacia donde le necesitaba… si somos otros Jesús, debemos estar claros que la politica y los politicos necesitanbla Presencia de Jesús en medio de ellos…

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