Relaciones – A los progenitores suele costarles aceptar la opinión de sus hijos porque muchas veces los siguen viendo como esos niños pequeños que ya no son. A los hijos, a su vez, suele costarles dar su opinión si en la familia no hubo un ejercicio de comunicar los sentimientos y opiniones personales.
Por Pablo Loyola (Argentina)*
«Toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el nuestro». Esta frase sobre los puntos de vista encierra una gran verdad. ¿Por qué tomamos como amenaza al que piensa diferente? Acuñada por el comediante y actor argentino Marcos Mundstock, esta sentencia revela una manera de actuar que a veces tenemos sin darnos cuenta, cada vez que compartimos puntos de vista sobre alguna temática.
Cada uno de nosotros ha ido construyendo a lo largo de su historia una manera de ver el mundo. Estos anteojos con que vemos la realidad están condicionados por nuestra infancia, los vínculos, las experiencias, las emociones vividas y todo otro acontecimiento que hayamos experimentado. Es un proceso sin fin; durante toda nuestra existencia seguimos construyendo nuestra manera de ver el mundo.
Juventud y madurez
Cuando se es joven, lo habitual es vivir las cosas con mucha pasión y tener ideales de vida más utópicos. Y es muy bueno que así sea, ya que se está eligiendo la vida que se quiere vivir. Muchas veces esta pasión se puede traducir en una cierta rigidez para determinados argumentos. “Se es o no se es”, “se está o no se está”. Como si siempre las cosas pudieran clasificarse en blancas o negras.
A medida que se crece y se incorporan otras experiencias al bagaje personal, se empiezan a vislumbrar los matices de grises que las cosas a veces tienen. Son pocas aquellas exclusivamente blancas o negras. Es justamente esta diversidad la que se presenta como un desafío en las relaciones intergeneracionales: que cada una tenga la mirada puesta en lo que la otra tiene para ofrecer. No se trata de ganar o tener la razón, sino de crear sinergia.
¿Todos pensamos igual?
Supongamos una familia con tres hijos de edades cercanas entre ellos. Los tres han sido criados por los mismos padres, con los mismos valores, en la misma casa, fueron al mismo colegio, hicieron deportes. Aparentemente, han tenido vidas muy parecidas. ¿Los tres pensarán igual?, ¿a los tres les gustará lo mismo?, ¿estudiarán la misma carrera?
Seguramente compartirán los valores familiares, pero lo más probable es que difieran en muchas otras cosas. Existen muchos otros condicionantes que hacen que la vida de cada uno de nosotros sea irrepetible.
Cuando se discute algún argumento, muchas veces se toma la opinión del otro como si fuera una agresión personal. Y, en realidad, suele ser la simple comunicación del pensamiento de la otra persona sobre el tema tratado.
Por lo dicho anteriormente, no es raro entonces encontrar dos o más personas que difieren respecto a un tema en común. Al contrario, sería raro que siempre todos coincidiéramos.
¿Por qué a veces cuesta tanto aceptar otras ideas?
Como justamente esos condicionantes que nos hacen ver la vida de una manera en particular han nacido fruto de nuestras vivencias, muchas veces creemos que cuando son cuestionados nuestros puntos de vista, en realidad, nos están cuestionando.
Si, además, durante una conversación no ejercito una escucha activa, es muy probable que empiece a pensar en lo que voy a refutarle a mi interlocutor en lugar de hacer espacio en mi mente para acoger lo que el otro me está diciendo.
Una vez que haya podido escucharlo, tendré la oportunidad de expresarme porque lo he entendido plenamente.
¿Esto pasa en las empresas familiares?
No sólo que pasa, sino que se ve algo potenciado por los roles de cada uno. A los progenitores suele costarles aceptar la opinión de sus hijos porque muchas veces los siguen viendo como esos niños pequeños que ya no son. A los hijos, a su vez, suele costarles dar su opinión si en la familia no hubo un ejercicio de comunicar los sentimientos y opiniones personales.
Lamentablemente esta forma de relacionarse se traslada a la empresa, sobre todo cuando conviven familiares directos. Los progenitores deben entender que los hijos no están atacando lo construido cuando opinan, sino que, por el contrario, buscan potenciarlo. Los hijos deben saber que los padres han transitado otras experiencias, y que hay aprendizajes que aún no han internalizado.
Es decir: es importante que ambos se escuchen y capitalicen lo bueno que cada generación trae consigo.
¿Qué podemos hacer?
- – Hacer el ejercicio de escuchar al otro en profundidad, sabiendo que no nos ataca con su opinión, sino que sólo la está expresando.
- – Expresar nuestras opiniones de manera tranquila, evitando que la pasión nos envuelva y no nos permita acoger al otro que piensa diferente.
- – Animar a las jóvenes generaciones a que digan lo que piensan sin temor a ser juzgados. Todos hemos sido jóvenes alguna vez.
- – Cultivar siempre, y sobre todo en la familia, la cultura del diálogo y la libertad •
*El autor es contador, consultor de la empresa familiar certificado (CEFC) y Director de la Sede Regional Córdoba del Instituto Argentino de la Empresa Familiar. Escribió Vientos de cambio, ¿De tal palo tal astilla? y Tatuaje en el alma, libros publicados por Ciudad Nueva.
un artículo de extraordinaria lucidez. Me parece de crucial importancia resaltar el papel indispensable de la escucha para lograr un diálogo en cualquier instancia de la vida. Con mayor necesidad aún en el caso concreto de una empresa familiar.
Hola. Como hijo, siempre tuve el deseo de que me entiendan en casa, pero mis viejos, eran muy absolutistas en su forma de pensar, y sentir. Con la escuela de lo que los padres dicen y hacen es sagrado. Luego como padre, actué (o al menos pretendí actuarlo), viendo el resultado. Porque puedo tener una intención sobre un hijo, pero lo que digo o hago no funciona con él, y sí con otro hijo (tengo 5). Y así, fui aprendiendo, vía ensayo/error, como criarlos. Y además, porque yo cambiaba con el correr de los años, y mi esposa también. Entonces el ejercicio de compatibilizar los puntos de vista, era diario. Ahora que ya son casi adultos (de 21 años a 31 años), y ya fuera del hogar, no dejo de agradecer lo que aprendo de ellxs, y gracias a ellxs me actualizo permanentemente. Y lo agradezco, porque el contexto en que vivimos es sumamente cambiante. Mantener las ideas guía, y no perder los objetivos (propios y de mis hijos, y a la vez conjugarlos en una familia – mi Sra falleció), es el equilibrio a lograr entre todos. También soy docente universitario, y más allá de transmitirles el conocimiento, aprendo de ellos para dónde está llendo el día a día. Y agradezco infinitamente poder tener esos jóvenes. No quisiera ser obstáculo en la comunicación con ellos, porque ellos a la vez, aceptan mis puntos de vista, y las anécdotas que les cuento, de lo vivido en los distintos temas que charlamos. Gracias a la vida….que me dá tanto!!!!
Excelente artículo!
La importancia de una escucha activa cuando dialogamos! sea con ntros progenitores y no.
Como dice el autor, hay que fomentar el «ejercicio de comunicar los sentimientos y opiniones personales», en cada encuentro dialógico con los demás, es lo que inculco en mis estudiantes!
gracias!