Proyecto milONGa

En un mundo atravesado por la guerra y la creciente incertidumbre, es fácil sentirse impotente y sin saber cómo lograr un cambio. Pero incluso frente a los desafíos globales, nuestras decisiones cotidianas pueden tener un profundo significado. Elegir cómo usamos nuestro tiempo y cómo nos relacionamos con los demás puede convertirse en un acto silencioso de esperanza. La propuesta de milONGa y el testimonio de quien hizo de ella, una experiencia memorable. 

Por equipo milONGa project

MilONGa nació en Latinoamérica hace más de una década, fruto de la colaboración entre New Humanity, Jóvenes por un Mundo Unido y una red de organizaciones sociales inspiradas por el carisma de la unidad. Desde sus inicios, busca responder al deseo de los jóvenes de vivir experiencias significativas, no como voluntarios aislados, sino como protagonistas en la construcción de un mundo más fraterno. 

Con el paso de los años, el proyecto ha crecido y se ha expandido, involucrando a organizaciones y comunidades de Europa, África y Oriente Medio, en sinergia con ONGs locales y con la red internacional de New Humanity

Lo que hace único a milONGa 

MilONGa acompaña a los voluntarios en cada etapa de su camino, brindándoles orientación antes de partir, apoyo durante la experiencia y reflexión al regresar. Esta mentoría personalizada está diseñada para potenciar tanto el impacto en las comunidades locales como el crecimiento personal de cada voluntario. 

El programa también incluye momentos de entrenamiento, intercambio con organizaciones locales y la posibilidad de vivir dentro o cerca de las comunidades anfitrionas. Estas oportunidades favorecen una comprensión más profunda del contexto local y una experiencia intercultural más auténtica.

Ser voluntario a través de milONGa significa formar parte de una red global de jóvenes y organizaciones comprometidas con la fraternidad en acción. Creando vínculos que reconozcan la dignidad de cada persona y busquen caminos de desarrollo compartido. 

En primera persona

Compartimos el testimonio de Mariachiara Bianco, joven italiana que acaba de regresar de su experiencia de voluntariado en Bolivia.

“Cuando decidí viajar a Bolivia como voluntaria, decidí también superar mis límites y miedos. Siempre he sido una persona a quien le gusta ser organizada y conocer lo que hace, así que viajar a otra parte del mundo sola me parecía una cosa enorme y mucho más grande que yo; pero estaba tan curiosa, con ganas de aprender más y de desafiarme que casi no me di cuenta de haber reservado los pasajes del avión. 

Tampoco me di cuenta de qué era en lo que me estaba metiendo hasta que llegué a Madrid. Allí, sentada esperando el avión que me llevaría a Santa Cruz, me sentí extranjera por primera vez, me sentí diferente a los demás. Estaba con miedo, pero también contenta y emocionada. Era mi primera vez viajando sola y pasando mucho tiempo fuera, así que alejarme de mi comfort-zone e irme así de lejos, me parecía una cosa de locos. 

Pero tomé el avión y me fui. Pasé todo el viaje y el día de llegada a Santa Cruz de la Sierra llorando, pero era un llanto cargado de muchas cosas: estaba emocionada, tenía miedos, estaba en un lugar muy diferente, hablaba otro idioma y tenía un cambio de horario de muchas horas con respecto a Italia. 

La realidad es que los primeros dos días fueron intensos. Cuando llegué al aeropuerto de Santa Cruz estaba Reina y dos de sus hijos esperándome. Yo quería hablar con ellos y encontrar una manera de superar mi timidez, pero la verdad es que no podía entenderlos bien y no sabía cómo contestar. Sin embargo, al final creo que todo eso fue necesario. Necesitaba tiempo para entender todo lo que estaba pasando. Al día siguiente de mi llegada empecé mi trabajo con los niños, muy intenso también, por la dificultad del idioma y por no saber bien qué hacer. Pero a medida que fueron pasando los días, las cosas se hicieron mucho más fáciles. Reina, su familia y las tías del Centro Clara Luz me acogieron como parte de la familia, así que todo se volvió más ligero y divertido.

Bolivia es un país increíble, pero muy diferente a Italia. Lo que me llamó más la atención fue la manera diferente de darle valor a las cosas y decidir qué era lo más importante y lo que no. También me impactó el contacto con la naturaleza, algo que en mi país falta un poco. 

Creo que la realidad del Centro Clara Luz es increíble, es un ejemplo virtuoso de resiliencia y de amor por el otro. El trabajo en esta realidad se parece mucho a una familia, se percibe en el aire el deseo de trabajar y de hacerlo bien para que los niños y las niñas vivan bien. 

También hay un espacio dedicado a los voluntarios, y creo que está genial. He trabajado con ganas y con placer, los niños fueron una ternura única y las profesoras han sido pacientes conmigo. Hemos aprendido unos de los otros. 

Disfruté compartir el almuerzo y la cena juntos, contarnos cosas y pasear. Aprendí también a comer diferentes alimentos juntos y del mismo plato (algo que en Italia no pasa mucho porque solemos comer una cosa a la vez), y a hablar bien con los niños.

Pasé mis primeros diez días de voluntariado sola, pero después llegó Jessica, una voluntaria argentina con quien compartí el resto de mi servicio en Bolivia. Ella fue como una hermana para mí, su presencia fue fundamental e hizo que las cosas fueran más fáciles y divertidas. Pudimos hablar mucho de cualquier cosa, y también con Reina y su familia tuvimos muchas oportunidades para intercambiarnos emociones y opiniones. Jugamos voleibol con sus nietos y con toda su familia. 

De verdad he descubierto en ellos algo muy valioso, son personas que abren las puertas de su casa y te acogen como si fuese su hija. Estaré eternamente agradecida por todo y por cada cosa que pasó en el tiempo de mi voluntariado. 

Volví a casa con la sensación de haber recibido mucho más de lo que doné. No solo como trabajo, sino como persona. Aprendí que a veces está bien no pensar mucho en organizar las cosas y que podemos viajar solas también. Aprendí que donde hay amor hay familia, y que se puede ser familia en cualquier parte del mundo.

Extrañaba muchas cosas de mi casa cuando estaba ahí: mis padres, mi novio, mis hermanos y todo lo demás que había dejado (incluida la comida), pero nunca me sentí sola, en peligro o abandonada. Por eso cuando volví a casa fue difícil otra vez, porque dejé algo que viví profundamente y que me permitió superarme en muchos aspectos. Dejé personas con las que me sentí en casa. Por eso volver a la vida “normal” –pero con otras ideas, otra manera de ver y vivir las cosas que pasan– ha sido un desafío. Toda mi experiencia fue increíble, es algo que aconsejaría a todos los que tienen oportunidad. Lo haría todo otra vez, igual a como fue. 

Bolivia fue mi baile inolvidable, estaré eternamente agradecida” •

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