La monumental sinodalidad del Pueblo de Dios – ¿Qué es la sinodalidad? ¡Está ahí por veintiún siglos! ¿No lo vemos? Los monumentos institucionales solidarios del catolicismo, como realidad efectiva de un pueblo sinodal, son la prueba contundente de su estar en la tierra unido para salvarse. Mientras los totalitarismos dejan piedra, el catolicismo deja derechos.
Por Emilce Cuda * (Argentina)
Sabemos qué es la sinodalidad porque la practicamos. Pero ¿somos conscientes de esta modalidad eclesial? Los derechos logrados por nuestros pueblos como Pueblo de Dios en esferas seculares tienen mucho del catolicismo que supo unir las diferencias a través del diálogo social sin aniquilarlas. Las consecuencias nefastas de prácticas no sinodales, realizadas incluso algunas a nombre del catolicismo, no solo es usurpación del nombre sino también usurpación de auctoritas.
Propongo reflexionar sobre el sentido, la práctica y la eficacia de dos conceptos, sinodalidad y pueblo, dispositivos ineludibles de la Iglesia Católica como modo de estar en la tierra y operar en el mundo simbólico de la cultura para salvarla. Lo haré teniendo como telón de fondo el pensamiento de Rafael Tello, Rodolfo Kusch, Juan Carlos Scannone y el Santo Padre Francisco.
Mientras el mero vocablo de sinodalidad hace referencia a caminar juntos, el concepto católico de sinodalidad hace referencia a caminar juntos en la unidad de las diferencias. Eso indica que no hace referencia a una definición metafísicamente esencial, sino a una modalidad constitutiva de la realidad eclesial.
En consecuencia, la sinodalidad es una virtud –en el sentido tomista de habitualidad de la conciencia– y, como todo hábito, requiere de la práctica constante de una acción hasta que se vuelva constitutiva en el modo de estar en la tierra con otros hasta volverse un nosotros.
No se trata de caminar de cualquier modo, sino de caminar juntos. Se trata de entrar al camino y, en ese “seguir andando” –en palabras del beato Enrique Angelelli–, constituirse pueblo como sujeto comunitario de discernimiento. Caminar juntos solo con los idénticos, o caminar como masa, no constituye un pueblo. Un pueblo no se instituye ni restableciendo una supuesta y pretendida unidad perdida, ni tampoco proponiendo la unidad como idea regulativa allende de la realidad como punto de partida. Un pueblo se constituye en la modalidad sinodal capaz de articular las diferencias conformando la unidad.
La sinodalidad no es un accidente del ser Iglesia, sino su parte constitutiva. Es su modo de estar en la tierra capaz de convertir “la pasión en acción comunitaria”, como dijo el Papa Francisco en su II Discurso a los Movimientos Populares, y no de revertir el movimiento de un pueblo. La sinodalidad es la capacidad –es decir, el hábito virtuoso devenido en modalidad constitutiva–de articular las diferencias –que siempre son intrínsecas– hasta hacerlas equivalentes para salvarse “como un pueblo con una sola alma”, escribió Francisco en su Carta a los Movimientos Populares en la Pascua de 2020.
El proceso que pone en marcha el Sínodo de la Sinodalidad busca hacer visible, para la misma Iglesia, esa modalidad constitutiva de unidad en la diferencia que la conforma como Pueblo de Dios desde su origen. Las acciones y reacciones a ese proceso sinodal no hacen más que poner en evidencia, una vez más, la vieja disputa por el sentido al interior de los vocablos que definen sus prácticas constitutivas.
Sin esa práctica sinodal –que por obra y gracias del Espíritu Santo el Pueblo de Dios sostiene y es sostenido en la historia–, la unidad de un pueblo puede devenir en identidad absoluta, sin lugar para la riqueza de la diversidad. Por eso es necesario distinguir dos tipos de unidad: la unidad excluyente, donde 5=5 significa igualdad por identidad aniquilando las diferencias como modalidad propia de los totalitarismos; o la unidad inclusiva, donde 5=3+2 significa igualdad por equivalencia articulando las diferencias, como “estilo de vida con sabor a evangelio” (Fratelli Tutti 1).
La sinodalidad no es un método, es un modo. Por consiguiente, hay pueblo cuando se toma la decisión de unirse para salvarse articulando las diferencias hasta volverlas equivalentes, conformando un pueblo como sujeto comunitario de discernimiento. Por lo tanto, un pueblo se constituye en la decisión, entre los que están en la tierra, de tomar posición en el camino de la Palabra dicha y de la palabra hablada.
El Credo es el camino que nos constituye como un pueblo cuando lo profesamos y manifestamos “con palabras y gestos” (Cf. Praedicate Evangelium, 1), al margen de toda metodología estratégica determinada antes y por fuera del caminar. El momento de la unidad es cada momento decisivo. Cuando el joven rico pregunta al Maestro qué debe hacer para salvar su vida, Él le responde que se una hasta ser uno como el Padre. La decisión de unirse antecede a la estrategia de vender todo para dárselo a los pobres simplemente porque es su condición de posibilidad.
Como puede verse, es importante distinguir entre modo y esencia. El modo, a diferencia de la esencia, no se discute, se experimenta; no se conoce, se sabe; no se enseña, se siente. En la Iglesia Católica, la modalidad sinodal no es su porvenir sino su modo de estar.
Siglos de catolicidad son realidad efectiva y prueba eminente de eso. A favor de este argumento podemos ver sus monumentos sinodales. Son monumentos sinodales del catolicismo la arquitectura, la literatura, la música, la pintura, la filosofía, la teología, o la astronomía, porque surgen del diálogo con la cultura de cada época. Pero también es monumento sinodal católico la solidaridad institucionalizada, como los derechos civiles y sociales, o los derechos laborales y ecológicos. El pensamiento social cristiano tuvo mucho que ver en eso. Nuestros mártires y santos dan cuenta de ese saber y de ese quehacer “para que nuestros pueblos tengan vida en abundancia”, como dice el Documento de Aparecida •
* Doctora en Teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina y Secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina.