Producción de alimentos saludables – La agroecología es un desafío que invita a considerarnos seres históricos, organizados, vinculados a un espíritu común, a ser protagonistas de nuestra historia y no solo actores pasivos. Nos ofrece pautas para reinsertarnos de manera integral en la naturaleza.
Por Javier Souza Casadinho (Argentina)
La expansión de los monocultivos agrícolas y sus paquetes tecnológicos asociados, la desertificación y pérdida de vida en los suelos, el hambre y la subnutrición de los seres humanos, la pérdida de biodiversidad natural y cultivada, el cambio y la variabilidad climática son consecuencias evidentes de un modo de hacer agricultura que toma a los bienes comunes naturales como recursos inagotables y a las personas como consumidores pasivos de mercancías. En efecto, asistimos a un fenómeno de artificialización de la naturaleza que, si bien lleva décadas de práctica y acción, se sobredimensiona y magnifica en el tiempo y el espacio en cada comunidad y territorio.
Los monocultivos son insustentables ya que al no poder recrear las condiciones que hacen a su propia existencia (en términos sencillos, adecuadas condiciones sobre la nutrición de los suelos y, desde la diversidad biológica, favorecer la vida de insectos benéficos) dependen de la aplicación continua de fertilizantes y plaguicidas que, además de incrementar los costos de producción, contaminan los suelos, agua y aire.
Pero no estamos condenados a este círculo vicioso de dependencia y contaminación. Muy por el contrario, la agroecología como paradigma de vinculación de los seres vivos con el ambiente en la producción de alimentos nos da las pautas para reinsertarnos de manera integral en la naturaleza.
La agroecología posee dos principios fundamentales a partir de los cuales emergen estrategias, prácticas y tecnologías que pueden recrearse, según las posibilidades y limitantes, en cada agroecosistema. El primero de ellos está constituido por la nutrición integral de los suelos, a partir del aporte de materia orgánica, la cual es transformada por millones de hongos, bacterias e insectos primero en humus y luego en minerales. Mientras que el humus mejora las características de los suelos, como por ejemplo la capacidad de retención de agua y su aireación, los minerales constituyen el alimento de las plantas. El segundo principio de la agroecología, y a imitación de lo que sucede en los sistemas naturales, es la recreación de biodiversidad estructural y funcional. De esta manera, buscamos que muchos vegetales y animales convivan en el espacio y tiempo cumpliendo una o más funciones. Y así deberán coexistir plantas que posibilitan la alimentación humana, plantas que alimentan o dan sitios de refugio a insectos parásitos y predadores, plantas que alimentan al suelo, etc.
Llevar adelante sistemas agroecológicos más allá del espacio productivo del que se disponga y el destino de la producción –autoconsumo o el mercado– requiere de una serie pasos que se inician con la decisión de los agricultores de implementar un sistema diverso, complejo y con múltiples interacciones. Es cada vez mayor el número de agricultores que resuelve producir bajo las estrategias y prácticas agroecológicas. En algunos casos las decisiones se vinculan con la reducción de costos o incremento en los ingresos comparado con las producciones convencionales; en otras situaciones, el cambio de paradigma productivo se vincula con dimensiones espirituales, de salud y ambientales, como por ejemplo la de producir alimentos saludables sin intoxicar a los seres vivos.
A diferencia de lo que sucede con las producciones bajo monocultivos, en la agroecología se requiere planificar y diagramar los agroecosistemas en el tiempo y el espacio, integrando los sistemas ganaderos y agrícolas, analizando cada subsistema (como los cultivos de árboles frutales) y cada componente (como el cultivo de tomate). Diseñar implica conocer cada unidad (vegetal o animal), sus necesidades, sus aportes y requerimientos, así como sus posibilidades de integración y convivencia con los otros componentes. Después de diseñar, se requiere poner en práctica, llevar al terreno lo soñado y apuntado, aceptando las contingencias, las limitantes, los cambios climáticos, económicos, sociales y políticos que puedan afectar nuestras decisiones.
La agroecología y el abastecimiento mundial
Muchas veces nos preguntan si la agroecología puede resolver el grave problema derivado del hambre en el mundo, poniendo énfasis en los rendimientos productivos y en el acceso a alimentos de probada calidad. En primer lugar, cabe resaltar que la agricultura basada en insumos químicos (la mal llamada “agricultura moderna”) no ha resuelto el conflicto del hambre sino que lo ha agravado. El hambre posee raíces políticas y no tecnológicas, la falta de acceso al agua y a la tierra, la concentración en los mercados, la avaricia, los bajos salarios que impiden el acceso continuo a alimentos de calidad a una parte de la población mundial. La agroecología, a partir de sus bases fundamentales, la ya mencionada nutrición integral de los suelos y la generación de biodiversidad, posibilita la obtención de rendimientos productivos sustentables a lo largo del tiempo. En este sentido, cabe internalizar el concepto de sustentabilidad productiva, la recreación de condiciones que hacen a la continuidad de existencia de los agroecosistemas. No se trata de obtener una rentabilidad máxima en el corto plazo con un elevado costo socioambiental, como nos enseña la economía clásica, sino la de obtener adecuados ingresos que puedan sustentar la vida de las familias productoras, así como el acceso a los consumidores a alimentos sanos en el marco del comercio justo dentro de la economía social y solidaria.
La agroecología nos posibilita imaginar, crear, soñar y ser protagonistas de una realidad diferente. Muy lejos de las recetas clásicas de la agricultura basada en insumos, nos propone repensar cada agroecosistema, productor de alimentos, desde las condiciones del clima y del suelo, las características de cada territorio, las costumbres, las normativas y las restricciones económicas, así como desde los mercados formales e informales y las relaciones sociales establecidas, pero hacerlo desde cada cultura y desde nuestros deseos y sueños. Cada sistema productivo es diferente porque cada familia agricultora es diferente, en sus visiones, en su inserción en la naturaleza y en sus necesidades y aspiraciones.
No es sencillo establecer sistemas agroecológicos. Por el contrario, es un desafío apasionante que vale la pena asumir, ya que nos invita a considerarnos seres históricos, organizados, vinculados a un espíritu común, a ser protagonistas de nuestra historia y no solo actores pasivos •
*El autor es Ingeniero agrónomo y Maestro en Ciencias. Co-Director del Centro de Estudios sobre Tecnologías Apropiadas de la Argentina (CETAAR) y docente en la Facultad de Agronomía de la UBA.