Octubre 2022 – “El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad” (2 Timoteo 1, 7).
Por Letizia Magri
La Carta a la que pertenece esta Palabra de Vida está considerada como una suerte de testamento espiritual de Pablo. El Apóstol se encontraba en Roma, encarcelado, a la espera de ser condenado, y escribe a Timoteo, joven discípulo y colaborador, responsable de la compleja comunidad de Éfeso.
El escrito contiene recomendaciones y consejos dirigidos a Timoteo, pero, también, destinados a cada miembro de la comunidad cristiana de ayer y de hoy. Pablo está encadenado por su predicación del Evangelio y quiere infundir coraje al discípulo, temeroso frente a las persecuciones y vacilante por las dificultades que comporta su ministerio, que le exige afrontar las pruebas para ser un guía seguro de la comunidad. No está en la naturaleza de Pablo y de Timoteo sufrir a causa del Evangelio, pero este testimonio es posible porque se apoyan en la fuerza de Dios.
“El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.”
Pablo quiere dar testimonio del Evangelio. Resulta claro que no son los talentos, las capacidades o los límites personales los que pueden garantizar o frenar el ministerio de la Palabra, sino los dones del Espíritu; son la fuerza, la caridad y la prudencia, las que dan garantía de la potencia del testimonio. La caridad, ubicada entre la fuerza y la prudencia, parece cumplir un rol de discernimiento; con la prudencia se expresa el ser sabios y estar dispuestos a toda situación. Timoteo, como discípulo de cualquier tiempo, puede anunciar el Evangelio con fuerza, caridad y prudencia, incluso, sufrir por él.
“El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.”
También nosotros hemos experimentado la tentación de desanimarnos al vivir y testimoniar la Palabra de Dios, de no saber cómo afrontar determinadas situaciones.
Chiara Lubich nos ayuda a comprender de dónde llega la fuerza en esos momentos: “Tenemos que recurrir a la presencia de Jesús dentro de nosotros. La actitud que corresponde no será, por lo tanto, bloquearnos, quedar pasivamente resignados, sino la de lanzarnos fuera, ‘hacernos uno’ con lo que nos pide la voluntad de Dios, afrontar los deberes a los que nuestra vocación nos llama, contando con la gracia de Jesús, presente en nosotros. Debemos lanzarnos hacia fuera. Será Jesús mismo quien acrecentará en nosotros, cada vez más, esas virtudes que necesitamos para dar testimonio en la actividad que se nos ha confiado”1.
“El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad.”
Fuerza, caridad y prudencia (o sobriedad, sensatez): tres virtudes del Espíritu que se obtienen con el ejercicio de la fe.
El padre Justin Nari, de la República Centroafricana, se vio amenazado de muerte junto a sus hermanos religiosos y a miles de musulmanes, que buscaban salvarse de las represalias de la guerra refugiándose en la iglesia. En repetidas ocasiones, los jefes de las milicias que los asediaban exigieron que se rindieran, pero él continuaba dialogando constantemente con ellos para evitar una matanza. Un día, se presentaron con cuarenta litros de nafta y amenazaron con quemarlos vivos si no les entregaban a los musulmanes refugiados. “Con mis compañeros celebramos la última misa –refiere el padre Justin– y entonces recordé a Chiara Lubich. ¿Qué hubiera hecho ella en mi lugar? Se hubiera quedado y entregado la vida. Y fue así que decidimos hacer lo mismo”. Al terminar la misa, llegó una comunicación inesperada: el ejército de la Unión Africana estaba de paso por la región, en una ciudad cercana. El padre Justin corrió a encontrarse con ellos y, juntos, regresaron a la parroquia: faltaban trece minutos para que venciera el ultimátum, trece minutos que salvaron la vida de todos sin derramamiento de sangre •