A 10 años de Evangelii Gaudium – En abril, el Centro Latinoamericano de Evangelización Social (CLAdeES) organizó un encuentro en el marco de los 10 años de la exhortación del papa Francisco. Allí invitó al arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, a ofrecer una mirada al respecto. A continuación, se reproduce un fragmento de su intervención.
Me pidieron que reflexionara fundamentalmente sobre esta exhortación que se llama La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium). La pregunta de la convocatoria de hoy era si podíamos ser alegres en este contexto y en esta época que vivimos. Justamente, este año escribí una carta pastoral que se llama La revolución de la alegría. ¿Por qué revolución? Porque creo que vivimos tiempos muy complicados, los argentinos los vivimos desde siempre, y entiendo que es profundamente revolucionario sostenernos en la alegría y en esperanza en tiempos de dificultad. Porque lo más fácil es transformarnos en profetas de calamidades, lo más fácil es decir: “Cuánto aumenta todo, no consigo Off (NdR: repelente de mosquitos), mirá el mosquito del dengue, no llego a fin de mes, pobres los jubilados”. Y, en realidad, le estamos diciendo a la gente lo que la gente ya sufre todo el tiempo. Con lo cual, ¿dónde está mi aporte? ¿Mi aporte es engancharme en cuanta crítica haya? ¿Mi aporte es quedarme en la queja constante? ¿Y yo qué hago por construir? ¿Yo qué hago por aportar?
Me parece que tenemos lo más propio, que es esto de la alegría. Una alegría que, por supuesto, no se puede sustentar ni en el ministro de Economía, ni en mi estado anímico, ni en cómo me trata hoy mi suegra. Creo que la alegría tiene que buscarse, los cristianos fundamentalmente, en quien es fuente de nuestra alegría, que se llama Jesús de Nazaret. Nosotros creemos profundamente que Jesús murió y resucitó, y con su resurrección venció a la muerte para siempre. Y con su resurrección creemos profundamente que la muerte no tiene la última palabra, y esa es la razón de nuestra alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar”. Si a mí la alegría me la quita el precio de un repelente, mi estado de ánimo o el presidente, entonces Jesús mintió. Y yo creo que Él no miente. Por lo tanto, tengo que revisar dónde está la fuente de mi alegría. Quién es la fuente de mi alegría, que me sostiene más allá de todo.
Transcribo textualmente de la carta pastoral: “En el momento que vivimos, es fundamental renovarnos en la alegría de la fe que nos libera de la queja constante. De la ´cara de funeral´”, en palabras de Francisco. Pero, especialmente, de la desesperanza y el desaliento, evitando transformarnos en profetas de calamidades, en testigos mala onda que solo desparraman pánico y angustia. Por eso estoy convencido de que en el difícil contexto económico y social argentino es revolucionario sostenernos en la alegría. Pero una alegría profunda y duradera, la que nace del encuentro con el Señor y también la que nace de la Cruz. Sí, de la Cruz, porque en ella descubrimos la expresión más grande del amor de Dios por nosotros, cuando entrega hasta su propia vida para salvarnos. El papa insiste con que la alegría tiene que ser la característica fundamental de esta nueva etapa evangelizadora, y reafirma, en alguna de sus homilías, que la alegría es la respiración de los cristianos y que un cristiano que no es alegre, lo dice textualmente, no es buen cristiano. Entonces tendríamos que preguntarnos qué nos pasa.
Hoy, justamente, me preguntaban por qué había pocas vocaciones sacerdotales. Yo no soy especialista en el tema, pero creo que uno de los motivos es porque no somos personas alegres. No contagiamos entusiasmo, no contagiamos pasión. Cuando hablamos de nuestras comunidades que están vacías, ¿no tendrá que ver con el tema de la alegría? Somos quejosos, protestones, nos cuesta mucho transmitir alegría. Pregunto, para los que son cristianos: ¿Jesús está vivo o está muerto? Avisale a tu cara. Así, no contagiamos a nadie, hermanos. Y esto no significa decir que la alegría del cristiano es porque somos optimistas berretas, o porque la vida es un carnaval. No. No desconocemos absolutamente la realidad. También tenemos que cuidarnos de eso. Hay algunas corrientes de espiritualidad que son absolutamente espiritualistas, ingenuas, desencarnadas, y pretenden decirte: “Jesús vive”, con una sonrisita de plástico y no pasa nada. Sí, pasa mucho. Por eso digo que la alegría nace de la Cruz. Por eso digo que tiene que ser una alegría comprometida. Jesús era un hombre claramente alegre, pero no era un sonso. Era capaz de llorar, era capaz de enojarse.
Cuatro notas de lo que creo que tiene que tener cualquier persona que quiera elegir la alegría, más allá de la fe: la primera, tenemos que tener claro qué es la alegría y qué no es. Vivimos saludándonos y preguntando todo el tiempo: “¿Está todo bien?”. Y ya con eso bajaste la cortina. “No, te iba a decir que no, que no está todo bien, que estoy mal”. Claramente no está todo bien. El cristiano no anestesia el dolor, ni siquiera el dolor más grande que hace vacilar la fe, y no vivimos la alegría y la esperanza como si fuese un carnaval. La alegría no es euforia, la alegría no es éxito, la alegría no es placer, no es optimismo ingenuo ni es estar siempre bien. La verdadera alegría tiene que ver con el sentido de la vida, con la experiencia de tener un horizonte. Se basa en la certeza que nos da la fe, de que, a pesar de todas las injusticias, Dios ha vencido al mundo con su muerte y resurrección. Por eso el papa nos dice varias veces, y lo dice en el capítulo 5 de la Evangelii Gaudium, que nos falta resurrección. Nos falta resurrección en la propia vida, y en la sociedad ni hablar. Entonces, la primera característica es tener claro lo que es la alegría y lo que no es. Porque, a veces, a mí me han querido correr por izquierda. Te dicen: “Ay, justo estamos tan mal y vos hablas de la alegría”. No, no me corras por izquierda. No estoy diciendo que está todo bien, estoy diciendo que la alegría tiene como fuente a Jesucristo. La alegría tiene como fuente el proyecto del Reino de Dios, que creo que es un proyecto imparable más allá de las dificultades. Por eso me gusta aquella frase de un teólogo español, que vivió mucho tiempo en Venezuela: “Somos caballeros derrotados de una causa invencible. La causa del Reino de Dios es invencible y por eso es razón de mi alegría”.
Segunda nota: ser agradecidos. Creo que tenemos que tener la capacidad de ver la parte del vaso llena. No quedarnos solamente en la queja y en lo que está mal. Como dije, ya lo sabemos. A 50 años del asesinato del Padre Carlos Mujica, quiero citar un texto muy breve de él, donde aprendió de los más pobres esta mirada agradecida, que lo sostuvo en la alegría en tiempos extremadamente violentos de la Argentina. Decía el Padre Mujica: “Cuando empecé a venir a las villas, lo que más me impactaba de sus habitantes era su capacidad de alegría y de disfrute. Pueden estar en la desgracia, pero se deleitan con un partido de fútbol, con un asadito o con una reunión de vecinos. Mis primeros comentarios eran siempre los mismos: ´Cómo disfrutan´. Y bueno, me fui contagiando”. Quienes hemos podido vivir la gracia de estar muchos años en la villa, como fue mi caso y el de tantos otros, uno ve que la vida se vive sin maquillaje. Los momentos de dolor son de dolor. No se esconde el dolor. Miren qué contradictorio: hablo de la alegría y digo que el dolor no hay que esconderlo, hay que llorarlo. Quizá hemos perdido la capacidad de alegrarnos, porque hemos perdido la capacidad de dolernos. Escondemos la muerte, los velorios son cada vez más cortos, nos ponemos anteojos oscuros y le decimos a todo el mundo que no llore. Creo que no somos alegres porque no sabemos transitar el dolor y la muerte. Porque cuando hay que llorar, hay que llorar, y cuando hay que transitar la muerte, hay que transitarla. Pero como eso no lo hacemos más, porque es casi de mal gusto y no nos gusta pasar por esas situaciones, entonces tampoco hemos tenido capacidad de alegrarnos.
Tercera característica de la espiritualidad de la alegría: tener conciencia comunitaria. No nos salvamos solos. Francisco lo dice siempre. Estamos todos en la misma barca. Cito textualmente de la carta pastoral: “No podemos encerrarnos en nuestros problemas personales, victimizarnos todo el tiempo, poniéndonos en el centro, de modo que la alegría o la tristeza dependen solamente de lo que yo vivo. Hay necesidad de ampliar la mirada, de buscar signos de la presencia de Dios y la buena noticia del Evangelio más allá de mí. En el barrio, en la familia, en la realidad más amplia. Aprender a vincularnos y tomar dimensión de mis problemas y dificultades en el encuentro con los otros. Porque la solidaridad y el compromiso son caminos hacia la alegría. Quizá porque hay poco compromiso y solidaridad, tampoco sabemos vivir la alegría”.
Y lo último: elegir la alegría todos los días. Podemos pasar por las peores situaciones de la vida, pero el tema es la actitud con la que me levanto todos los días. La cosa pasa por ahí, la actitud con la que me levanto todos los días.
Termino con esto: a mi abuela le gustaba que la llevara a la confitería Las Violetas. Tenía 92 años, llevaba tacos altos. Me acuerdo que saliendo de Las Violetas me suelta el brazo y se cae. Como un resorte se levanta, se toca las rodillas, y dice: “¿Se me rompieron las medias?” Es una actitud ante la vida. A mi abuela se le había suicidado el papá cuando tenía 22 años, y el mismo año murió su hermano, su marido y su hijo. Pero la remó. Su última comida fueron bombones de dulces de leche. Uno elige la alegría, también •
Es muy bueno recalcar la alegría que nace del encuentro con Jesú y del permanecer en Él, viviendo en Él alegrías y dolores, que terminan, también estos últimos, transformándose en gozo profundo, en amor.
Excelente la mirada de Garcia Cuerva!
Sumamente clara. Un nuevo modo de Vivir el Evangelio en Comunidad